domingo, 13 de julio de 2014

REDEFINIR LA IZQUIERDA A PARTIR DEL TRABAJO



Riccardo Terzi


El trabajo ya no es el fundamento reconocido de la colectividad. Se ha convertido en un problema, en un punto crítico en la vida de las personas, y desde el punto de vista político ha pasado a ser uno de tantos capítulos sin resolver, porque nadie consigue ya dar sustancia al trabajo como derecho, y las políticas de trabajo son únicamente intentos de contener, con frecuencia sin el menor resultado, la gran oleada del desempleo masivo. Y entonces, en esa condición nueva de incertidumbre problemática, se desarrollan diversas tentativas de fundar una nueva teoría política, un nuevo sistema, ya no a partir del trabajo, sino del final del trabajo, con una reconsideración radical del principio de ciudadanía.

El objetivo es dar un fundamento a la comunidad política, en el momento en que el trabajo ya no alcanza a ser una base suficiente para afirmar los derechos de ciudadanía según una visión universalista que no dependa de las incertidumbres y los problemas del trabajo. Es un objetivo aceptable si se trata de ofrecer garantías mayores al sistema de derechos sociales, pero con la condición de no dejar a un lado como irrelevante toda la problemática del trabajo. Así, por ejemplo, la “renta de ciudadanía” puede ser un instrumento útil de sostén y de protección, pero también puede ser la coartada para arrojar de forma definitiva la toalla ante el problema del desempleo. Aunque el punto de partida sea la idea de una ciudadanía política asentada sobre garantías más sólidas, el punto de llegada puede ser el reconocimiento de una exclusión que sólo es posible afrontar en términos asistenciales.

En este filón de investigación se inserta el libro de Ulrich Beck Il lavoro nell’epoca della fine del lavoro (traducido en español bajo el título “La sociedad del riesgo”, n. del t.)

Importa distinguir en el libro la parte analítico-descriptiva y la propositiva, conectadas sólo en apariencia por una relación coherente. A partir del análisis sociológico centrado en el nuevo escenario de la sociedad de la inseguridad y del riesgo, se introduce la perspectiva utópica de una nueva comunidad política, de un movimiento de compromiso civil que funda una nueva ciudadanía, dando un paso que a mí me parece infundado desde el dominio de la incertidumbre que gobierna nuestras relaciones sociales, al desenlace idealizado de unapolis que redescubre el clasicismo de una participación política consciente. La incertidumbre se transforma al final en su contrario, el movimiento de la modernidad se resuelve en un retorno a la forma clásica de la democracia política, y todo el proceso de segmentación y desarticulación social se recompone virtuosamente en una vida comunitaria renovada. No se afronta, sino que se le da la vuelta, al dominio de la precariedad y de la inseguridad, identificado con exactitud como el horizonte histórico de nuestro tiempo, y se piensa poder construir, más allá del mundo torturado del trabajo, y abandonando éste a su destino, una esfera política que encuentra su fundamento en sí misma. El final del trabajo es milagrosamente el inicio de la ciudadanía política.

Temo que las vías de salida de la sociedad del riesgo sean menos rectilíneas y más intrincadas. La misma esfera política está implicada de lleno en el proceso de desestructuración social, de modo que los instrumentos y las formas de la democracia aparecen desgastados, bloqueados, y deben ser repensados y reconstruidos en el nuevo contexto social. Si toda la vida colectiva se encuentra inmersa en «un estado de inseguridad endémica», ese hecho tiene reflejos profundos en la perspectiva política, porque la inseguridad genera a un tiempo pasividad y populismo, desconfianza y refugio en el mito. La política no está situada fuera y más allá de la crisis, sino en medio de la crisis, dominada también ella misma por la precariedad e incapaz de dirigir el proceso social. El final del trabajo lleva consigo el final de la política. Se trata entonces, sin recurrir a atajos fáciles, de afrontar el nuevo contexto social y actuar, social y políticamente, en el nuevo contexto, dentro de las nuevas coordenadas que caracterizan a la sociedad de la inseguridad.

En la época de la globalización, que es el horizonte ineludible de nuestro tiempo, es preciso reinventar las formas y los instrumentos de la acción social y política, superando las viejas ataduras de la dimensión estatal-nacional. Beck insiste con justeza, y esta es la parte más estimulante de su libro, en el nuevo carácter transnacional que debe tener hoy necesariamente cualquier movimiento, cualquier iniciativa, para poder actuar con eficacia sobre los procesos de fondo, sobre las estructuras imperantes de la economía y del mercado mundiales. Mientras la política, los partidos, las organizaciones del trabajo, sigan siendo estructuras exclusivamente nacionales, encerradas en la dimensión clásica del Estado-nación, ligadas a una estructura territorial delimitada, no tendrán la menor posibilidad de éxito. No hay visión estratégica si no es en una perspectiva global. Si falta ésta, sólo son posibles tácticas defensivas y de ajuste, que no consiguen atacar los problemas de fondo.

Tampoco las políticas de trabajo pueden ser otra cosa que políticas globales.

Pero todavía faltan una organización, una estructura, una práctica política que se adecuen al nuevo contexto. La globalización no es el enemigo, es el terreno sobre el que hay que reconstruir la fuerza política, la iniciativa, la representación. Hoy existe solamente un movimiento defensivo, contra el poder incontrolado de las grandes agencias internacionales y contra los procesos de homologación y de destrucción de las diversidades culturales, pero aún no existe una transnacionalidad activa y consciente, decidida a ocupar el espacio global con un proyecto político propio. Este es el salto que deben dar necesariamente las fuerzas políticas y sociales para no verse superadas. Si el capital es global y el trabajo local, ese desequilibrio, que actúa hoy en la dirección de una desestructuración de todo el sistema de derechos sociales, sólo puede compensarse implicándose en la construcción urgente de una acción política organizada a escala mundial. Un ejemplo, tal vez el único significativo que pueda citarse, es la campaña lanzada por la CGIL contra el trabajo de menores de edad. Este es el camino: campañas internacionales por los derechos, coordinación eficaz entre las organizaciones sindicales, construcción de una representación social capaz de intervenir en todo el proceso de regulación del mercado mundial. No contra la sociedad global, sino por una afirmación a escala global de los derechos del trabajo.

Sólo en ese proceso social, en la concreción de los nuevos conflictos del mundo globalizado, se podrá reconstruir con mucho esfuerzo la dimensión política y el proyecto de una nueva ciudadanía: un proyecto que debe forzosamente incorporar el continente del trabajo y sus contradicciones.

(Publicado en Quaderni Rassegna sindacale, 2000. Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea)