Algunos deben de pensar que, como se siguen desayunando todas
las mañanas con el café con leche y los tejeringos de rigor, en este país
nuestro no pasa nunca nada. Unos contertulios defienden o critican nuestra
transición a la democracia, unánimes todos ellos, no obstante, en que aquel
modelo de convivencia en la diversidad asombró al mundo; otros alaban la
generosidad y la amplitud de miras que facilitaron el consenso de los padres de
la patria, como si aquello hubiese sido un rigodón versallesco entre barones de
casacas con encajes de Holanda en los puños y pelucas empolvadas; algunos más
firman manifiestos en los que piden rigor en el cumplimiento de la ley y
alertan de que los preceptos de nuestra Constitución son líneas rojas que no
pueden ser traspasadas por nadie y bajo ningún pretexto. Todos parecen
convencidos de que, bueno o malo, el terreno de juego establecido en 1978 es el
mismo en el que nos movemos. Y no es así. El Tribunal Constitucional acaba de
mandar a tomar viento el peregrino consenso de la transición y de cambiarnos de
un plumazo la
Constitución sin necesidad de enmendar ni uno sólo de sus
artículos, sino sencillamente considerando acorde con nuestra norma fundamental
la reforma laboral legislada por el gobierno del PP. Hace falta cuajo para
considerar la nueva reforma un fruto tardío de aquel consenso constituyente,
pero no es de cuajo de lo que anda deficiente el PP. Los recientes ataques a
las libertades y derechos ciudadanos, con un endurecimiento fáctico de la
represión de cualquier discrepancia, dan la medida del escaso respeto que
sienten los detentadores de nuestras instituciones por las leyes que ellos
mismos dictan, por el diálogo social, por la soberanía popular y por el
consenso. Cierto que están inquietos, que las cuentas electorales no les salen
y los dedos se les vuelven huéspedes. Todo muy comprensible, pero en cualquier
caso intolerable.
Intolerable, he dicho. Sin embargo, ¿es esa la opinión
predominante en la otra orilla, o también aquí se está pendiente de la
atribución de escaños y alcaldías predicha por los sondeos? Como advierte
Antonio Baylos en un texto-denuncia tan luminoso como combativo, Humillados y ofendidos, no puede fiarse todo al albur de un
vuelco electoral próximo. Entre otras razones, porque eso sería dar por bueno
que la democracia se reduce a la dictadura de la mayoría, y si la derecha es
mayoritaria puede hacer mangas y capirotes con la soberanía popular, con la Constitución y con el
respeto debido en democracia a los trabajadores y a los ciudadanos por el mero
hecho de serlo. Es necesario reaccionar ya. Dejar las cosas para después de las
calendas electorales sería peor que un error, sería sentar un precedente pésimo
en cuanto a los mínimos de calidad exigibles a nuestro estado chungo de
derecho.