Imagen reciente de Anita Sirgo,
una de las protagonistas de la Huelgona de la minería asturiana en 1962.
Desgranaba maíz delante de los esquiroles que entraban a trabajar a los pozos;
una forma de llamarles gallinas.
El otro día, en
Torremolinos, ejercí modestamente de “histórico”. Sobre la mesa, delante de mi
asiento, una cartela decía: «Paco Rodríguez de Lecea, histórico de CCOO». Lo
histórico, sin embargo, fueron las CCOO, los acontecimientos que se vivieron
colectivamente, y todo lo más algunas grandes personalidades entre las que no
sueño con contarme. Que yo sea histórico no significa en rigor más que dos
cosas: que soy viejo, y que estuve allí. Ninguna otra cualidad añadida.
Alguien, en el mini
coloquio que siguió a las intervenciones, preguntó si no teníamos miedo en aquella
orgía de represión. Anita Sirgo, asturiana, minera de Langreo, contestó por los
cuatro ponentes:
─ ¿Miedo? ¿Qué si
teníamos miedo? Estábamos acojonaos… Pero a ver qué remedio…
Más que hacer nosotros/as
la historia, la historia nos cae encima. Históricos lo somos todos/as, esa es
la verdad, en algún momento puntual, en el cuarto de hora de protagonismo que a
todos/as nos toca. En ese trance concreto, cada cual hace honestamente lo que debe
y lo que puede, dada la situación con la que le ha tocado bailar.
Y dos notas
añadidas a la forma en que empezó “todo aquello”. La primera, éramos muy
jóvenes. Recuerdo a ese propósito una frase de la escritora Alice Munro, que he
citado ya en otra ocasión en estas páginas: a los treinta años, dice Munro, vemos
las cosas que nos pasan como si le estuvieran pasando a otra persona. (Nosotros ni siquiera llegábamos entonces a los treinta. Y en
ningún momento, constato, se nos ocurrió que lo que nos estaba sucediendo fuera
historia; que nosotros/as mismos/as fuéramos históricos de alguna forma o por
alguna analogía.)
La segunda nota la
expliqué en mi parlamento: nosotros no éramos los vencidos de la guerra
incivil; éramos otra generación, estábamos ya en otra película. La derrota no
estaba en nuestra herencia genética, y por esa razón pasamos por encima de
todas las dificultades con la idea de que teníamos de nuestro lado la razón, y
con la razón de tu lado siempre ganas, como se enseña en el cine.
Claro que tuvimos
miedo, claro que estábamos acojonaos. El hecho objetivo es que no pisamos nunca
el freno porque, como dijo Anita, “a ver qué remedio…”