domingo, 3 de enero de 2016

LA PRIVATIZACIÓN DEL ESTADO


Bruno Trentin resaltó en una conferencia profética en el Istituto Gramsci de Torino (noviembre de 1997) la paradoja de que la izquierda haya de asumir con todas sus consecuencias la defensa del estado, cuando históricamente el movimiento obrero consideró el estado como una construcción no solo ajena, sino decididamente hostil a su propia dinámica, puesta en pie por la clase dominante para oprimir “legalmente” a la clase subordinada.
En esas estamos. La multinacional Dinero Inc., en su búsqueda obsesiva de todas aquellas instancias que generan “valor” (léase beneficio para el accionista), y después de privatizar la banca, las empresas del sector energético, los ferrocarriles, las autopistas, los puertos, los aeropuertos, las telecomunicaciones, la sanidad, la educación, la asistencia social y las pensiones, está presentando ya en todas partes una OPA hostil por el resto del paquete. Es decir, por el estado, o al menos lo que resta del estado tal y como solía ser en otro tiempo. Dinero Inc. se ha marginado ya voluntaria y benévolamente de la función de pagar impuestos por los ingresos que obtiene dentro de los límites convencionales de los estados; ahora está interviniendo además en la redistribución de los caudales públicos según sus propios criterios.
Lo afirmó Wolfgang Streeck y lo recuerda Javier Aristu en un post de ayer mismo: caminamos hacia “un estado deudor dependiente de sistemas financieros internacionales privatizados” (1). ¿De qué otra forma se puede calificar el gigantesco rescate de la banca con dineros públicos, ocurrido a partir del crash de 2008? Esa diligente gestión de la catástrofe, llevada a cabo a través de una movilización general convocada por instituciones no exactamente públicas, creadas a partir de un consenso más bien tácito de cúpulas dirigentes de estados demediadamente soberanos, nos ha “enriquecido” con un retoque añadido a nuestra Constitución intocable. Un retoque minúsculo en la letra pero enorme en la significación puesto que establece el mandamiento que resume todos los demás, toda la ley y los profetas del mundo nuevo. A saber: la deuda es pública, y el beneficio privado.
Situar el cambio político en el largo plazo, como propone Aristu en su artículo, ha de significar un replanteamiento de las coordenadas mismas en las que se mueve la izquierda. Ha habido mucha dejadez en este aspecto, mucho desplante pinturero mirando al tendido de sol y sombra. La izquierda se vio capaz de manejar el trabajo, tal y como lo definió el ingeniero Taylor, y el estado, en la concepción acuñada al alimón por Bismarck y lord Beveridge, y conducir ese conjunto ajeno a todas sus tradiciones hacia un futuro socialista, sin necesidad de repensar el yo y las circunstancias de unos inventos tan prodigiosos. Hoy, a la vista del burujón que se ha montado en el patio después de tanto laissez faire, laissez passer, se impone hincar los codos en la mesa y empezar a estudiar de forma colectiva qué trabajo y qué estado queremos, si tenemos la intención de legar a las generaciones futuras alguna cosa de más sustancia que el comistrajo impresentable y tóxico que nos ofrece, en incómodos plazos, Dinero Inc.
Como mínimo, la iniciativa mentada debería formar parte de los buenos propósitos inspirados por la ingestión de las uvas durante las campanadas de final/comienzo de año.