miércoles, 27 de enero de 2016

CONFISCACIONES


La mezquindad no es un valor de derechas ni de izquierdas: es eso que los politólogos de las nuevas hornadas llaman “transversal”. Así se deduce de lo que acaba de ocurrir en Dinamarca. Dinamarca, para que se orienten ustedes, es ese país de la Europa del Norte que los promotores del procès independentista catalán propusieron como modelo a seguir. Un país limpio, noble, culto, rico, libre, despierto y feliz, para decirlo con la retahíla de Salvador Espriu.
En el parlamento danés se ha aprobado una ley para confiscar sus bienes a los refugiados de la guerra siria. De ese modo pagarán los gastos materiales (y, se supone, morales) que su presencia va a generar en la economía esmeradamente organizada del país de acogida. Por consideraciones de humanidad se han excluido de la medida confiscatoria el contante equivalente a 1340 euros y las joyas familiares que posean un alto valor sentimental para sus propietarios. La ley también prevé medidas tendentes a limitar la reagrupación familiar.
El valor de la medida no es propiamente económico, sino ejemplificador. Se trata en último término de un cursillo acelerado de inculcación de valores: gracias a ese procedimiento expeditivo, los recién llegados podrán darse cuenta de inmediato de dónde han ido a parar.
La nueva norma recibió en sede parlamentaria 81 votos a favor y 27 en contra. Una mayoría cualificada. Los grupos favorables a la medida componen un espectro amplio que va desde conservadores y ultranacionalistas hasta liberales y socialdemócratas. Les ha unido el reflejo defensista de los nosotros frente a los ellos. Algunos lo llamarían populismo de baja estofa, pero es sabido que todas las opiniones son libres.
Cunde en los santuarios consagrados a la preservación de los valores de toda la vida el pánico a los diferentes. Corren rumores de la presencia en las fronteras del imperio de hordas de bárbaros feroces, pero lo cierto es que los bárbaros ya estaban aquí desde antes. Valga de ejemplo la alarma suscitada por los sucesos de Colonia en la pasada noche de fin de año, que al final ha resultado ser la repetición de lo mismo que había ocurrido las noches de fin de año anteriores. También se arrincona a los desaseados diputados de Podemos en la última fila del hemiciclo de las Cortes, en beneficio de opciones menos votadas pero de mayor caché. En mi recuerdo de la escuela, la “seño” hacía exactamente lo mismo con los alumnos más zánganos o desastrados.
Y de una confiscación en si bemol mayor, paso al comentario de otra en do menor. Nada que ver con Dinamarca ni con la política; todo que ver con la mezquindad como constante de comportamientos humanos moldeados por la educación en la conformidad con lo establecido y en la repulsa a la transgresión, sin contar con la codicia subyacente.
Al final del partido de Liga entre el Málaga y el Barcelona, en el estadio de La Rosaleda, saltó al césped (en contravención de los reglamentos de seguridad) un niño de 15 años, Kevin, para pedirle la camiseta a su ídolo, Leo Messi. Messi se despojó de la prenda y se la dio, en mano. Luego los seguratas del campo acompañaron a Kevin hasta el otro lado de las vallas…, y le confiscaron la camiseta.