Volver a Rodas para
cumplir allí los 72 años ha sido una modesta proeza. Carmen y yo queríamos
enseñar la isla a dos amigos, y lo auténticamente portentoso ha sido que casi todo
estaba igual a como lo recordábamos. Los cruceros que atracan en el muelle de
los molinos son más grandes, las multitudes que invaden las calles, los caminos
y las playas, son más numerosas, a pesar de que estamos en las postrimerías de
la saison (con el cielo azul impecable y el termómetro rondando los cuarenta
grados, hábleme usted de postrimerías). Tan igual nos parecía todo a como lo
habíamos conocido, que no me pareció exagerado trepar a la acrópolis de Lindos
haciendo uso exclusivo de mis piernas, a pesar de que hay burros a 5 euros a la
disposición de las personas como yo. Emulando al Tenorio, a la acrópolis subí y
hasta la playa bajé, pero en mis huesos dejé memoria amarga de mí. A mi edad no
es conveniente extremar los alardes.
El problema más
espinoso con el que me encuentro ahora es el de volver de Rodas. Decía García Márquez que los actuales reactores son tan
rápidos que nuestro cuerpo viaja de un lado a otro a velocidades casi supersónicas,
pero el alma se nos queda atrás. ¿Y si el alma se me queda en Rodas? Leo
en la prensa digital la parálisis política cada vez más acusada que atenaza a
España; los sondeos reiterados, los plazos para la investidura recalculados una
y otra vez, los procesos judiciales que transitan con parsimonia, las
dimisiones obligadas que no llegan «porque no me da la gana», la prepotencia
jacarandosa de la señá Rita y otros especímenes de la misma zoología, que
esgrimen derechos inalienables que nadie les ha concedido para no apearse
jamás, ni por lo civil ni por lo criminal, de la rama del guindo en donde les colocó
un aluvión de voto efímero. Mi propuesta de solución sería la taxidermia. Igual
que los leones de bronce flanquean la puerta de la cámara de la soberanía,
podríamos momificar a estos otros ejemplares del bronce, los marianos y las
ritas, y colocarlos en el pináculo del foro que tanto aman, para instrucción y regocijo
de los paseantes en corte.
Hubo un tiempo en
el que se exponía a ejemplares así a la curiosidad de los forasteros, en las
puertas de las grandes ciudades por las que circulaban las caravanas de las
rutas de la seda y de las especias. Previamente, sin embargo, las
personalidades expuestas a la curiosidad del público menudo habían sido
decapitadas. No me parece razonable adoptar una solución tan expeditiva y
literalmente tajante en el caso de los marianos y las ritas. Me gustaría verlos
allá arriba, en la picota que es como decir el candelero de la fama, con la
cabeza bien alta; no descabezados. Aforados para toda la eternidad si lo
desean, con bula santificada que les exima de las vicisitudes tormentosas del
juicio final y les adjudique un lugar de privilegio en el limbo. No les quiero
mal. Son unos hijos de sus madres, pero, como ya dijo un presidente yanqui, son “nuestros”
hijos de sus madres.