lunes, 11 de noviembre de 2019

NADA QUE AÑADIR




La Sibila de Cumas, fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.


Se constata que uno de los fakes más rentables de nuestra pos-sociedad del pos-conocimiento es el de los escrutadores de sondeos. Ellos han ejercido de modernas sibilas y llevado en andas al gran líder de la mayoría de abril, Pedro Sánchez ─esa alma de cántaro─ a pegarse el tiro en el pie con una repetición electoral que los adictos a la cuenta de la vieja preveíamos contraproducente.

Lo ha sido. Por el prurito de no ceder una vicepresidencia y tres ministerios, el PSOE ha perdido la mayoría absoluta en el Senado, y sus cantos de sirena en dirección a Rivera han acabado por engordar, precisamente con los escaños de Rivera ─tenido por no fiable, con razón─, a la oposición pura y a la dura.

Durante cinco meses, Sánchez ha dado una y otra vez el mismo mensaje: no quiere compromisos con nadie, y menos que con nadie, con los sindicatos y con las políticas sociales. Ha reafirmado su apuesta por Nadia Calviño, tan bien vista en los medios europeos austericidas, para una vicepresidencia económica; ha puesto entre paréntesis la reconducción prometida antaño de las reformas laborales que han dejado inermes a las clases trabajadoras; y ha dejado en sordina el otro tema que podía haber sido estrella en esta situación: una revolución verde para afrontar el cambio climático, con lo que la formulación podía haber tenido de incentivo a la innovación, a las reformas estructurales y a la generación de empleo. Sánchez no ha querido arriesgar absolutamente nada en el trance, porque sus gurús le informaban sotto voce de que esto estaba ganado y las derechas andaban pidiendo cuartelillo.

La gran baza con la que contaba para ganar otro millón de votos ha sido posiblemente la sentencia del juez Marchena. El PSOE la ha exhibido orgullosamente, como si fuera suya en lugar del juez Marchena. Sánchez ha empeorado las cosas afirmando ─en otro tema, pero por los mismos vericuetos─ que los fiscales cumplían órdenes del gobierno (luego ha achacado al “cansancio” su error constitucional, que es tanto como decir mayúsculo).

Y, de otra parte, se ha dejado ir hasta ensayar la eliminación de la perspectiva federal de su programa. También este error capital lo ha corregido sobre la marcha, pero tantas autocorrecciones acaban por dejar muy emborronada su plana de propósitos por cumplir en la legislatura. Y hablo de error capital a la vista de que los resultados globales del PSOE se vienen sosteniendo regularmente de una manera sustancial debido a su caladero de votos en las nacionalidades históricas de Euskadi y Cataluña, donde ni PP ni Vox rascan mayormente bola. Si Sánchez cercena la perspectiva ofrecida de apoyo mutuo y de alianza, en aras a la visión estrechamente madrileñista de sus sibilas de turno, pronto oiremos al profeta Jeremías anunciar rasgándose las vestiduras que, en efecto, España se ha roto, y no hay ya quien tenga la capacidad de recoserla.

La otra iniciativa electoral a la que ha fiado el PSOE un aumento potencial de votos ha sido la Exhumación, con mayúscula. Un ingrediente puramente emocional, que en definitiva no ha engrosado su cuenta corriente sino, paradojas de la situación, la de Vox. La Exhumación era inexcusable (hace cuarenta años que debió hacerse, pero entonces los augures y las sibilas profetizaban en otro sentido), y sin embargo no podía cumplir la función de aliciente para el electorado porque, al igual que la sentencia del procés, su significado no era político sino institucional.

La cadena de errores del primer partido de la izquierda se ha extendido al segundo, Unidas Podemos, que ha fiado su suerte al papel de segundo de a bordo en una potencial coalición en la que había de ejercer de Pepito Grillo; sin contar para tal balance el plus de las habituales gesticulaciones de su cabeza de lista en los debates televisados.

También se ha extendido la cadena de errores citada al espada restante de la terna, Íñigo Errejón, que sencillamente no ha cuajado como solución de emergencia para desatascar el actual bloqueo. Nadie (salvo en Madrid, donde conserva cierto predicamento) ha considerado que valiera la pena votar su lista con preferencia a otras, habida cuenta de que su propuesta era similar a la del tope que se coloca en la pata coja de una silla.

En estas circunstancias, el voto mayoritario de país a las propuestas de las izquierdas se ha mantenido a pesar de todo; eso sí, ligeramente a la baja, y ─no diré de ningún modo con la nariz tapada, porque la cosa no es para tanto─ con una punta de resignación, habida cuenta de que la alternativa era mucho peor.

Si de tales lecciones colectivas alguien en la torre del homenaje saca alguna conclusión que sea útil, miel sobre hojuelas. Si no, entraremos una vez más en el tobogán de la investidura con multitud de líneas rojas atravesando el espacio de negociación, sinfines de runrunes filtrados a los medios, cobras televisadas en bucle, y sonoras descalificaciones off the record ante la prensa canallesca, a todo lo que se mueva.

Un espectáculo cansino al que ya nos tiene demasiado acostumbrados la casta política. Ojalá que al menos las nuevas cámaras de la soberanía nacional no empiecen su andadura votándose un aumento de sueldo.