Fue el crítico Joan de Sagarra quien, en los siglos oscuros que
precedieron al luminoso procès que
vivimos hoy los catalanes, acuñó el término “cultureta” para indicar el sueño
de vida de una generación deslumbrada por los horizontes ambiciosos del
Sis-cents y la segunda residencia. José Luis López
Bulla nos da cuenta en su blog del enorme paso dado desde entonces por
el país, en opinión autorizada de la ex presidenta de Omnium Culturalet y actual diputada del Parlamentet catalán, Muriel Casals (1). Quien ha proporcionado un ideal de
vida y un objetivo a nuestra gente es, según Casals, Artur
Mas. O sea, «Artur Mas representa la aspiración de
las clases populares de llegar a ser la clase media culta, libre, despierta y
feliz.»
Atiendan a estos cuatro adjetivos: culta,
libre, despierta y feliz. No es una enumeración casual, es una cita. Casals ha
pasado, como yo mismo, por una época en la que leíamos a escondidas poesía prohibida
o arrinconada por las autoridades franquistas y llegamos a aprendernos de memoria
poemas enteros de La pell de brau, de
Salvador Espriu. De ahí proviene la cita oculta,
para ser exactos del poema Assaig de
càntic en el temple. Solo que Casals ha variado el sentido de los versos.
Oigamos lo que dijo exactamente el profeta del catalanismo popular, hoy negado
tres veces (más incluso) por sus antes enfervorizados discípulos:
Oh,
que cansat estic de la meva
Covarda,
vella, tan salvatge terra,
I com
m’agradaria d’allunyar-me’n,
Nord
enllà,
On diuen
que la gent és neta
I noble,
culta, rica, lliure,
Desvetllada
i feliç!
Ahí tenemos la ristra de adjetivos. Casals ha
introducido dos variaciones, no mínimas. Primera, ha omitido el adjetivo “rica”
entre “culta” y “libre”, sin duda para enfatizar que se está dirigiendo a las
clases medias. Segunda, la gente culta y feliz de la que habla el poeta no se
encuentra aquí, en esta tierra cobarde, vieja y salvaje, sino lejos, “nord enllà”, hacia el norte, quizás en
Bruselas, en Berlín o en Estrasburgo.
Y Artur Mas, dispensen ustedes, ni está presente
en tales lugares ni se le espera, con procès
o sin procès. Artur
Mas, que no distingue entre el griego y el latín, es algo inconfundiblemente
nuestro, una versión rigurosamente actualizada y digital del secular y
analógico “quiero y no puedo” de unas clases medias adictas a la cultureta como variante menor de la
cultura, y casi para nada felices.