A partir de la
constatación marianista de que un plato es un plato y un vaso es un vaso, y que
ambos objetos ni son intercambiables ni aparecen a la mente como ontológicamente
dudosos, no resulta demasiado difícil establecer una previsión contable de los
vasos y los platos que caben, por ejemplo, en una alacena. El voto es cuestión
distinta. El voto sí es un objeto característicamente intercambiable y
ontológicamente dudoso, debido a lo cual, cualquier cálculo matemático tendente
a estimar una proyección futura cuantificable a partir de las papeletas
depositadas en una ocasión anterior, no pasa de ser lo que los filósofos griegos
antiguos denominaron con elegancia una entelequia.
Es lo que ocurre
con un artículo publicado en La Vanguardia por Carles Castro, bajo el siguiente
titular: «La división interna y el fracaso operativo de la CUP pueden costarle
hasta la mitad del voto.»
El artículo empieza
con una afirmación incontestable: «Parece evidente que el método asambleario resulta
algo engorroso para decidir la evacuación de un edificio en llamas.»
Convengamos en que así es, pero no dejemos de preguntarnos a continuación quién
ha propuesto nunca semejante mentecatez, y por qué razón oblicua se trae la
casa en llamas a cuento de los métodos decisorios de la CUP. Igual que un plato
no es adecuado para beber líquidos, ni un vaso como plataforma de sostén de un
alimento sólido, los métodos asamblearios sirven para unas cosas y no sirven
para otras. El buen juicio del usuario suele determinar con escaso margen de
error las circunstancias idóneas para la utilidad o no de cada cachivache
democrático.
La misma sencilla
norma vale en casos de división interna de una organización respecto de un tema
dudoso: hay soluciones que sirven, y otras que no. La decisión desde las
alturas, el voto “de autoridad” de los dirigentes, podría acarrear un desastre
en las bases. Eso sí habría sido un “fracaso operativo” en una organización
basada en la militancia combativa, y no en la adhesión incondicional.
Desmontadas las dos
premisas, resta por ver qué es lo que ofrece de sustancia un artículo
periodístico tan mal planteado. Lo que hay, es un cálculo de la pérdida presumible
de votos cupaires desde los dos flancos del “voto independentista” y del “voto
de izquierda”. Un No a Mas le costaría a la CUP en marzo 100.000 votos de
castigo; un Sí le resultaría más caro: 170.000 votos.
Para expresarlo con
claridad, lo que nos presenta Carles Castro es un horóscopo. Debería incluir en
el mismo, además de los cruces de las trayectorias de los planetas en los idus
de marzo, los agüeros deducibles del hígado de las reses sacrificadas en loor a
los dioses, los pronósticos a partir de la observación del vuelo de las aves, y
los turbios presagios del tarot. Pretende Castro partir de una base matemática,
pero esta es débil desde el momento en que la única variable que se plantea es
el voto a la CUP. ¿No es lícito pensar en un desencanto respecto de la fórmula
del JxS, en el caso aún no confirmado de que se propongan repetir la experiencia?
¿No cabe pensar en un trasvase de votos desde el sector de ERC que ha estado
reclamando con insistencia a Mas “un paso a un lado”? ¿Es concebible que el
desinflamiento de Ciutadans, perceptible a partir de la campaña de las
generales, no altere los números que consiguió el 27S en su momento de mayor
auge?
Son todos ellos
elementos eficaces ante la opinión pero difícilmente cuantificables, dada la
naturaleza volátil ya mencionada del voto. Por lo que cabe concluir que la bajada
de 100.000/170.000 votos auspiciada por Castro para la CUP es un mero brindis
al sol.
O bien otra cosa.
Por las sedes centrales de varios partidos catalanes corre un escalofrío de
nervios en tensión al pensar en lo que puedan cantar las urnas el próximo mes
de marzo. Está a la orden del día el “¡Virgencita, que me quede como estoy!” de
la paralítica de Lourdes en trance de despeñarse con su silla de ruedas. De ahí
que se estén llevando a cabo esfuerzos ímprobos – que no improbables – para llegar
a un consenso soberanista de último minuto. Desde Pineda de Marx viene
advirtiendo en estos días mi maestro que no está todo el pescado vendido. Que
aún queda media banasta de japutas en el mostrador de la pescadería.