jueves, 14 de noviembre de 2019

LAS BELLEZAS TERRESTRES



Jeanne Duval retratada ─vestida─ en un diván, por Édouard Manet en 1862. El poema de Baudelaire fue escrito veinte años antes.

Marc Bassets anuncia en elpais (1) el descubrimiento de un cuarteto inédito de Charles Baudelaire, escrito de su puño y letra en un ejemplar de la primera edición de Las flores del mal dedicado a un amigo periodista.

Se trataría de la novena estrofa de “Les bijoux”, uno de los poemas malditos del autor, expurgados por la censura después de un juicio resonante. El cuarteto, sin embargo, fue escrito mucho después que la composición a la que se añade. Esta se sitúa en torno al año 1842, dentro del llamado “ciclo de Jeanne”, es decir de los poemas dedicados por Baudelaire a su amante haitiana Jeanne Duval, y caracterizados por un erotismo de altísimo voltaje. Sin embargo, la primera edición del libro tuvo lugar quince años después, en 1857, y la nueva estrofa está anotada a mano sobre un ejemplar impreso.

Por en medio hubo un intento fallido de suicidio, del que he dado cuenta en otro lugar de estas páginas (2), y muchas otras vicisitudes personales para Baudelaire, apremiado en general por los alcoholes y la falta de medios de vida, y más abrumado que satisfecho por las “alas de gigante” con que el genio le había dotado, y que, como las del albatros en una de sus composiciones más conocidas, le permitían un vuelo incomparable, pero le impedían caminar por el suelo común.  

Hubo dos ediciones más de Las flores del mal en vida del poeta, y este no consideró oportuno incluir, en el poema en cuestión, el añadido que improvisó al escribir una dedicatoria. Se trataría entonces de una especie de “verso libre” escrito a beneficio de inventario para el lector al que estaba destinado el ejemplar; pero merece sin la menor duda una nota a pie de página en futuras ediciones.

La composición “Les bijoux” comienza así: «La très-chère était nue,et, connaissant mon coeur, / elle n’avait gardé que ses bijoux sonores…» (“La muy querida estaba desnuda y, conociendo mi corazón, solo llevaba encima sus joyas sonoras…”). Delante del “candor unido a la lubricidad” de las poses de la mujer tendida en un diván, el poeta se describe a sí mismo como un “alma en reposo” que se ha sentado, “tranquila y solitaria”, en un rocher (roca) de cristal. El desfile voluptuoso ocurre frente a unos ojos “clarividentes y serenos”.  

A esta expresa actitud metafísica delante de la belleza terrenal corresponden los cuatro versos ahora resucitados:

Et je fus plein alors de cette Vérité:
Que le meilleur trésor que Dieu garde au Génie
Est de connaître à fond la terrestre Beauté,
Pour en faire jaillir le Rythme et l’harmonie.

Cinco términos aparecen subrayados con mayúscula: Verdad, Dios, Genio, Belleza, Ritmo. Más énfasis: el artista se siente “lleno” de esa Verdad que es el “mejor” tesoro que Dios le concede, al permitirle penetrar “a fondo” la Belleza terrenal y extraer así de ella su ritmo y su armonía.

No es el “mejor” verso de Baudelaire, ni el que contiene más “Verdad” ni “Belleza”. Pero tampoco es en absoluto desdeñable para comprender su estética y su intención.