lunes, 19 de septiembre de 2016

VOLVER DE RODAS


Volver a Rodas para cumplir allí los 72 años ha sido una modesta proeza. Carmen y yo queríamos enseñar la isla a dos amigos, y lo auténticamente portentoso ha sido que casi todo estaba igual a como lo recordábamos. Los cruceros que atracan en el muelle de los molinos son más grandes, las multitudes que invaden las calles, los caminos y las playas, son más numerosas, a pesar de que estamos en las postrimerías de la saison (con el cielo azul impecable y el termómetro rondando los cuarenta grados, hábleme usted de postrimerías). Tan igual nos parecía todo a como lo habíamos conocido, que no me pareció exagerado trepar a la acrópolis de Lindos haciendo uso exclusivo de mis piernas, a pesar de que hay burros a 5 euros a la disposición de las personas como yo. Emulando al Tenorio, a la acrópolis subí y hasta la playa bajé, pero en mis huesos dejé memoria amarga de mí. A mi edad no es conveniente extremar los alardes.
El problema más espinoso con el que me encuentro ahora es el de volver de Rodas. Decía García Márquez que los actuales reactores son tan rápidos que nuestro cuerpo viaja de un lado a otro a velocidades casi supersónicas, pero el alma se nos queda atrás. ¿Y si el alma se me queda en Rodas? Leo en la prensa digital la parálisis política cada vez más acusada que atenaza a España; los sondeos reiterados, los plazos para la investidura recalculados una y otra vez, los procesos judiciales que transitan con parsimonia, las dimisiones obligadas que no llegan «porque no me da la gana», la prepotencia jacarandosa de la señá Rita y otros especímenes de la misma zoología, que esgrimen derechos inalienables que nadie les ha concedido para no apearse jamás, ni por lo civil ni por lo criminal, de la rama del guindo en donde les colocó un aluvión de voto efímero. Mi propuesta de solución sería la taxidermia. Igual que los leones de bronce flanquean la puerta de la cámara de la soberanía, podríamos momificar a estos otros ejemplares del bronce, los marianos y las ritas, y colocarlos en el pináculo del foro que tanto aman, para instrucción y regocijo de los paseantes en corte.
Hubo un tiempo en el que se exponía a ejemplares así a la curiosidad de los forasteros, en las puertas de las grandes ciudades por las que circulaban las caravanas de las rutas de la seda y de las especias. Previamente, sin embargo, las personalidades expuestas a la curiosidad del público menudo habían sido decapitadas. No me parece razonable adoptar una solución tan expeditiva y literalmente tajante en el caso de los marianos y las ritas. Me gustaría verlos allá arriba, en la picota que es como decir el candelero de la fama, con la cabeza bien alta; no descabezados. Aforados para toda la eternidad si lo desean, con bula santificada que les exima de las vicisitudes tormentosas del juicio final y les adjudique un lugar de privilegio en el limbo. No les quiero mal. Son unos hijos de sus madres, pero, como ya dijo un presidente yanqui, son “nuestros” hijos de sus madres.