lunes, 28 de julio de 2014

LIBERTAD Y DERECHO A LA INFORMACIÓN

Se supone que una democracia se basa en el libre juego y en la igualdad de oportunidades de las opciones que solicitan el voto de los ciudadanos. Eso significa que en teoría los ciudadanos poseen una información veraz y objetiva suficiente para emitir su voto con conocimiento de causa. Ahora bien, justamente eso es lo que no ocurre en la práctica. Debido a la concentración y la corporación cada vez mayor de los medios informativos, las preferencias de estos medios y de los intereses que sirven configuran una desigualdad – en ocasiones muy marcada – entre las distintas opciones políticas que reclaman la atención de los votantes.

Un botón de muestra lo ofrecieron las recientes primarias del PSOE. Desde antes de producirse la elección, todos sabíamos cuál de los candidatos a secretario general era el preferido del aparato, el que contaba con más avales, el que recibía los elogios más cálidos de reporteros, opinantes y tertulianos. Y en este caso se trataba de una elección interna en un partido que goza, en su conjunto, de las simpatías de un sector significativo de los medios. En unas elecciones generales, las candidaturas que se enfrentan al statu quo o no se ajustan en todos los aspectos al mismo, se ven sometidas a una alternativa doble pero igualmente letal: o la invisibilidad consecuente al ninguneo de los medios, o el bombardeo furioso con todas las acusaciones concebibles, en el caso de tratarse de opciones emergentes que pueden poner en peligro los valores intangibles del sistema establecido.

Que el problema viene de lejos nos lo certifica el informe que la Comisión Hutchings sobre Libertad de Prensa presentó al Congreso de los Estados Unidos en 1947. Se constataba en él «la disminución en la proporción de personas que pueden expresar sus opiniones y sus ideas a través de las prensa.» La conclusión del informe era que la concentración del poder de la prensa es dañina para la democracia y una amenaza para la libertad de la prensa misma.

Desde entonces ha llovido mucho, y la concentración de los medios de comunicación (más su corporación con otras empresas de distintos ámbitos, cuyos intereses comunes – privados – defienden todas ellas recíprocamente según el principio del “hoy por ti, mañana por mí”), ha seguido creciendo. Algunas opiniones recientes (1) sostienen que el problema ha desaparecido debido a «la fragmentación de la información y de la comunicación que produce Internet». Pero Internet presenta en sí misma un problema peculiar, por el dominio de empresas privadas en el suministro de hardware y software, por el carácter privado de los servicios on-line, y por las facilidades que tienen tanto las compañías que prestan esos servicios como los gobiernos para inspeccionar y controlar los contenidos de la red. Por lo demás, sería muy discutible afirmar que el acceso a Internet “empodera” de alguna forma al ciudadano que utiliza este medio para difundir sus opiniones. La misma inmensidad y vaguedad del ciberespacio favorece la invisibilidad de quienes no gozan de un número muy alto de visitas o de otros criterios de preferencia de los buscadores. La fortuna de un blog como éste sigue dependiendo de forma fundamental de elementos pretecnológicos como la difusión “boca a oreja” o el azar.

No puede decirse que el Estado no haya tomado nota de estos peligros. Por esa razón, durante las campañas electorales todas las opciones que se presentan a los comicios tienen reguladas unas condiciones formales y unas limitaciones de acceso a la prensa y televisión. Eso ocurre a lo largo de tres semanas, con abstracción de lo que haya ocurrido en todo el período anterior, en el que no hay trabas a la autopropaganda de quienes cuentan con más posibilidades económicas o simpatías en los medios. Por desgracia, tampoco en el curso de la campaña misma tiene lugar una competencia equitativa. Por un lado, se tarifa la aparición de las candidaturas en función de resultados anteriores, lo que tiende a cerrar la liza y desanimar a las voces nuevas, que encuentran demasiado difícil hacerse un hueco mínimo en el aluvión de mensajes. Por otro lado, elección a elección las comisiones de control constatan que los poderosos han incumplido las limitaciones impuestas por la ley a la financiación de la campaña y dedicado al asunto muchos más caudales de los permitidos, en la esperanza de resarcirse de la inversión con las prebendas a las que accederán después.

He aquí un problema ante el que no cabe la resignación. El programa común de la izquierda plural, o en su defecto los que presenten las distintas organizaciones implicadas, habrán de examinar el tema y proponer soluciones factibles para el mismo. Una batalla por el derecho a la información es una batalla por la libertad.

(1) Robert Y. Shapiro y Lawrence J. Jacobs, Oxford Handbook of the American Public Opinion and the Media, 2011. Tomo las objeciones a la tesis sostenida en dicha obra, de Nadia Urbinati, Democracy disfigured, Nueva York 2014.