Mal tienen que andar los nervios en las antesalas del poder
cuando Mariano Rajoy ha decidido variar su discurso habitual del «No pasa nada
salvo alguna cosa», y en lugar de proclamar que la madurez de los españoles
despierta el asombro del mundo, lanza de pronto un mensaje de regeneración
democrática. Mala, muy mala señal para quienes nos habíamos acostumbrado a
mecernos en la indolencia contemplativa de nuestro líder mayoritario absoluto.
De pronto nuestras instituciones han dejado de ser sólidas y consecuentes. El
presidente de las Cortes ha expresado sotto voce su opinión de que el
aforamiento del rey abdicado ha sido una chapuza, a pesar de que se nos había
vendido como un alarde de previsión cuidadosamente milimetrado en cuanto a la
oportunidad, el tempo y las providencias adoptadas. De
otro lado el ciudadano Borbón viene a sumarse a una multitud ingente de
aforados por diversos estatutos, unos once mil en total, es decir tantos como
las vírgenes que según tradición inmemorial sufrieron martirio en Colonia junto
a la ciudadana Úrsula (Santa Úrsula antes de perder sus prerrogativas
judiciales). Incluso Mariano Rajoy parece considerar excesivo ese número de
aforados; la opinión contraria la ha expresado el gobierno catalán, que tiene
intención de independizarse de España, pero no tanto. (Se ha insinuado desde la
portavocía de la
Generalitat que el aforamiento es más bien una pesada carga
que acarrea toda clase de molestias y trastornos a los implicados, y se ha
criticado con acritud a Rafael Ribó, el síndic de greuges, por su insolidaridad
con el colectivo, al haber renunciado de forma voluntaria a su condición de
aforado.)
La regeneración democrática propuesta por Mariano Rajoy no va,
de momento, mucho más allá del famoso parto de los montes. Se propone reducir
el número de aforados, pero no cómo ni cuándo. Ahora bien, éstos han surgido de
tantos artículos, normas transitorias, añadidos y excepciones a leyes
ordinarias y extraordinarias, que su reconsideración global exigirá un prolongado
trabajo de rastreo y una paciencia y erudición legislativa inconcebibles en los
modos y usos de nuestra casta.
Las otras medidas que se apuntan son la elección automática como
alcalde del cabeza de la lista más votada en las elecciones, y la recentralización
del Estado suprimiendo competencias de las autonomías. Los malpensados dirán
(diremos) que Mariano, más que regenerar, barre para casa con descaro. Con
todo, no va a poder evitar con su estrategia algunas incertidumbres. Primero,
un cambio de normativa electoral para las municipales le permitirá no perder tantas alcaldías, pero es muy posible que de
todos modos pierda muchas, y algunas de ellas significadas. Todo veneno tiene
su triaca, y van a ponerse de moda las coaliciones electorales ad hoc y
“contra”. Pongamos que hablamos de Madrid o de Valencia (en Barcelona la
operación está ya en marcha, pero eso no preocupa al PP porque el alcalde no es
suyo). Segundo, la recentralización de competencias autonómicas le será útil
sólo si conserva la mayoría absoluta que ahora posee; pero es muy improbable
que tal cosa suceda. Mariano debería aprender del viejo cuento de la lechera a
no apresurarse a planificar inversiones de futuro para las supuestas ganancias
que ha de reportarle la leche que lleva al mercado en un jarro en equilibrio
inestable sobre su cabeza.
Y tercero, para llevar a buen puerto sus intenciones necesitará
modificar la Constitución ,
algo que hasta anteayer estaba vendiendo como un imposible absoluto por
tratarse de la garantía última de nuestro estado de derecho. Quizá, vistos los
excelentes resultados de todo el proceso de abdicación – coronación –
aforamiento de la institución monárquica, Mariano ha cambiado de opinión y se
propone intentar la hazaña mientras aún conserva la mayoría absoluta. Todo será
cuestión de estudiar con esmero los tiempos, las formas y las modalidades para
diseñar la operación con precisión quirúrgica. O bien, como alternativa, de
perpetrar otra chapuza. Como dijo el Gran Timonel en una era geopolítica anterior,
tanto da que el gato sea blanco como negro, si caza el ratón.
José Luis López Bulla hablaba ayer en su blog de «dregeneración»
(sic) al comentar las propuestas de Mariano. Puestos a innovar el lenguaje para
adaptarlo mejor a la realidad degradada en la que nos movemos, también
tendremos que empezar a hablar de nuestro «desordenamiento jurídico». Los
puristas se inclinarán, sin embargo, por utilizar alternativas más castizas que
se encuentran ya en el thesaurus de nuestra lengua. Por ejemplo, «cotarro jurídico»
en lugar de ordenamiento, o «estado chungo de derecho».