miércoles, 13 de noviembre de 2019

DECADENCIA Y CAÍDA DE LOS PARTIDOS DE DISEÑO



Sigmund Freud: algunos políticos deberían hacer más caso de su teoría del retorno de lo reprimido.


La burbuja de los partidos coyunturales de diseño ha pinchado; después de Rosa Díez (UPyD), que ha protagonizado un breve cameo en la última campaña pidiendo el voto para el PP, le ha llegado a Alberto Rivera (C’s) la hora de emprender la retirada y alejarse de su buena muchachada. Alberto ha trazado una de las parábolas más vistosas y sorprendentes en el escenario de la política española, tanto en su fase de ascenso meteórico como en la de batacazo fulminante, más que descenso. Un caso para estudiar en un master en las aulas universitarias, como diría Íñigo Errejón, el cual por otra parte debería dedicarse también, antes que luego, a estudiar su propio caso.

Partidos coyunturales, plataformas de diseño basadas en la transversalidad, en el poder amplificador de los medios, y en la inmediatez de las respuestas al electorado: oferta personalizada, a domicilio y a cortísimo plazo.

La burbuja ha pinchado: se trataba de artificios, constructos ad hoc, financiados por los grandes poderes fácticos promotores del TINA (no hay alternativa), y con la finalidad última de sostener el statu quo con el viejo truco de “lo último, el no va más”, cambiarlo todo para que nada cambie.

Hay sin embargo novedades más sustanciosas que descomponen el bipartidismo básico que imperaba desde la transición. Se delinean Unidas Podemos por la izquierda y Vox por la derecha, habida cuenta de que los dos grandes partidos se reagrupan hacia el centro después de ensayos más o menos fugaces de atrapalotodo por ambas partes. (A propósito, y dicho de pasada: vuelve a hablarse de una “gran coalición” PSOE-PP como solución a la “nueva transversalidad” del electorado, que es más un mito de laboratorio politológico que una realidad de la calle).

Vox no es una opción coyuntural; es vieja, es cutre, es fideísta, pero obedece a una porción del electorado que es también así. Su voto último ha venido inflado por la indignación, pero no desaparecerá con la misma facilidad que la plataforma de Rivera, porque no es un “invento” aunque sí esté patrocinado.

En cuanto a Unidas Podemos, tiene la ocasión de afirmar su utilidad para mucha gente, gracias al recentísimo pacto ─de ayer mismo─ de coalición para gobernar. En la misma línea de sensatez de las izquierdas sería necesario recuperar al grupo de Errejón para una mayoría estable, menos peleona en las formas y más cuidadosa con las sinergias. Más País no tiene sentido, como no lo tuvo en su momento la intentona de Llamazares con el juez Garzón. No puede ser buena una situación en la que los líderes de opinión tienden a buscarse la vida por su cuenta desparramándose por las costuras abiertas de unos partidos que combinan la escasez de militantes con un exceso de ortodoxia ideológica y de rigidez organizativa.

También parecen destinadas a perdurar en el tiempo las opciones nacionalistas en Euskadi y en Cataluña. Mala idea es esa moción que propone ilegalizarlas, negarles de forma drástica un puesto al sol en el panorama monocorde de una España recentralizada. Como mínimo, convendría que los fautores de semejante idea estudiaran al maestro del psicoanálisis Sigmund Freud, que fue quien enunció, con aparato científico contundente, la ley general del retorno de lo reprimido con una fuerza multiplicada, que llega a hacerse obsesiva. Es justo lo que está pasando ahora en Cataluña, y no es cosa de hacer chistes ni de soluciones del tipo de “esto lo arreglo yo en cinco minutos”.