Anuncia Celeste
López, en La Vanguardia, que un selecto equipo científico de la Universidad
Complutense de Madrid ha dado fin a una larga investigación multidisciplinar
con la conclusión de que el lugar de la Mancha aludido por Cervantes en el inicio
de Don Quijote es Villanueva
de los Infantes, capital del Campo de Montiel, y no, como se creía desde
el siglo XVIII por ciertos indicios, Argamasilla de Alba.
Las dos localidades
son preciosas, y muy merecedoras de patrocinar el evento, pero no sé qué vamos
adelantando con tal estudio y tal noticia. Cuenta Celeste que se han tenido en
cuenta detalles tales como la estimación de la velocidad de crucero que podía
desarrollar en una jornada de viaje de características medias el rucio de
Sancho Panza, y yo me pregunto si don Miguel se preocupó en alguna ocasión
durante la escritura de su libro de tales fifiriches. Cualquier día nos
sorprenderán con la noticia de que Sancho Panza se llamó en realidad Foncho
Andorga, y que la ínsula de Barataria fue una pedanía de Cariñena.
Se insiste en que
Cervantes ocultó “con ahínco” la cuna de su personaje, cuando de cierto es tan
sencillo inventar una cuna como inventar al personaje que vio la luz en ella.
Dado que Don Quijote de la Mancha no
es una obra histórica ni biográfica sino que su intención fue muy distinta, no
queda al lector otro recurso que someterse a la suprema autoridad del autor en
lo que se refiere a todos los detalles que nos fue proporcionando, u ocultando, sobre sus
personajes.
Así pues,
bienvenida sea Villanueva de los Infantes al corro de la patata de la leyenda
cervantina, pero el Quijote seguirá siendo a partir de ahora la misma obra que
era. Macondo tampoco es Aracataca, y la magdalena de Proust no fue, ni antes ni nunca, una
tostada, puesto que el autor acabó por rechazar la solución, ensayada en
algunos borradores que han sido exhumados y cotejados recientemente. El lugar
de los mitos es inamovible, para bien o para mal, desde el momento en que la obra
es entregada al examen del público lector. Realidad literaria y realidad
histórica son en rigor dos líneas independientes, en modo alguno paralelas
puesto que se cruzan y se entrecruzan mil veces, pero de hecho no coinciden
jamás.
¿Qué gana en
prestigio y renombre, podemos preguntarnos, la muy bella y muy noble Villanueva
de los Infantes, que acoge la tumba de don Francisco de Quevedo, con haber sido el “lugar de la Mancha” del que Cervantes no
quiso acordarse?