miércoles, 30 de julio de 2014

PUJOL Y CATALUNYA

Empecemos por la fe de erratas, de gazapos más bien. El menos trascendente: una amiga argentina me avisa de que el tero al que se refería Martín Fierro no es exactamente un ave andina, su hábitat se extiende prácticamente por toda la América meridional, incluso es la mascota de la selección de rugby de Uruguay, que malamente puede ser considerado un país andino. Tomo nota y rectifico.

El otro gazapo, más serio, ha sido el de dar por buena la confesión de Jordi Pujol y creer que escondía en Andorra bienes privados, no públicos. Por las informaciones más recientes, existen cuanto menos dudas muy serias de que sea así. Lo constato, a todos los efectos. Sigue en pie la conclusión que señalaba yo en aquel texto: lo relevante en un político no son sus vicios privados sino los públicos, y por ellos se le debe juzgar. Sigue en pie también mi consideración global del personaje: no desciende en mi estima porque lo cierto es que, antes de la noticia, ésta era ya muy baja.

Dicho lo cual, observo que la pretensión de Pujol durante tantos años de identificarse con Catalunya, ha creado escuela. El País publica en lugar muy destacado un artículo de opinión firmado por Francesc de Carreras. Es una colección de mentiras, empezando por el título: claro que hubo chistes sobre Jordi Pujol. Quizá no en los ambientes que frecuentaba Carreras, pero respondo de que los hubo.

No es eso lo grave. Reducir la realidad compleja y plural de Catalunya en los últimos treinta y cinco años al relato de un delirio soberanista del político que más negoció, dialogó, cambalacheó, pasteleó, pactó abiertamente o en secreto, con el poder central, es una milonga tan grande como el propio relato pujolista sobre las esencias incorruptibles de una nación milenaria. Ahora que ha comenzado la representación pública y gratuita de la pasión y muerte en cruz del ex molt honorable, alguien habrá de cuidarse de preservar la memoria histórica de este país. Y la verdad.