lunes, 4 de enero de 2016

NUEVA POLÍTICA O POLÍTICA DE SIEMPRE


A veces la nueva política se parece tanto a la política de siempre – me refiero a la política de buena ley, no a la calderilla (xavalla en catalán) a la que estamos demasiado acostumbrados en los tiempos que corren – que provoca sorpresas comprensibles. María Dolores Amorós habla en Nueva Tribuna de “pitorreo” de la CUP con Artur Mas (1). Deberíamos ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por “pitorreo”. A mí me parece que lo que ha habido es otra cosa, a saber, un duro pulso democrático “a la antigua” entre las dos almas de la CUP, el alma soberanista y el alma anticapitalista.
Un pulso de ese calibre, la nueva política corre a resolverlo online, reclamando de cada cual su opinión prefabricada (ready-made) y sin matices, y tramitándola en tiempo real a las terminales cibernéticas, que vomitan en centésimas de segundo el veredicto en clave binaria: Sí o No.
Pero un método político “a la antigua” no es lo mismo que vieja política. Es posible en política, como en enología, hacer vino nuevo con los odres viejos. La CUP lo ha demostrado, honor a la CUP. Chapeau.
La dirección del partido ha afrontado el conflicto que dividía a las bases desde una neutralidad irreprochable, y se ha preocupado de dotar al mecanismo asambleario correspondiente de todas las garantías posibles para que las dos almas se expresaran con entera libertad. Luego ha acatado el resultado aritmético y le ha dado curso legal, conforme a los manuales más antiguos y prestigiosos de la política, por lo menos desde que Sócrates (otro antisistema irredento) se bebió la cicuta en obediencia estricta a esos principios.
Que a partir de un escrúpulo minucioso en las formas y un respeto cuidadoso a las dos opciones encontradas se generaran dilaciones, contradicciones con los plazos institucionales, un enfadoso empate en votos asamblearios no previsto por nadie, y a la postre un “pitorreo” objetivo en relación con las altas esperanzas que tenía Mas de renovar su magistratura, es harina de otro costal.
Seamos sinceros: de haber tenido el conteo final en el Consell de la CUP un signo opuesto, también se habría sentenciado que el enojoso método seguido para la toma de la decisión había sido un paripé, y todo, incluso las dilaciones, estaba conchabado desde un principio. La CUP, en ese caso, no se habría pitorreado de Mas sino de todos nosotros, en loor de Mas. Desacostumbrados como estamos a la trabajosa mecánica de la democracia directa, resulta más cómodo para el opinante arrojar una sombra de duda sistemática sobre la eventualidad de un juego limpio sostenido en todo el transcurso de una travesía tan complicada.
Yo sí creo que ha habido juego limpio. Se exigía un Sí o un No a la investidura de Artur Mas, pero un sí y un no tampoco son tan sencillos de decidir en democracia. Así sucede cuando no hay “esencias” imperecederas a las que atender de preferencia, sino opciones políticas cada una de las cuales comporta riesgos, dudas y contradicciones. Así sucede cuando, en el último fondo de la decisión, en el ánimo de los militantes de la CUP pesa sin remedio la grave sospecha de que Mas no tiene la menor intención de cumplir las promesas y contrapromesas que ha ido desgranando con la sola finalidad de ser investido, y allá cuidados. Cuando la verdadera probabilidad está, no en que la CUP se pitorree de Mas, sino en que Mas se esté pitorreando de la CUP.