Riccardo Terzi
El trabajo ya no es el fundamento reconocido de la colectividad.
Se ha convertido en un problema, en un punto crítico en la vida de las
personas, y desde el punto de vista político ha pasado a ser uno de tantos
capítulos sin resolver, porque nadie consigue ya dar sustancia al trabajo como
derecho, y las políticas de trabajo son únicamente intentos de contener, con
frecuencia sin el menor resultado, la gran oleada del desempleo masivo. Y
entonces, en esa condición nueva de incertidumbre problemática, se desarrollan
diversas tentativas de fundar una nueva teoría política, un nuevo sistema, ya
no a partir del trabajo, sino del final del trabajo, con una reconsideración
radical del principio de ciudadanía.
El objetivo es dar un fundamento a la comunidad política, en el
momento en que el trabajo ya no alcanza a ser una base suficiente para afirmar
los derechos de ciudadanía según una visión universalista que no dependa de las
incertidumbres y los problemas del trabajo. Es un objetivo aceptable si se
trata de ofrecer garantías mayores al sistema de derechos sociales, pero con la
condición de no dejar a un lado como irrelevante toda la problemática del
trabajo. Así, por ejemplo, la “renta de ciudadanía” puede ser un instrumento
útil de sostén y de protección, pero también puede ser la coartada para arrojar
de forma definitiva la toalla ante el problema del desempleo. Aunque el punto
de partida sea la idea de una ciudadanía política asentada sobre garantías más
sólidas, el punto de llegada puede ser el reconocimiento de una exclusión que
sólo es posible afrontar en términos asistenciales.
En este filón de investigación se inserta el libro de Ulrich
Beck Il lavoro nell’epoca
della fine del lavoro (traducido
en español bajo el título “La sociedad del riesgo”, n. del t.)
Importa distinguir en el libro la parte analítico-descriptiva y
la propositiva, conectadas sólo en apariencia por una relación coherente. A
partir del análisis sociológico centrado en el nuevo escenario de la sociedad
de la inseguridad y del riesgo, se introduce la perspectiva utópica de una
nueva comunidad política, de un movimiento de compromiso civil que funda una
nueva ciudadanía, dando un paso que a mí me parece infundado desde el dominio
de la incertidumbre que gobierna nuestras relaciones sociales, al desenlace
idealizado de unapolis que
redescubre el clasicismo de una participación política consciente. La
incertidumbre se transforma al final en su contrario, el movimiento de la
modernidad se resuelve en un retorno a la forma clásica de la democracia
política, y todo el proceso de segmentación y desarticulación social se
recompone virtuosamente en una vida comunitaria renovada. No se afronta, sino
que se le da la vuelta, al dominio de la precariedad y de la inseguridad,
identificado con exactitud como el horizonte histórico de nuestro tiempo, y se
piensa poder construir, más allá del mundo torturado del trabajo, y abandonando
éste a su destino, una esfera política que encuentra su fundamento en sí misma.
El final del trabajo es milagrosamente el inicio de la ciudadanía política.
Temo que las vías de salida de la sociedad del riesgo sean menos
rectilíneas y más intrincadas. La misma esfera política está implicada de lleno
en el proceso de desestructuración social, de modo que los instrumentos y las
formas de la democracia aparecen desgastados, bloqueados, y deben ser
repensados y reconstruidos en el nuevo contexto social. Si toda la vida
colectiva se encuentra inmersa en «un estado de inseguridad endémica», ese
hecho tiene reflejos profundos en la perspectiva política, porque la
inseguridad genera a un tiempo pasividad y populismo, desconfianza y refugio en
el mito. La política no está situada fuera y más allá de la crisis, sino en
medio de la crisis, dominada también ella misma por la precariedad e incapaz de
dirigir el proceso social. El final del trabajo lleva consigo el final de la
política. Se trata entonces, sin recurrir a atajos fáciles, de afrontar el
nuevo contexto social y actuar, social y políticamente, en el nuevo contexto,
dentro de las nuevas coordenadas que caracterizan a la sociedad de la
inseguridad.
En la época de la globalización, que es el horizonte ineludible
de nuestro tiempo, es preciso reinventar las formas y los instrumentos de la
acción social y política, superando las viejas ataduras de la dimensión
estatal-nacional. Beck insiste con justeza, y esta es la parte más estimulante
de su libro, en el nuevo carácter transnacional que debe tener hoy
necesariamente cualquier movimiento, cualquier iniciativa, para poder actuar
con eficacia sobre los procesos de fondo, sobre las estructuras imperantes de
la economía y del mercado mundiales. Mientras la política, los partidos, las
organizaciones del trabajo, sigan siendo estructuras exclusivamente nacionales,
encerradas en la dimensión clásica del Estado-nación, ligadas a una estructura
territorial delimitada, no tendrán la menor posibilidad de éxito. No hay visión
estratégica si no es en una perspectiva global. Si falta ésta, sólo son
posibles tácticas defensivas y de ajuste, que no consiguen atacar los problemas
de fondo.
Tampoco las políticas de trabajo pueden ser otra cosa que
políticas globales.
Pero todavía faltan una organización, una estructura, una
práctica política que se adecuen al nuevo contexto. La globalización no es el enemigo,
es el terreno sobre el que hay que reconstruir la fuerza política, la
iniciativa, la representación. Hoy existe solamente un movimiento defensivo,
contra el poder incontrolado de las grandes agencias internacionales y contra
los procesos de homologación y de destrucción de las diversidades culturales,
pero aún no existe una transnacionalidad activa y consciente, decidida a ocupar
el espacio global con un proyecto político propio. Este es el salto que deben
dar necesariamente las fuerzas políticas y sociales para no verse superadas. Si
el capital es global y el trabajo local, ese desequilibrio, que actúa hoy en la
dirección de una desestructuración de todo el sistema de derechos sociales,
sólo puede compensarse implicándose en la construcción urgente de una acción
política organizada a escala mundial. Un ejemplo, tal vez el único
significativo que pueda citarse, es la campaña lanzada por la CGIL contra el trabajo de
menores de edad. Este es el camino: campañas internacionales por los derechos,
coordinación eficaz entre las organizaciones sindicales, construcción de una
representación social capaz de intervenir en todo el proceso de regulación del
mercado mundial. No contra la sociedad global, sino por una afirmación a escala
global de los derechos del trabajo.
Sólo en ese proceso social, en la concreción de los nuevos
conflictos del mundo globalizado, se podrá reconstruir con mucho esfuerzo la
dimensión política y el proyecto de una nueva ciudadanía: un proyecto que debe
forzosamente incorporar el continente del trabajo y sus contradicciones.
(Publicado en Quaderni Rassegna
sindacale, 2000. Por la
traducción, Paco Rodríguez de Lecea)