Sigmund Freud: algunos políticos deberían hacer más caso de su teoría del retorno de lo reprimido.
La burbuja de los
partidos coyunturales de diseño ha pinchado; después de Rosa Díez (UPyD), que
ha protagonizado un breve cameo en la última campaña pidiendo el voto para el
PP, le ha llegado a Alberto Rivera (C’s) la hora de emprender la retirada y
alejarse de su buena muchachada. Alberto ha trazado una de las parábolas más
vistosas y sorprendentes en el escenario de la política española, tanto en su
fase de ascenso meteórico como en la de batacazo fulminante, más que descenso.
Un caso para estudiar en un master en
las aulas universitarias, como diría Íñigo Errejón, el cual por otra parte
debería dedicarse también, antes que luego, a estudiar su propio caso.
Partidos
coyunturales, plataformas de diseño basadas en la transversalidad, en el poder amplificador
de los medios, y en la inmediatez de las respuestas al electorado: oferta
personalizada, a domicilio y a cortísimo plazo.
La burbuja ha
pinchado: se trataba de artificios, constructos ad hoc, financiados por los
grandes poderes fácticos promotores del TINA (no hay alternativa), y con la
finalidad última de sostener el statu quo con el viejo truco de “lo último, el
no va más”, cambiarlo todo para que nada cambie.
Hay sin embargo
novedades más sustanciosas que descomponen el bipartidismo básico que imperaba
desde la transición. Se delinean Unidas Podemos por la izquierda y Vox por la
derecha, habida cuenta de que los dos grandes partidos se reagrupan hacia el
centro después de ensayos más o menos fugaces de atrapalotodo por ambas partes.
(A propósito, y dicho de pasada: vuelve a hablarse de una “gran coalición”
PSOE-PP como solución a la “nueva transversalidad” del electorado, que es más
un mito de laboratorio politológico que una realidad de la calle).
Vox no es una
opción coyuntural; es vieja, es cutre, es fideísta, pero obedece a una porción del
electorado que es también así. Su voto último ha venido inflado por la
indignación, pero no desaparecerá con la misma facilidad que la plataforma de
Rivera, porque no es un “invento” aunque sí esté patrocinado.
En cuanto a Unidas
Podemos, tiene la ocasión de afirmar su utilidad para mucha gente, gracias al
recentísimo pacto ─de ayer mismo─ de coalición para gobernar. En la misma línea
de sensatez de las izquierdas sería necesario recuperar al grupo de Errejón para
una mayoría estable, menos peleona en las formas y más cuidadosa con las
sinergias. Más País no tiene sentido, como no lo tuvo en su momento la
intentona de Llamazares con el juez Garzón. No puede ser buena una situación en la que
los líderes de opinión tienden a buscarse la vida por su cuenta desparramándose
por las costuras abiertas de unos partidos que combinan la escasez de
militantes con un exceso de ortodoxia ideológica y de rigidez organizativa.
También parecen
destinadas a perdurar en el tiempo las opciones nacionalistas en Euskadi y en
Cataluña. Mala idea es esa moción que propone ilegalizarlas, negarles de forma
drástica un puesto al sol en el panorama monocorde de una España recentralizada.
Como mínimo, convendría que los fautores de semejante idea estudiaran al
maestro del psicoanálisis Sigmund Freud, que fue quien enunció, con aparato
científico contundente, la ley general del retorno de lo reprimido con una
fuerza multiplicada, que llega a hacerse obsesiva. Es justo lo que está pasando
ahora en Cataluña, y no es cosa de hacer chistes ni de soluciones del tipo de “esto
lo arreglo yo en cinco minutos”.