Olga Tokarczuk y Peter Handke,
premios Nobel de Literatura en 2018 y 2019, respectivamente.
Después de las
dimisiones voraginosas que dejaron reducido el año pasado el comité del Nobel a
un grupito de friquis peleados entre ellos, cabía esperar que el retorno a la grandeur de la Academia Sueca, anunciado
al son de los claros clarines, comportara lo que canónicamente exige la santa
iglesia para el perdón de los pecados: a saber, dolor de corazón y propósito de
enmienda.
Nada más lejos de
la realidad. Los premiados han sido Peter Handke y Olga Tokarczuk. Ella era una
desconocida en el panorama internacional de las letras, y es muy posible que lo
siga siendo en adelante. En síntesis, ni fu ni fa. Handke, por su parte, bien
conocido desde hace décadas y por muy distintas razones, es definitivamente fu.
Dice Fernando Savater
que, a pesar de todo, Handke ha merecido el Nobel. Estaré de acuerdo con él si
me aclara qué significa “merecer” el Nobel.
Es posible (difícil,
pero posible) sostener que la excelencia de la literatura de Handke no tiene nada que ver
con su apoyo sin matices a la causa serbia (que incluyó un genocidio
constatado) y sus loas a Slobodan Milosevic.
La disociación de
las dos cuestiones vale en todo caso para la excelencia en literatura. Ahí está
el ejemplo de Céline, que defendió causas todavía más siniestras que Handke y
fue, sin embargo, un gran escritor.
Pero Céline no fue
galardonado con el premio Nobel. Y es mucho más difícil demostrar que la “no”
concesión del Nobel a Céline no tuvo nada que ver con sus posicionamientos políticos.
Benito Pérez Galdós
iba a ser premiado con el Nobel, pero intervino la diplomacia española, que lo
tenía enfilado por su escaso aprecio a la monarquía de Alfonso XIII, y el
galardón fue a parar de rebote a don José de Echegaray. ¿Recuerdan ustedes a
Echegaray? ¿Han visto o leído alguno de sus dramas? ¿Se le atribuye un lugar eminente
en alguna historia de la literatura española escrita con cierta dosis de
distanciamiento? ¿“Merecía” el Nobel Echegaray? ¿Lo “merecía” Galdós? ¿Lo “mereció”
Cela? ¿O Bob Dylan? ¿O la simpática Tokarczuk, que ha ejercido en su corta carrera en las letras de Kelly y de
niñera?
Si partimos de la
premisa de que la excelencia en literatura y el galardón anual del Nobel de la
disciplina siguen caminos abiertamente divergentes, que solo se cruzan y
coinciden en determinados nombres casi por arte de magia, llegaremos a la
conclusión de que todos los premiados con el Nobel lo han merecido, puesto que
han ganado la votación decisiva en el comité creado al efecto dentro de la
Academia Sueca.
Otra cosa muy
distinta es si los miembros del comité del Nobel merecen estar donde están, y
juzgar los méritos de los autores como los juzgan.
El tema habría
ofrecido una distracción oportuna a los teólogos del cristianismo naciente que
se enzarzaron en acaloradas disputas sobre el sexo de los ángeles.