jueves, 15 de septiembre de 2016

REBUS EL OBLICUO


Ian Rankin ha ganado el premio RBA de novela negra de este año. El premio es lo de menos, sabemos bien la carga publicitaria de dudosa ley que acarrean los premios literarios muchas veces; la buena noticia es que John Rebus, el policía jubilado oficialmente por su autor en 2007, cabalga de nuevo en una aventura titulada “Perros salvajes”. Es la vigésima aparición de Rebus en las librerías. Yo habré leído seis o siete de sus historias, y correré a comprar la nueva, cuando aparezca. También he leído dos novelas de Rankin sin Rebus: buenas historias, bien construidas, bien contadas. Solo un defecto: Rebus no está en ellas.
Les pasó a Doyle con Holmes y a Simenon con Maigret; los personajes podían más que sus creadores. Agatha Christie decidió publicar la última aventura de Poirot después de su propia muerte, para no tener que arrepentirse luego de haberlo matado. Sucede con estos autores que, cuando no está el personaje para sostener la historia, la historia deja de tener la misma autenticidad. No es que no nos guste la trama, pero…
Rebus tiene una leyenda detrás: la de un policía oscuro, violento en sus métodos, poco escrupuloso en la diferenciación de los campos de la ley y el orden de un lado, y del otro en la utilización de métodos extralegales para combatir el crimen o bien en ocasiones extraordinarias, ¿por qué no?, llegar a soluciones pactadas con los criminales. El ciudadano honrado sale ganando de todos modos, ¿no es así?
En una institución policial, la de Edimburgo y alrededores, acomplejada por la urgencia de depurar sus métodos y someter a un control riguroso a unos efectivos propios muy maleados, Rebus es un incordio, un elemento cuya actividad en un caso criminal es necesario supervisar con todo cuidado. Pero también es una mina de información, un veterano con contactos preciosos en el mundo del hampa debidos al roce prolongado con algunos de los principales capos de bandas criminales que mantienen sus propias guerras intestinas. Y en último lugar, pero no el menor, es un hombre que conoce los secretos de la “casa”, las historias que solo se airean en voz baja en los pasillos; en consecuencia, potencialmente peligroso. Si se añade a ello su condición de gran bebedor y su fama de bronquista irredento, resulta que cada nuevo caso obliga a Rebus a moverse con diligencia en dos frentes: el principal, que es el caso a resolver, y el colateral debido a los palos en las ruedas puestos por sus propios superiores. Para moverse con cierta soltura en ese terreno incierto, Rebus utiliza procedimientos oblicuos, tendentes a evitar los choques directos y las trayectorias de colisión con las dos partes enfrentadas implicadas en la trama.
Siobhan Clarke, una bella agente que empieza por ser subordinada suya, y de ahí pasa a compañera y luego a jefa directa o indirecta, le ayuda a soslayar las minas ocultas en campo propio. Es inteligente, irónica, cómplice angelical de sus inspiraciones más diabólicas, protectora eficaz en las numerosas ocasiones en las que Rebus necesita protección. Entre los dos, resuelven casos notablemente complejos. La hoja de servicios de Clarke suele salir beneficiada de ellos, mientras que la de Rebus, no. El resultado a efectos de escalafón no les importa gran cosa a ninguno de los dos, de todos modos.
Rankin quiso en cierto momento de su carrera literaria dar el papel protagonista de sus historias a un tercer personaje, Malcolm Fox, el controlador, el espía de las altas esferas, el profesional intachable que sin embargo tiene también su lado oscuro. Pero el experimento no salió bien, y Rebus, jubilado oficialmente por su autor en 2007, ha vuelto a lidiar con nuevos casos imposibles, a través de diversos pretextos y con funciones nunca especificadas con una claridad cristalina. Su carácter de investigador oblicuo se ha reforzado por esa vía. Bienvenido sea su nuevo caso, y bienvenido, aunque el asunto sea accesorio, el premio concedido a esta última novela.