A veces la nueva
política se parece tanto a la política de siempre – me refiero a la política de
buena ley, no a la calderilla (xavalla
en catalán) a la que estamos demasiado acostumbrados en los tiempos que corren –
que provoca sorpresas comprensibles. María Dolores
Amorós habla en Nueva Tribuna de “pitorreo”
de la CUP con Artur Mas (1). Deberíamos ponernos
de acuerdo sobre lo que entendemos por “pitorreo”. A mí me parece que lo que ha
habido es otra cosa, a saber, un duro pulso democrático “a la antigua” entre las
dos almas de la CUP, el alma soberanista y el alma anticapitalista.
Un pulso de ese
calibre, la nueva política corre a resolverlo online, reclamando de cada cual su opinión prefabricada (ready-made) y sin matices, y tramitándola
en tiempo real a las terminales cibernéticas, que vomitan en centésimas de
segundo el veredicto en clave binaria: Sí o No.
Pero un método
político “a la antigua” no es lo mismo que vieja política. Es posible en
política, como en enología, hacer vino nuevo con los odres viejos. La CUP lo ha
demostrado, honor a la CUP. Chapeau.
La dirección del partido
ha afrontado el conflicto que dividía a las bases desde una neutralidad
irreprochable, y se ha preocupado de dotar al mecanismo asambleario
correspondiente de todas las garantías posibles para que las dos almas se
expresaran con entera libertad. Luego ha acatado el resultado aritmético y le
ha dado curso legal, conforme a los manuales más antiguos y prestigiosos de la
política, por lo menos desde que Sócrates (otro
antisistema irredento) se bebió la cicuta en obediencia estricta a esos
principios.
Que a partir de un
escrúpulo minucioso en las formas y un respeto cuidadoso a las dos opciones
encontradas se generaran dilaciones, contradicciones con los plazos
institucionales, un enfadoso empate en votos asamblearios no previsto por
nadie, y a la postre un “pitorreo” objetivo en relación con las altas
esperanzas que tenía Mas de renovar su magistratura, es harina de otro costal.
Seamos sinceros: de
haber tenido el conteo final en el Consell de la CUP un signo opuesto, también se
habría sentenciado que el enojoso método seguido para la toma de la decisión
había sido un paripé, y todo, incluso las dilaciones, estaba conchabado desde
un principio. La CUP, en ese caso, no se habría pitorreado de Mas sino de todos
nosotros, en loor de Mas. Desacostumbrados como estamos a la trabajosa mecánica
de la democracia directa, resulta más cómodo para el opinante arrojar una
sombra de duda sistemática sobre la eventualidad de un juego limpio sostenido en
todo el transcurso de una travesía tan complicada.
Yo sí creo que ha
habido juego limpio. Se exigía un Sí o un No a la investidura de Artur Mas, pero
un sí y un no tampoco son tan sencillos de decidir en democracia. Así sucede cuando
no hay “esencias” imperecederas a las que atender de preferencia, sino opciones
políticas cada una de las cuales comporta riesgos, dudas y contradicciones. Así
sucede cuando, en el último fondo de la decisión, en el ánimo de los militantes
de la CUP pesa sin remedio la grave sospecha de que Mas no tiene la menor
intención de cumplir las promesas y contrapromesas que ha ido desgranando con
la sola finalidad de ser investido, y allá cuidados. Cuando la verdadera
probabilidad está, no en que la CUP se pitorree de Mas, sino en que Mas se esté
pitorreando de la CUP.