Bruno
Trentin resaltó en una
conferencia profética en el Istituto Gramsci de Torino (noviembre de 1997) la
paradoja de que la izquierda haya de asumir con todas sus consecuencias la
defensa del estado, cuando históricamente el movimiento obrero consideró el
estado como una construcción no solo ajena, sino decididamente hostil a su
propia dinámica, puesta en pie por la clase dominante para oprimir “legalmente”
a la clase subordinada.
En esas estamos. La
multinacional Dinero Inc.,
en su búsqueda obsesiva de todas aquellas instancias que generan “valor” (léase
beneficio para el accionista), y después de privatizar la banca, las empresas del
sector energético, los ferrocarriles, las autopistas, los puertos, los
aeropuertos, las telecomunicaciones, la sanidad, la educación, la asistencia
social y las pensiones, está presentando ya en todas partes una OPA hostil por
el resto del paquete. Es decir, por el estado, o al menos lo que resta del
estado tal y como solía ser en otro tiempo. Dinero Inc. se ha marginado ya voluntaria y benévolamente de
la función de pagar impuestos por los ingresos que obtiene dentro de los
límites convencionales de los estados; ahora está interviniendo además en la
redistribución de los caudales públicos según sus propios criterios.
Lo afirmó Wolfgang Streeck y lo recuerda Javier Aristu en un post de ayer mismo: caminamos hacia “un estado deudor dependiente de sistemas
financieros internacionales privatizados” (1). ¿De qué otra forma se puede
calificar el gigantesco rescate de la banca con dineros públicos, ocurrido a
partir del crash de 2008? Esa diligente gestión de la catástrofe, llevada a
cabo a través de una movilización general convocada por instituciones no
exactamente públicas, creadas a partir de un consenso más bien tácito de
cúpulas dirigentes de estados demediadamente soberanos, nos ha “enriquecido”
con un retoque añadido a nuestra Constitución intocable. Un retoque minúsculo
en la letra pero enorme en la significación puesto que establece el mandamiento
que resume todos los demás, toda la ley y los profetas del mundo nuevo. A
saber: la deuda es pública, y el beneficio privado.
Situar el cambio
político en el largo plazo, como propone Aristu en su artículo, ha de
significar un replanteamiento de las coordenadas mismas en las que se mueve la
izquierda. Ha habido mucha dejadez en este aspecto, mucho desplante pinturero mirando
al tendido de sol y sombra. La izquierda se vio capaz de manejar el trabajo,
tal y como lo definió el ingeniero Taylor, y el estado, en la concepción
acuñada al alimón por Bismarck y lord Beveridge, y conducir ese conjunto ajeno a
todas sus tradiciones hacia un futuro socialista, sin necesidad de repensar el
yo y las circunstancias de unos inventos tan prodigiosos. Hoy, a la vista del burujón
que se ha montado en el patio después de tanto laissez faire, laissez passer, se impone hincar los codos en la
mesa y empezar a estudiar de forma colectiva qué trabajo y qué estado queremos,
si tenemos la intención de legar a las generaciones futuras alguna cosa de más
sustancia que el comistrajo impresentable y tóxico que nos ofrece, en incómodos
plazos, Dinero Inc.
Como mínimo, la
iniciativa mentada debería formar parte de los buenos propósitos inspirados por
la ingestión de las uvas durante las campanadas de final/comienzo de año.