Cuando esas
personas que lo saben todo vuelvan a contarles que lo peor de la crisis ya ha
pasado y los datos de la macroeconomía echan brotes verdes cada vez más
robustos, tiéntense ustedes la ropa y no se distraigan de percibir otros guiños
disimulados que reclaman nuestra atención en direcciones distintas.
Lean , por ejemplo, entre
las líneas de lo que escribe Francisco G. Basterra en El País (bajo el título “Máxima
atención a China”): «No sabemos si este tropiezo
del país en el que vive casi una cuarta parte de la humanidad, es solo eso, un
contratiempo, o predice un aterrizaje catastrófico de la segunda economía
mundial con graves consecuencias políticas internas, y su desbordamiento
estratégico al panorama internacional.»
Les recuerdo que el índice de la Bolsa ha descendido en la primera quincena de 2016 tanto como en todo el año 2015. Les recuerdo también, por si acaso lo habían
olvidado, que vivimos en una gran economía de mercado globalizada, y que todos
los datos se interconectan e interactúan entre ellos. Algo que algunos llaman “efecto
mariposa”. Lo más alarmante de la especulación semiapocalíptica de Basterra es su
confesión inicial: «No sabemos.»
Este es un mundo de aprendices de brujo.
Milton Friedman dio el pistoletazo de salida en 1970: «La única responsabilidad
social en los negocios es aumentar los beneficios.» Hermoseado en algunas ocasiones
con ringorrangos y en otras disfrazado de noviembre, ese es el patrón de
conducta que se nos propone, y a partir de él todo es mensurable y calculable con
la ayuda de las otras dos unidades universales de medida vigentes (meramente
simbólicas, por lo demás), el metro de platino iridiado y el patrón oro. La
vieja cantinela de que no se puede sumar peras y manzanas, ha quedado obsoleta.
Se puede. Todo consiste en calcular su valor relativo según patrón
uniformizado; así, 1 pera equivaldrá a 1,23 manzanas y la gran contabilidad del
mercado global podrá seguir su curso sin trabas. Todo es reducible a un precio convencional
expresado en dólares: tanto por la deforestación de la Amazonía, tanto por el
deshielo de los casquetes polares, por la desaparición acelerada de especies animales,
por el ensanchamiento del boquete del ozono. Vivimos en Jauja, y un porvenir
dorado se abre ante nosotros.
Solo que no es así. La gran utopía de nuestro
siglo XXI, el crecimiento indefinido en un universo regido por las leyes
inmanentes de la economía de mercado, está en ruinas a pesar de los esfuerzos por
convencernos de lo contrario a cargo de predicadores financiados por el 1% de
privilegiados que acumulan la práctica totalidad de la riqueza – menguante –
del planeta.
Es urgente reaccionar contra esa utopía,
armar y poner en funcionamiento un Plan B. Porque cuando nos cuentan que estamos
saliendo a duras penas de una crisis catastrófica, lo que en realidad debemos
entender es que estamos más próximos a caer en la crisis siguiente, y que esta
será peor porque mientras tanto habremos consumido más recursos no renovables.
La quimera de la abundancia ilimitada en un
mundo libre de contradicciones y reducible a números, porcentajes, estadísticas
e indicadores absolutamente fiables, fue desmentida hace ya aproximadamente
veintiocho siglos. Fue entonces cuando el Cohelet dejó escrita la siguiente afirmación
contundente: «Lo que falta no se puede contar.» (Eclesiastés, 1,15).