Dicho en versión original: Caelum
non animum mutant qui trans mare currunt. Se
trata de un aviso a navegantes firmado por el poeta latino Horacio (Cartas, I, 11,27). Al tratarse de un texto
del siglo I antes de Cristo, es altamente improbable que su autor tuviese en
mente el reciente Congreso extraordinario del PSOE, y sin embargo, el consejo
viene a cuento con la pasmosa oportunidad de la pedrada en ojo de boticario de
nuestro refranero.
No es mi intención ejercer de aguafiestas de servicio. El
Congreso ha sido un éxito. Se ha procedido a la renovación del liderazgo, se ha
reforzado la unidad, se ha dado imagen (sobre todo, imagen) de fuerza tranquila
y centrada. Se ha hablado poco de política, es cierto, pero hay tiempo por
delante para resolver las cuestiones más importantes. Ahora bien, podría ser
que todo lo conseguido no bastara. Es pronto para afirmarlo, sin embargo. Nada
de aguar la fiesta por anticipado, así pues. Sólo pretendo adelantar una
advertencia sensata, al alimón con Horacio: no basta cambiar de paisaje (de
cielo), es necesario cambiar de alma.
Porque suponer que todo el problema se reduce a hacerse a la mar
y cambiar de cielo, sin emprender esfuerzos más significativos, sería hacer
lampedusismo al revés. Lampedusa, en El
Gatopardo, habló de la
necesidad de cambiarlo todo para que nada cambiara. Se estaba refiriendo,
conviene remarcarlo, a la época del Risorgimento, a aquella “revolución sin
revolución” que con tanta agudeza analizó decenios más tarde Antonio Gramsci.
La postura de los neolampedusistas sería muy parecida, pero antitética: pensar
que no es necesario cambiar nada esencial si se hace un esfuerzo concienzudo
por cambiar todo lo accesorio. Pensar que los cambios de escenario, de imagen,
de personas, de formas y procedimientos, nos inmunizarán en el futuro contra el
fracaso doloroso que ha sufrido la línea política que habíamos adoptado (y que
no tenemos intención de cambiar).
Una actitud así no significaría un embarque hacia Ítaca, sino
lisa y llanamente una fuga hacia adelante, con resultados dudosos a corto plazo
y catastróficos a la larga. De poco vale sumergirse en paisajes nuevos si a lo
largo del trayecto conservamos la misma alma sumisa y derrotada. Lo dice la
vieja sentencia, con un punto de crueldad y de retranca: «Aunque la mona se
vista de seda, mona se queda.»
Obsérvese que estoy hablando en condicional, o sea, no digo que
las cosas estén ocurriendo así, sino que si ocurrieran así, tales serían las
consecuencias. Tampoco pretendo señalar al PSOE como el culpable de la comedia.
La tentación que se abre ahora mismo a partir del congreso del partido
socialista no es diferente de la que gravita desde hace años sobre todo el
territorio de la izquierda plural, con sus diferentes organizaciones políticas,
sociales y sindicales. El fracaso, la derrota, no han sido exclusivos de nadie,
todos los hemos compartido en una u otra medida. Los estragos han sido
inmensos, y se han perdido en el proceso no plumas, sino trozos de piel y de
carne viva. Por esa misma razón, la salida falsa de un Beguin the beguine, de un volver a empezar desde cero
libres de ataduras antiguas y también de propósitos de enmienda, puede estarse
incubando en más de un think
tank a nuestro alrededor.
Pero lo que urge no es cambiar de cielo, sino de alma. Repetir
los viejos errores con nuevas personas, es condenarse a repetir los mismos
viejos resultados.