miércoles, 23 de julio de 2014

LA POLÍTICA NO ES UN JUEGO DE ROL



La democracia es subversiva porque tiende a igualar las oportunidades de acceso al territorio donde se toman las decisiones, para personas desiguales en todos los demás terrenos. El voto del desahuciado vale lo mismo que el del banquero, el del gay lo mismo que el del homófobo, el del trabajador precario lo mismo que el de su empleador. Pero la democracia es sólo un principio “neutro” que facilita la aparición y la libre expresión de mayorías y minorías cambiantes. Por sí sola no “empodera” (utilizo la expresión de Carlos Arenas en su artículo “Una alternativa republicana”, al que vengo dedicando estos comentarios) a quien no tiene poder. Tampoco exime de errores ni de atropellos a los gobiernos ungidos con el carisma del voto popular. Si detrás del juego democrático no hay una política consistente capaz de poner en tensión permanente las fuerzas de la ciudadanía, no habrá empoderamiento y las vicisitudes electorales de la democracia procedimental tenderán a convertirse en una especie de juego de rol. Unos ganarán y otros perderán en ese juego, quien gane obtendrá su premio correspondiente, y todo recomenzará otra vez desde el mismo punto de partida.

Así lo expresa Carlos Arenas: «¿Qué hacer? ¿Esperar que por amor a la democracia directa se alcance la mayoría absoluta en unas elecciones para, a partir de ahí, emprender las transformaciones necesarias? [...] La nueva izquierda se cimenta sobre un ciudadano políticamente activo; pero si quiere ser realmente transformadora, está en la obligación de ir fomentando, desde ya, el “empoderamiento” de un ciudadano económicamente activo, como consumidor, como ahorrador, como inversor, como emprendedor, como trabajador,  etc., dirigiendo sus decisiones a lo que hoy son las únicas elecciones racionales: las que combaten  la tiranía de los oligarcas.»

El “empoderamiento”, pues, como clave de una política económica capaz de sumar apoyos transversales estables para emprender la “transformación”, que es algo que va mucho más allá de un éxito electoral.«No habrá mayoría social suficiente,  y sobre todo estable a largo plazo, solo desde el ámbito de lo político; no hasta que el programa económico propuesto,  levantado, fomentado,  sostenido y regulado desde sucesivas parcelas de poder convenza, “interese” y sea “rentable” a la inmensa mayor parte de la sociedad, incluyendo a pequeños ahorradores, productores, campesinos y comerciantes, cuyo concurso es necesario.»

La falta de un programa económico en los recientes avatares de la izquierda plural es peor que un olvido, es la expresión tácita de una rendición. Después de una revolución pasiva cargada de consecuencias a medio y largo plazo, después de la quiebra clamorosa (no sólo en España) del llamado “Estado social”, y de la crisis difícilmente superable a escala global del concepto mismo del Estado-nación, da la sensación de que nuestras izquierdas siguen acomodadas a la idea de que el bienestar vendrá de la mano de papá Estado, y en consecuencia el concepto central del trabajo como eje vertebrador de la sociedad puede ser arrumbado al trastero de la práctica política, porque la salvación se espera de un cambio en último término superestructural y procedimental: la inclusión de elementos de gobernanza en el funcionamiento de la “república”, entendida ésta como una relación más inmediata (directa, cercana) entre gobernantes y gobernados.

Entonces, hace bien José Luis López Bulla en preguntarse: ¿cuál es la meta, la república o el socialismo? ¿Cuál es ahora el horizonte de la transformación, es que ha ocurrido algo nuevo y nos lo hemos perdido? Si renunciamos a combatir la “tiranía de los oligarcas”, para expresarlo con Arenas, y nos reducimos a luchar nada más contra injusticias y abusos puntuales, ¿no estamos colaborando en el asentamiento y la perpetuación de la tiranía? Una tiranía, claro está, paliada y atemperada en ciertos aspectos, a la que algunos exegetas calificarán como “de rostro humano”.

Carlos Arenas propone la siguiente tabla de gimnasia como aperitivo para empezar a acumular fuerzas contra la tiranía de los oligarcas: «Se necesita que desde las instancias políticas y desde las redes que están en la órbita “republicana” se fomente una gimnasia cotidiana contra la casta monopolista y financiera. Se trata de ir diseñando con esa gimnasia las líneas maestras de una nueva macroeconomía –podemos llamarla colectivismo- caracterizada por la igualdad de acceso a todas las modalidades de capital, por el fomento de un tejido productivo inmediato y de proximidad, por una economía regulada no solo por el mercado –distíngase del “mercado” capitalista- sino por una fuerte componente ética en transacciones e inversiones, por una economía sostenible y no sujeta a agresiones sobre el medio o a destrucciones más o menos creativas de las minorías que controlan nuestras vidas. En esta labor es imprescindible el  concurso de organizaciones sindicales, de consumidores, de vecinos, ONGs, etc., que puedan canalizar, fomentar y dar una orientación política a las decisiones ciudadanas.»

Late en estas propuestas un esbozo de programa común. Haría falta discutirlo a fondo y concretarlo. Creo – termino por donde empecé – que esa es tarea urgente para los estados mayores de los partidos políticos que se reclaman de la izquierda plural, de los sindicatos democráticos y de los movimientos sociales. No nos queda mucho tiempo.