Alberto Garzón ha calificado
de “Gambito Rajoy” la peculiar movida de apertura de nuestro presidente en
funciones en el tablero ajedrezado de la investidura. Técnicamente, el
comentario está bien enfocado: las piezas azules amagan con hacerse a un lado y
ceden terreno, con la intención de sorprender luego a las rojas mediante un
despliegue rápido y vistoso. Pero en el símil de Garzón falla la clave
psicológica. Rajoy no es jugador de gambitos, ni en el póquer iría nunca de
farol. Lo suyo se parece más a lo que hicieron Montgomery en El Alamein, y antes
lord Wellington en Waterloo: atrincherarse, no dejar ningún resquicio a la
iniciativa del contrario (cuenta para eso con el secante del Senado, y ya ha
avisado de su intención de utilizarlo), mantener imperturbable la posición (sí,
bueno, el búnker, ya que me obligan ustedes a dar detalles desagradables), y
asomar la jeta al exterior solo cuando quede claro que el enemigo ha agotado ya
toda la munición.
Rajoy no tiene
ninguna pretensión de jogo bonito. Su
intención es rendirnos a todos por cansancio, después de demostrar que un
gabinete en compañía de rastas y rogelios no conduce a Pedro Sánchez a ninguna
parte. Luego dejará que las cosas se asienten por su propio peso, con una ayudita
exterior de Monsieur Juncker y Madame Lagarde si es necesario (que lo será).
No valoramos
suficientemente los datos a nuestro alcance. Rajoy siempre ha sido un admirador
de Mourinho, de modo que nada más natural que calcar su estrategia sobre la del
Special One. Mourinho siempre ha dicho
que en una eliminatoria a doble partido (¿y qué es en último término, si no eso
precisamente, una sesión de investidura parlamentaria?), un empate a cero en
casa en el partido de ida es un gran resultado. En la vuelta, con el rival
volcado al ataque, todo es cuestión de especular y esperar el resquicio, la
oportunidad. Si las cosas no se desatascan y en definitiva hay que asumir algún
riesgo, se asume, pero solo a partir del minuto 85 de partido; no antes.
Mientras, Pablo
Iglesias, que no cree en las tácticas, ha entrado a por uvas con una propuesta al
PSOE de gobierno de coalición y él mismo de vicepresidente. Puede parecer
precipitado pretender ganar la eliminatoria desde el minuto 1, pero también esa
táctica tiene su lógica. Lo que no entiendo son los reniegos de algunos barones
socialistas que se dicen humillados por la peregrina movida de Iglesias, esta
sí de gambito. Humillados ¿por qué? No quiero ser malpensado, pero si Albert
Rivera les planteara algo parecido mi sensación es de que los ojillos les
relucirían de puro regocijo, y las glándulas salivares empezarían a funcionar a
tope como las del perro de Pavlov.
¿Son las rastas el
problema, queridos amigos socialistas?