La Sibila de Cumas, fresco de
Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Se constata que uno
de los fakes más rentables de nuestra
pos-sociedad del pos-conocimiento es el de los escrutadores de sondeos. Ellos
han ejercido de modernas sibilas y llevado en andas al gran líder de la mayoría
de abril, Pedro Sánchez ─esa alma de cántaro─ a pegarse el tiro en el pie con una
repetición electoral que los adictos a la cuenta de la vieja preveíamos contraproducente.
Lo ha sido. Por el
prurito de no ceder una vicepresidencia y tres ministerios, el PSOE ha perdido
la mayoría absoluta en el Senado, y sus cantos de sirena en dirección a Rivera han
acabado por engordar, precisamente con los escaños de Rivera ─tenido por no
fiable, con razón─, a la oposición pura y a la dura.
Durante cinco meses,
Sánchez ha dado una y otra vez el mismo mensaje: no quiere compromisos con
nadie, y menos que con nadie, con los sindicatos y con las políticas sociales.
Ha reafirmado su apuesta por Nadia Calviño, tan bien vista en los medios
europeos austericidas, para una vicepresidencia económica; ha puesto entre paréntesis
la reconducción prometida antaño de las reformas laborales que han dejado
inermes a las clases trabajadoras; y ha dejado en sordina el otro tema que
podía haber sido estrella en esta situación: una revolución verde para afrontar
el cambio climático, con lo que la formulación podía haber tenido de incentivo
a la innovación, a las reformas estructurales y a la generación de empleo.
Sánchez no ha querido arriesgar absolutamente nada en el trance, porque sus
gurús le informaban sotto voce de que esto estaba ganado y las derechas andaban
pidiendo cuartelillo.
La gran baza con la
que contaba para ganar otro millón de votos ha sido posiblemente la sentencia
del juez Marchena. El PSOE la ha exhibido orgullosamente, como si fuera suya en
lugar del juez Marchena. Sánchez ha empeorado las cosas afirmando ─en otro tema, pero por los mismos vericuetos─ que los fiscales
cumplían órdenes del gobierno (luego ha achacado al “cansancio” su error
constitucional, que es tanto como decir mayúsculo).
Y, de otra parte, se
ha dejado ir hasta ensayar la eliminación de la perspectiva federal de su
programa. También este error capital lo ha corregido sobre la marcha, pero
tantas autocorrecciones acaban por dejar muy emborronada su plana de propósitos
por cumplir en la legislatura. Y hablo de error capital a la vista de que los
resultados globales del PSOE se vienen sosteniendo regularmente de una manera
sustancial debido a su caladero de votos en las nacionalidades históricas de
Euskadi y Cataluña, donde ni PP ni Vox rascan mayormente bola. Si Sánchez cercena
la perspectiva ofrecida de apoyo mutuo y de alianza, en aras a la visión
estrechamente madrileñista de sus sibilas de turno, pronto oiremos al profeta
Jeremías anunciar rasgándose las vestiduras que, en efecto, España se ha roto,
y no hay ya quien tenga la capacidad de recoserla.
La otra iniciativa
electoral a la que ha fiado el PSOE un aumento potencial de votos ha sido la
Exhumación, con mayúscula. Un ingrediente puramente emocional, que en
definitiva no ha engrosado su cuenta corriente sino, paradojas de la situación,
la de Vox. La Exhumación era inexcusable (hace cuarenta años que debió hacerse,
pero entonces los augures y las sibilas profetizaban en otro sentido), y sin
embargo no podía cumplir la función de aliciente para el electorado porque, al
igual que la sentencia del procés, su
significado no era político sino institucional.
La cadena de
errores del primer partido de la izquierda se ha extendido al segundo, Unidas
Podemos, que ha fiado su suerte al papel de segundo de a bordo en una potencial
coalición en la que había de ejercer de Pepito Grillo; sin contar para tal
balance el plus de las habituales gesticulaciones de su cabeza de lista en los
debates televisados.
También se ha
extendido la cadena de errores citada al espada restante de la terna, Íñigo
Errejón, que sencillamente no ha cuajado como solución de emergencia para desatascar
el actual bloqueo. Nadie (salvo en Madrid, donde conserva cierto predicamento) ha
considerado que valiera la pena votar su lista con preferencia a otras, habida
cuenta de que su propuesta era similar a la del tope que se coloca en la pata
coja de una silla.
En estas
circunstancias, el voto mayoritario de país a las propuestas de las izquierdas
se ha mantenido a pesar de todo; eso sí, ligeramente a la baja, y ─no diré de
ningún modo con la nariz tapada, porque la cosa no es para tanto─ con una punta
de resignación, habida cuenta de que la alternativa era mucho peor.
Si de tales lecciones
colectivas alguien en la torre del homenaje saca alguna conclusión que sea
útil, miel sobre hojuelas. Si no, entraremos una vez más en el tobogán de la investidura
con multitud de líneas rojas atravesando el espacio de negociación, sinfines de
runrunes filtrados a los medios, cobras televisadas en bucle, y sonoras descalificaciones
off the record ante la prensa
canallesca, a todo lo que se mueva.
Un espectáculo cansino
al que ya nos tiene demasiado acostumbrados la casta política. Ojalá que al
menos las nuevas cámaras de la soberanía nacional no empiecen su andadura
votándose un aumento de sueldo.