El actual presidente
en funciones de nuestro gobierno dijo ayer en una entrevista radiofónica no
saber nada de las comisiones ilegales cobradas por el ex diputado de su grupo
Pedro Gómez de la Serna (que se dio de baja de forma voluntaria y se incorporó
al Grupo Mixto).
– ¿Cree usted que
debería renunciar a su escaño?
– Mire, yo sobre
este asunto no me he formado aún una opinión.
– La vicepresidenta
ha dicho que sí debería renunciar.
– ¡La
vicepresidenta! Entonces no hay cuestión, de seguro lleva ella la razón.
¡Menuda es la vicepresidenta! Una lince.
Echaremos de menos
a Mariano Rajoy cuando por fin se vaya a su casa, que espero que no tarde. Es
entrañable, como ese vecino al que nos encontramos en el rellano de la
escalera, esperando el ascensor.
– ¿Sube usted o
baja, don Mariano?
– ¡Y qué voy a
decirle yo! Otros habrá que sepan. La gente habla y habla, que si la
corrupción, que si los recortes. Yo de esas cosas no entiendo, lo mío fue
salvar a España del rescate financiero. ¿Se lo he contado alguna vez?
– Muchas veces, don
Mariano. Pero no me diga que de verdad no sabe usted si sube o baja.
– No me aturrulle,
caramba, usted lo que quiere es que me pille el toro.
El modelo sobre el
que calca su conducta Rajoy es el de aquel otro gallego que gobernó durante
cuarenta años y de paso aconsejó al embajador estadounidense Foster Dulles que no
se metiera nunca en política. «Como hago yo.» La lucecita del despacho del
Pardo estaba entonces encendida de forma permanente por las noches, porque el
centinela de Occidente velaba sin descanso. También Mariano tarda en apagar la
luz, pero es para acabar de absorber toda la letra pequeña del Marca.
“La Marca”, como
decían con coherencia gramatical los vecinos de El Espinar, provincia de
Segovia, en el lejano verano de mi adolescencia en el que me ponía a la cola
del único quiosquero del pueblo a la espera de que llegara la furgoneta con los
periódicos de Madrid, impaciente por enterarme de las últimas proezas del “águila
de Toledo”, Federico Martín Bahamontes, en el Tour de Francia. Entonces los
allí presentes, después de darnos la vez los unos a los otros, pontificábamos en
corro que una tortilla de patatas con chorizo valía mil veces más como
estimulante que las anfetaminas que se colocaba aquel franchute siniestro llamado
Anquetil.
El defecto de
Mariano – no el único, pero sí el que más lo aproxima a esa entelequia borrosa
que unos llaman el hombre de la calle, y él mismo la mayoría silenciosa – es que
sigue convencido de que Pedro Gómez de la Serna se dopa con tortilla española,
y no con tres por cientos.
No hay peor ignorante
que el que no quiere saber.