Si no hay error en alguna parte, esta va a ser la entrada número
100 de Punto y Contrapunto. He pensado en una forma simbólica de celebración, y
lo que se me ha ocurrido es ceder la palabra a alguien con más autoridad y
solvencia que yo, para hacer un comentario sobre la actualidad. La actualidad
la veo en la pugna dentro de la izquierda de dos (por lo menos) generaciones
con formas muy distintas de concebir la acción y la reflexión política. El
comentario que propongo sobre esta coyuntura complicada no es directo sino
extrapolado, de refilón y por alusiones, porque la personalidad elegida por mí
para tomar la palabra en la ocasión es Antonio Gramsci.
En 1920, en vísperas del congreso de Reggio Emilia y con el
Partido Socialista deshilachándose en diferentes tendencias, Claudio Treves
hizo al llamado grupo ordinovista una acusación original, la de
bergsonismo. Gramsci se encontraba en aquel momento aislado incluso dentro de
la fracción comunista: enfrentado no sólo a Amadeo Bordiga, sino a Togliatti y
Terracini. Muy influido aún por la lectura de Croce y Salvemini, sus propuestas
de una síntesis entre espontaneidad y conciencia racional, entre necesidad y
libertad, ni eran bien comprendidas ni encajaban demasiado en los términos en
los que estaba planteado el debate del partido. Treves, abogado y periodista,
diputado desde 1906 y director de Avanti! entre
1909 y 1912, era el jefe de filas de la componente reformista del partido junto
a Filippo Turati. Se había ganado una cierta aura debido a un feroz duelo a sable
con Benito Mussolini (también socialista a la sazón), el 29 de marzo de 1915,
en la Bicocca
de Niguarda. Fueron 25 minutos divididos en ocho asaltos, durante los cuales
Treves resultó herido en el antebrazo, en la frente y en la axila, y Mussolini
en la oreja.
Pues bien, Treves acusó a los escritores de Ordine Nuovo de ser «secuaces de Bergson; la Biblia del grupo es L’évolution créatrice.» Una acusación sorprendente desde
nuestra perspectiva, cuando la estatura respectiva de las dos personas aludidas,
Gramsci y el filósofo francés Henri Bergson, ha sido drásticamente corregida
por el tiempo. Hoy vendría a ser tanto como acusar a Marx de ser un mero
epígono de Feuerbach, pero entonces Bergson estaba de moda y Gramsci era un
desconocido.
Desconocido quizá, pero no indefenso. Contestó desde las páginas
de Ordine Nuovo, en el número del 16-23 octubre de
1920, de la siguiente manera: «A
los Treves, a los Turati, a los Prampolini, a los Zibordi, nosotros los jóvenes
tenemos derecho a preguntarles: ¿Qué habéis hecho vosotros para esclarecernos
las doctrinas socialistas? ¿Cuáles son vuestros libros? ¿Dónde están vuestras
investigaciones sobre las condiciones económicas de la nación italiana? ¿Habéis
estudiado, os habéis preocupado de investigar y de estudiar cómo se ha
desarrollado la historia económica y política del pueblo italiano? ¿Sabéis cómo
está organizada una fábrica? ¿Habéis estudiado el modo de existencia del
proletariado italiano? ¿Sabéis decirnos cómo se presenta la cuestión agraria en
Italia?»
No son preguntas vanas. Expresan orgullo y conciencia del propio
valor por parte de alguien que se ha tomado la política como un asunto serio, y
al que ha dedicado cantidades apreciables de esfuerzo, de reflexión y de
estudio concreto. Son preguntas que mantienen toda su vigencia extrapoladas a
nuestro tiempo y nuestra situación, tanto para la generación que pontifica
desde poltronas largamente mantenidas en sus organizaciones, como para los
jóvenes recién llegados al escenario político y que con una ambición legítima
se postulan para tomar el relevo.