Nos llega desde el
centro el enésimo aviso de que unidad de España no hay más que una, y cualquier
otra propuesta de unidad diferente de la fetén será debidamente ilegalizada
cuando manden de nuevo los que siempre han mandado.
El aviso a
navegantes nos llega desde la Asamblea de la Comunidad de Madrid, dispuesta
como casi siempre a subrogarse en la soberanía nacional, diga o no diga tal
cosa la Constitución de todos los españoles. A todos los demás españoles, que
les den, debe decirse a sí misma la alta cámara representativa de la
madrileñidad. Son aproximadamente las mismas habas que se vienen cociendo en
estas latitudes.
Madrid se ha
comportado alternativamente como capital y como quintaesencia, como rompeolas
de todas las Españas y como rompeEspañas de todas las olas. Ahora reincide en
sus viejos vicios: catolicismo a machamartillo, y luz de Trento. Y al que no le
acomode una dieta tan indigesta, que lo zurzan.
Así lo sostiene
impertérrita la derecha una y trina, mayoritaria en la Asamblea. La iniciativa
aprobada en Madrid es una razón importante para ir a votar (a la contra) pasado
mañana. ¿Alguien dudaba de que, en primer término y antes de pensar sobre el
qué, resulta imprescindible ir a votar pasado mañana?
Votar el qué es otra
cuestión, ciertamente, y no de menor importancia. Sugiero modestamente un voto no
meramente declarativo, sino útil. Útil en el sentido preciso como lo es un
destornillador que desbloquee esta unidad monolítica, basada en la falsa moneda
de una ideología unánime que nadie comparte, ineficaz a todos los efectos para
arribar solos o en compañía de otros a algún tipo de futuro.
El voto plural debería
dar paso a una convivencia ilustrada, no al trazado de nuevas y más firmes
líneas rojas entre las distintas plataformas ideológicas sorprendentemente
parecidas entre ellas. Se podría empezar por “calificar” a los rivales
electorales, en lugar de descalificarlos. Con las descalificaciones no se
consigue más unidad, sino más encastillamiento.
Es la convivencia,
entonces, la única vía que puede conducir, después de un largo camino
compartido ─el roce engendra el cariño, dicen─ a la unidad de los diferentes. (Lo siento,
queridos/as asamblearios/as madrileños/as y queridos/as indepes de “casa
nuestra”: lo imposible en este pleito multilateral es suprimir las diferencias
entre las partes, menos aún por real decreto o por ley de desconexión. Podemos aunar
esfuerzos ímprobos para alcanzar el difícil objetivo de convivir unos con otros;
no, en ningún caso, para hacernos uniformemente iguales. Esa idea totalitaria
de una patria igual a sí misma e idéntica en todas sus partes, no es de
recibo.)