La mezquindad no es
un valor de derechas ni de izquierdas: es eso que los politólogos de las nuevas
hornadas llaman “transversal”. Así se deduce de lo que acaba de ocurrir en
Dinamarca. Dinamarca, para que se orienten ustedes, es ese país de la Europa
del Norte que los promotores del procès independentista
catalán propusieron como modelo a seguir. Un país limpio, noble, culto, rico, libre,
despierto y feliz, para decirlo con la retahíla de Salvador Espriu.
En el parlamento
danés se ha aprobado una ley para confiscar sus bienes a los refugiados de la
guerra siria. De ese modo pagarán los gastos materiales (y, se supone, morales)
que su presencia va a generar en la economía esmeradamente organizada del país
de acogida. Por consideraciones de humanidad se han excluido de la medida confiscatoria
el contante equivalente a 1340 euros y las joyas familiares que posean un alto valor
sentimental para sus propietarios. La ley también prevé medidas tendentes a
limitar la reagrupación familiar.
El valor de la
medida no es propiamente económico, sino ejemplificador. Se trata en último
término de un cursillo acelerado de inculcación de valores: gracias a ese
procedimiento expeditivo, los recién llegados podrán darse cuenta de inmediato
de dónde han ido a parar.
La nueva norma
recibió en sede parlamentaria 81 votos a favor y 27 en contra. Una mayoría
cualificada. Los grupos favorables a la medida componen un espectro amplio que
va desde conservadores y ultranacionalistas hasta liberales y socialdemócratas.
Les ha unido el reflejo defensista de los nosotros frente a los ellos. Algunos
lo llamarían populismo de baja estofa, pero es sabido que todas las opiniones
son libres.
Cunde en los
santuarios consagrados a la preservación de los valores de toda la vida el
pánico a los diferentes. Corren rumores de la presencia en las fronteras del
imperio de hordas de bárbaros feroces, pero lo cierto es que los bárbaros ya
estaban aquí desde antes. Valga de ejemplo la alarma suscitada por los sucesos
de Colonia en la pasada noche de fin de año, que al final ha resultado ser la
repetición de lo mismo que había ocurrido las noches de fin de año anteriores.
También se arrincona a los desaseados diputados de Podemos en la última fila
del hemiciclo de las Cortes, en beneficio de opciones menos votadas pero de
mayor caché. En mi recuerdo de la escuela, la “seño” hacía exactamente lo mismo
con los alumnos más zánganos o desastrados.
Y de una
confiscación en si bemol mayor, paso al comentario de otra en do menor. Nada que
ver con Dinamarca ni con la política; todo que ver con la mezquindad como
constante de comportamientos humanos moldeados por la educación en la conformidad
con lo establecido y en la repulsa a la transgresión, sin contar con la codicia
subyacente.
Al final del
partido de Liga entre el Málaga y el Barcelona, en el estadio de La Rosaleda, saltó
al césped (en contravención de los reglamentos de seguridad) un niño de 15
años, Kevin, para pedirle la camiseta a su ídolo, Leo Messi. Messi se despojó
de la prenda y se la dio, en mano. Luego los seguratas del campo acompañaron a
Kevin hasta el otro lado de las vallas…, y le confiscaron la camiseta.