El tercer sector de
la economía, sobre el que trataba en un post reciente en estas mismas páginas,
lo es en relación con los dos grandes sectores tradicionales, el público y el
privado. Pero desde hace unas decenas de años, el ámbito de lo privado
monopoliza el panorama, mientras que el empleo público decae de forma
continuada, a medida que las corporaciones públicas “externalizan” los
servicios que prestaban a la comunidad y los arriendan a empresas de nuevo
cuño, “privadopúblicas”, que se mueven a partir de la lógica del reparto de
dividendos en lugar de tener como principal prioridad la satisfacción de los
usuarios.
Una situación que
sería posible revertir, como ha empezado a demostrar el Ayuntamiento de
Barcelona. A partir de la definición de unos servicios “esenciales y
estratégicos”, el equipo de Ada Colau ha empezado a remunicipalizar un empleo que
en años anteriores no era considerado esencial sino marginal; no estratégico,
sino fungible. El modesto comienzo de la operación ha sido ofrecer nuevos contratos
a 31 educadoras de tres guarderías que ya habían nacido externalizadas, a 37
trabajadoras del Servicio de Atención, Recuperación y Acogida de mujeres (SARA),
y a los 24 empleados de los Puntos de Información y Atención a la Mujer (PIAD).
No solo se produce una subrogación municipal en contratos que ya existían;
también se ampliará plantilla y se mejorará la metodología.
Se trata de un plan gradual; los nuevos contratos
municipales se sustancian en el momento en que concluían los términos previstos
en los contratos privados anteriores; hay en ese sentido una sustitución de
empleo precario por empleo fijo y de mayor calidad. La medida se extenderá en
su momento a la cadena de televisión municipal BTV, y a los sectores del
suministro eléctrico y de la gestión del agua (mancomunada en este último caso
para toda el área metropolitana de Barcelona). En los tres casos hay pleitos de
por medio, y recursos pendientes por parte de las empresas concesionarias. En
la medida en que se produzcan sentencias favorables a los trabajadores, estos
se irán incorporando a la plantilla de un Ayuntamiento que prevé incrementar en
un 10% sus actuales efectivos de 12.000 empleados/as. La medida es posible por
el ahorro conseguido con la restricción de los presupuestos del anterior
consistorio en obras suntuarias y en rubros tales como dietas y gastos de
representación del alto funcionariado.
Ada Colau es, a lo largo de veinticuatro horas durante
siete días a la semana, el blanco de las iras de la “Barcelona guapa”. Ada no
es moderna, no mola, un académico de la lengua determinó que su puesto de
trabajo idóneo sería de pescatera en un mercado. Y ella no se ofendió. Lógico,
yo haría cola con gusto delante del puesto de Colau en un mercado municipal.
Colau tiene la sensibilidad de entender lo público como
servicio concreto y no como escaparate (o pista de aterrizaje) para el mejor
despliegue de las multinacionales.
A partir de la idea nuclear puesta en marcha por el
Ayuntamiento de Barcelona, podría desarrollarse todo un programa complejo para
revitalizar ciertas dimensiones (no todas, desde luego) del sector público de
la economía, con atención particular al crecimiento de empleo digno y
satisfactorio en el ámbito de los servicios públicos. El Estado, por supuesto,
tendría un lugar destacado en ese programa. Pero el Estado habrá de dejar a un
lado su pretensión desmesurada de erigirse como interlocutor único y exclusivo
del ciudadano en el territorio económico y fiscal.