jueves, 17 de julio de 2014

QUÉ TRANSICIÓN, QUÉ CONSENSO, QUÉ CONSTITUCIÓN

Algunos deben de pensar que, como se siguen desayunando todas las mañanas con el café con leche y los tejeringos de rigor, en este país nuestro no pasa nunca nada. Unos contertulios defienden o critican nuestra transición a la democracia, unánimes todos ellos, no obstante, en que aquel modelo de convivencia en la diversidad asombró al mundo; otros alaban la generosidad y la amplitud de miras que facilitaron el consenso de los padres de la patria, como si aquello hubiese sido un rigodón versallesco entre barones de casacas con encajes de Holanda en los puños y pelucas empolvadas; algunos más firman manifiestos en los que piden rigor en el cumplimiento de la ley y alertan de que los preceptos de nuestra Constitución son líneas rojas que no pueden ser traspasadas por nadie y bajo ningún pretexto. Todos parecen convencidos de que, bueno o malo, el terreno de juego establecido en 1978 es el mismo en el que nos movemos. Y no es así. El Tribunal Constitucional acaba de mandar a tomar viento el peregrino consenso de la transición y de cambiarnos de un plumazo la Constitución sin necesidad de enmendar ni uno sólo de sus artículos, sino sencillamente considerando acorde con nuestra norma fundamental la reforma laboral legislada por el gobierno del PP. Hace falta cuajo para considerar la nueva reforma un fruto tardío de aquel consenso constituyente, pero no es de cuajo de lo que anda deficiente el PP. Los recientes ataques a las libertades y derechos ciudadanos, con un endurecimiento fáctico de la represión de cualquier discrepancia, dan la medida del escaso respeto que sienten los detentadores de nuestras instituciones por las leyes que ellos mismos dictan, por el diálogo social, por la soberanía popular y por el consenso. Cierto que están inquietos, que las cuentas electorales no les salen y los dedos se les vuelven huéspedes. Todo muy comprensible, pero en cualquier caso intolerable.


Intolerable, he dicho. Sin embargo, ¿es esa la opinión predominante en la otra orilla, o también aquí se está pendiente de la atribución de escaños y alcaldías predicha por los sondeos? Como advierte Antonio Baylos en un texto-denuncia tan luminoso como combativo, Humillados y ofendidos, no puede fiarse todo al albur de un vuelco electoral próximo. Entre otras razones, porque eso sería dar por bueno que la democracia se reduce a la dictadura de la mayoría, y si la derecha es mayoritaria puede hacer mangas y capirotes con la soberanía popular, con la Constitución y con el respeto debido en democracia a los trabajadores y a los ciudadanos por el mero hecho de serlo. Es necesario reaccionar ya. Dejar las cosas para después de las calendas electorales sería peor que un error, sería sentar un precedente pésimo en cuanto a los mínimos de calidad exigibles a nuestro estado chungo de derecho.