viernes, 4 de julio de 2014

DESORDENAMIENTO JURÍDICO

Mal tienen que andar los nervios en las antesalas del poder cuando Mariano Rajoy ha decidido variar su discurso habitual del «No pasa nada salvo alguna cosa», y en lugar de proclamar que la madurez de los españoles despierta el asombro del mundo, lanza de pronto un mensaje de regeneración democrática. Mala, muy mala señal para quienes nos habíamos acostumbrado a mecernos en la indolencia contemplativa de nuestro líder mayoritario absoluto. De pronto nuestras instituciones han dejado de ser sólidas y consecuentes. El presidente de las Cortes ha expresado sotto voce su opinión de que el aforamiento del rey abdicado ha sido una chapuza, a pesar de que se nos había vendido como un alarde de previsión cuidadosamente milimetrado en cuanto a la oportunidad, el tempo y las providencias adoptadas. De otro lado el ciudadano Borbón viene a sumarse a una multitud ingente de aforados por diversos estatutos, unos once mil en total, es decir tantos como las vírgenes que según tradición inmemorial sufrieron martirio en Colonia junto a la ciudadana Úrsula (Santa Úrsula antes de perder sus prerrogativas judiciales). Incluso Mariano Rajoy parece considerar excesivo ese número de aforados; la opinión contraria la ha expresado el gobierno catalán, que tiene intención de independizarse de España, pero no tanto. (Se ha insinuado desde la portavocía de la Generalitat que el aforamiento es más bien una pesada carga que acarrea toda clase de molestias y trastornos a los implicados, y se ha criticado con acritud a Rafael Ribó, el síndic de greuges, por su insolidaridad con el colectivo, al haber renunciado de forma voluntaria a su condición de aforado.)

La regeneración democrática propuesta por Mariano Rajoy no va, de momento, mucho más allá del famoso parto de los montes. Se propone reducir el número de aforados, pero no cómo ni cuándo. Ahora bien, éstos han surgido de tantos artículos, normas transitorias, añadidos y excepciones a leyes ordinarias y extraordinarias, que su reconsideración global exigirá un prolongado trabajo de rastreo y una paciencia y erudición legislativa inconcebibles en los modos y usos de nuestra casta.

Las otras medidas que se apuntan son la elección automática como alcalde del cabeza de la lista más votada en las elecciones, y la recentralización del Estado suprimiendo competencias de las autonomías. Los malpensados dirán (diremos) que Mariano, más que regenerar, barre para casa con descaro. Con todo, no va a poder evitar con su estrategia algunas incertidumbres. Primero, un cambio de normativa electoral para las municipales le permitirá no perder tantas alcaldías, pero es muy posible que de todos modos pierda muchas, y algunas de ellas significadas. Todo veneno tiene su triaca, y van a ponerse de moda las coaliciones electorales ad hoc y “contra”. Pongamos que hablamos de Madrid o de Valencia (en Barcelona la operación está ya en marcha, pero eso no preocupa al PP porque el alcalde no es suyo). Segundo, la recentralización de competencias autonómicas le será útil sólo si conserva la mayoría absoluta que ahora posee; pero es muy improbable que tal cosa suceda. Mariano debería aprender del viejo cuento de la lechera a no apresurarse a planificar inversiones de futuro para las supuestas ganancias que ha de reportarle la leche que lleva al mercado en un jarro en equilibrio inestable sobre su cabeza.

Y tercero, para llevar a buen puerto sus intenciones necesitará modificar la Constitución, algo que hasta anteayer estaba vendiendo como un imposible absoluto por tratarse de la garantía última de nuestro estado de derecho. Quizá, vistos los excelentes resultados de todo el proceso de abdicación – coronación – aforamiento de la institución monárquica, Mariano ha cambiado de opinión y se propone intentar la hazaña mientras aún conserva la mayoría absoluta. Todo será cuestión de estudiar con esmero los tiempos, las formas y las modalidades para diseñar la operación con precisión quirúrgica. O bien, como alternativa, de perpetrar otra chapuza. Como dijo el Gran Timonel en una era geopolítica anterior, tanto da que el gato sea blanco como negro, si caza el ratón.

José Luis López Bulla hablaba ayer en su blog de «dregeneración» (sic) al comentar las propuestas de Mariano. Puestos a innovar el lenguaje para adaptarlo mejor a la realidad degradada en la que nos movemos, también tendremos que empezar a hablar de nuestro «desordenamiento jurídico». Los puristas se inclinarán, sin embargo, por utilizar alternativas más castizas que se encuentran ya en el thesaurus de nuestra lengua. Por ejemplo, «cotarro jurídico» en lugar de ordenamiento, o «estado chungo de derecho».