Ítaca, el pequeño reino de Ulises, ha quedado fijado en el
imaginario colectivo como el símbolo de la patria lejana y apetecible en cuyo
camino se interponen mil peligros y asechanzas, de modo que llegar hasta allí
exige – literalmente, o dicho con mayor propiedad: literariamente – una odisea.
Por desplazamiento, la patria simbolizada por Ítaca puede
convertirse en alguna otra cosa análoga: un objetivo en el que hemos depositado
un anhelo vehemente, inalcanzable si no es a través de un gran esfuerzo y de una
larga peripecia. O dicho de otro modo, un proyecto muy valioso que requiere
para cumplirse un trayecto muy trabajado.
Sin demasiada exageración, puede afirmarse que todos los humanos
llevamos una Ítaca (o más) en nuestro corazón. A todos nosotros, por
consiguiente, van dedicados los consejos que nos dejó en un poema memorable
Constantin Cavafis. Lluís Llach musicó hace años una versión catalana del
mismo; muchos años antes Lawrence Durrell había rendido homenaje a Cavafis como
el Poeta que transita por las páginas de su Justine. Veamos esos consejos. (Utilizo el
texto de la “Antología poética” traducida y editada por Pedro Bádenas, Alianza
Editorial, Madrid 1999).
Primer consejo:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
Pide que el camino sea largo,
Lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
Ni al colérico Poseidón […]
No los encontrarás,
Si no los llevas dentro de tu alma.
Segundo consejo:
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
Y atracar, viejo ya, en la isla,
Enriquecido de cuanto ganaste en el camino,
Sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
Entenderás ya qué significan las Ítacas.