jueves, 31 de julio de 2014

UNA FATICA DI SISSIFO

Un trabajo de Sísifo. Así definió Bruno Trentin la tarea de escribir La ciudad del trabajo, tal como nos cuenta Iginio Ariemma en el libro que, traducido por entregas por José Luis López Bulla, puede encontrar el lector a cachos en su blog Metiendo Bulla, o reunido todo él en el sitio http://theparapanda.blogspot.com.

El trabajo al que condenaron los dioses a Sísifo en el infierno helénico (el Hades), era empujar un gran peñasco monte arriba hasta colocarlo en la cumbre. Cuando lo conseguía, el peñasco volvía a rodar ladera abajo y Sísifo se veía obligado a recomenzar su esfuerzo eternamente.

La redacción de La ciudad del trabajo no duró una eternidad, sino más o menos tres años. Debió de empezar en 1994, después de un tiempo indeterminado de preparación y de acopio de materiales. Para entonces Trentin había dejado la secretaría confederal de la CGIL y proclamaba con orgullo que volvía a sus orígenes de «científico social». Se acercaba a los setenta años, y a esa edad una persona es consciente de que la lucidez no le va a acompañar indefinidamente, y de que debe apresurarse si tiene intención de concretar un mensaje claro capaz de ayudar a las generaciones que vienen detrás.

La libertad que reivindicaba como «lo primero» para el mundo del trabajo, la volcó en la tarea fatigosa, absorbente hasta resultar despiadada, de escribir un libro, un gran libro. No “el libro de su vida”, sería injusto y reduccionista calificarlo así, pero sí desde luego el libro que coronó su vida, la cima más alta a la que ascendió nunca el alpinista aficionado Bruno Trentin.

Cuando inició la redacción del último capítulo, que contiene y resume todo su mensaje (el libro se titula La ciudad del trabajo; el último capítulo, Trabajo y ciudadanía), escribió en su diario personal: «Sin red.» El 20 de mayo de 1997 dio por concluido su esfuerzo y añadió, también en su diario: «No me podía morir dejando este trabajo a la mitad. Ahora empìeza, en todo caso, un nuevo periodo de mi vida.» No obstante, siguió con el mismo ímpetu y la misma intensidad la ingrata tarea de la corrección, hasta el mes de agosto. Tres años para escribir, tres meses para corregir; un periodo largo que a pesar de todo, dada la envergadura del proyecto, nos parece a posteriori asombrosamente corto.

El libro fue recibido en su país con indiferencia. La izquierda vincente, a la que Trentin acusa en el libro de «mirar hacia otro lado» en lo referente a las transformaciones del mundo del trabajo, insistió en mirar de nuevo a otro lado para no leer, no comentar, no discutir, no recensionar un libro que sobre todo le resultaba molesto en un momento en el que el secretario general del Partido Democrático, Massimo d’Alema, había llegado a la presidencia del gobierno y toda la estructura de la organización vibraba alrededor de las «esperanzas cortesanas» que generaba ese hecho. Mala suerte histórica para Bruno, que vio coronada una vida de empeño a contracorriente de las líneas mayoritarias en el territorio de la izquierda, con una publicación a contracorriente de la coyuntura puntual en la que se movían los ambientes culturales que habían de recibir y valorar su legado.

Hubo un par de ediciones del libro, agunas presentaciones en distintas ciudades, y se acabó. Hoy el libro está descatalogado en Italia. Existen traducciones al alemán, cronológicamente la primera; al español gracias al esfuerzo heroico de López Bulla, que la tradujo y la dio a conocer on-line, y de Rodolfo Benito, que la acogió en el seno maternal de la Fundación Primero de Mayo; y finalmente al francés, avalada por el prestigio de Alain Supiot. El mundo angloparlante sigue a estas alturas sin darse por enterado de la existencia de la obra.

Hoy se habla de La ciudad del trabajo como libro «de culto», etiqueta que viene a significar que es altamente apreciado por algunos iniciados. Lo cual es cierto, pero también un magro consuelo, cuando se trata sobre todo de un libro necesario. Pietro Ingrao lo ha definido como «imprescindible». Es una opinión de peso, pero sólo una. Harían falta muchas más, en el mundo político y en el mundo sindical.