viernes, 8 de noviembre de 2019

UNIDAD O CONVIVENCIA


Nos llega desde el centro el enésimo aviso de que unidad de España no hay más que una, y cualquier otra propuesta de unidad diferente de la fetén será debidamente ilegalizada cuando manden de nuevo los que siempre han mandado.

El aviso a navegantes nos llega desde la Asamblea de la Comunidad de Madrid, dispuesta como casi siempre a subrogarse en la soberanía nacional, diga o no diga tal cosa la Constitución de todos los españoles. A todos los demás españoles, que les den, debe decirse a sí misma la alta cámara representativa de la madrileñidad. Son aproximadamente las mismas habas que se vienen cociendo en estas latitudes.

Madrid se ha comportado alternativamente como capital y como quintaesencia, como rompeolas de todas las Españas y como rompeEspañas de todas las olas. Ahora reincide en sus viejos vicios: catolicismo a machamartillo, y luz de Trento. Y al que no le acomode una dieta tan indigesta, que lo zurzan.

Así lo sostiene impertérrita la derecha una y trina, mayoritaria en la Asamblea. La iniciativa aprobada en Madrid es una razón importante para ir a votar (a la contra) pasado mañana. ¿Alguien dudaba de que, en primer término y antes de pensar sobre el qué, resulta imprescindible ir a votar pasado mañana?

Votar el qué es otra cuestión, ciertamente, y no de menor importancia. Sugiero modestamente un voto no meramente declarativo, sino útil. Útil en el sentido preciso como lo es un destornillador que desbloquee esta unidad monolítica, basada en la falsa moneda de una ideología unánime que nadie comparte, ineficaz a todos los efectos para arribar solos o en compañía de otros a algún tipo de futuro.

El voto plural debería dar paso a una convivencia ilustrada, no al trazado de nuevas y más firmes líneas rojas entre las distintas plataformas ideológicas sorprendentemente parecidas entre ellas. Se podría empezar por “calificar” a los rivales electorales, en lugar de descalificarlos. Con las descalificaciones no se consigue más unidad, sino más encastillamiento.

Es la convivencia, entonces, la única vía que puede conducir, después de un largo camino compartido ─el roce engendra el cariño, dicen─ a la unidad de los diferentes. (Lo siento, queridos/as asamblearios/as madrileños/as y queridos/as indepes de “casa nuestra”: lo imposible en este pleito multilateral es suprimir las diferencias entre las partes, menos aún por real decreto o por ley de desconexión. Podemos aunar esfuerzos ímprobos para alcanzar el difícil objetivo de convivir unos con otros; no, en ningún caso, para hacernos uniformemente iguales. Esa idea totalitaria de una patria igual a sí misma e idéntica en todas sus partes, no es de recibo.)