Ha dejado escrito Gabriel García Márquez que el corazón tiene
más cuartos que una casa de putas. El corazón de la izquierda, también. (Ojo,
ni Gabo ni yo hemos dicho que el corazón o la izquierda sean una casa de putas,
no nos tergiversen.) Dos cuartos del corazón de la gran casa de la izquierda
los ocupan Bruno Trentin y Vittorio Foa. Dos cuartos, para empezar, y no uno
sólo. Hablar de «socialismo libertario» para acomunarlos no deja de ser un
forzamiento de la realidad. Yo diría que ocupan dos cuartos próximos, no
exactamente pared con pared pero sí con algún elemento común, tal vez situados
en el mismo pasillo de la misma ala del edificio. Pero no me parece que La sinistra de Bruno Trentin, nombre que da Iginio Ariemma al
largo ensayo que José Luis López Bulla sigue traduciendo para nosotros (1), sea
la misma sinistra de Foa. Ariemma los conoció a los
dos, trabajó con ellos en algunos períodos, y testimonia del modo siguiente el
respeto y la amistad que ambos se profesaron: «Entre Foa y Trentin hay más de sesenta
años de relaciones. Que, como es natural, han tenido altos y bajos, pero que
siempre se caracterizaron por un grandísimo afecto y una recíproca estima.
Hablar de amistad es, quizá, muy poco. Entre ellos había una diferencia de edad
de dieciséis años. Bruno consideraba a Vittorio como si fuera su hermano mayor
o, tal vez, algo más.»
Algo más, tal vez, o tal vez algo menos.
Puedo dar testimonio personal de la relación indefinible pero en cualquier caso
entrañable que se establece entre personas que han compartido experiencias y
responsabilidades de lucha, que han discutido mucho en diferentes órganos de
dirección y que han votado resoluciones muchas veces, unas juntos y otras en
sentidos distintos. Foa y Trentin llegaron a la CGIL desde una militancia común en Justicia y
Libertad y en el Partido de Acción. Los dos convivieron en la dirección del
sindicato bajo la dirección de Giuseppe di Vittorio, que los marcó de forma
duradera. Los dos tuvieron un protagonismo destacado en la experiencia de los
consejos de fábrica de los otoños calientes. Bruno se había afiliado al PCI
hacia 1950 y se mantuvo en él a través de todas las vicisitudes, en tanto que
Foa nunca militó con los comunistas y siguió a lo largo de su vida una
trayectoria política bastante torturada. Vittorio dejó el trabajo en la CGIL en 1970, mientras Bruno
fue casi en solitario, en los años siguientes a la derrota del experimento
consejista, el chivo expiatorio del aparato del partido, que lo acusó de
«pansindicalismo» y arrasó cualquier veleidad de desacuerdo con la «línea» a
partir de la imposición del «primato della politica». Fueron los años de Enrico
Berlinguer (que ocupa otro cuarto próximo a ellos pero separado en la gran casa
de la izquierda), del compromiso histórico, de los sorpassos y las svoltas. Bruno marcó en esos años
distancias inexpresadas con la dirección, alimentadas desde una disciplina
férrea y un silencio austero; Vittorio se explayó en las críticas, argumentadas
y justificadas casi siempre. Los dos reflexionaron largamente sobre los errores
propios cometidos en el punto de inflexión de finales de los años sesenta,
sobre los fallos de cálculo o de evaluación de la correlación de fuerzas. Los
dos escribieron sobre aquella experiencia muchos años después, cuando la
retirada del primer plano de la política y del y sindicato les proporcionó el
tiempo necesario para clarificar y ordenar mentalmente unas experiencias
intensas y atropelladas por la urgencia de improvisar respuestas a problemas
nuevos.
Hay pocas coincidencias en los escritos de
los dos, por lo menos en los que yo conozco. Bruno elabora sus tesis desde el
rigor de la construcción, con una prosa de cuño jurídico y con un sentido
pedagógico. Vittorio utiliza un estilo mucho más literario, lo que en este caso
significa más personal, y se deja llevar por la corriente de recuerdos y de
intuiciones, a veces asombrosamente agudas, pero nunca intenta elaborar un
tratado con premisas, argumentaciones y conclusiones. Él mismo se define (con
su clásica sorna, porque así fue calificado por algunos dogmáticos) como un
pequeño burgués individualista.
Voy a expresar de una manera aproximativa y
nada rigurosa (pido perdón por ello) una idea extraña que tengo: Vittorio era
libertario de un modo natural, por índole, por humor personal; Bruno era un
libertario programático, desde la coherencia con las conclusiones a las que
había llegado partiendo de muy lejos y según un itinerario recorrido en buena
parte en solitario y a contracorriente. Ser libertario desde una disciplina
autoimpuesta resulta una paradoja quizás excesiva. Pero Bruno era una persona
paradójica, y creo que esa libertad que tanto amó y que antepuso a todo, la
estimaba en muy poco si no era libertad “para hacer”, para construir algo que
valiera la pena.