sábado, 16 de enero de 2016

EL LUGAR DEL MITO


Anuncia Celeste López, en La Vanguardia, que un selecto equipo científico de la Universidad Complutense de Madrid ha dado fin a una larga investigación multidisciplinar con la conclusión de que el lugar de la Mancha aludido por Cervantes en el inicio de Don Quijote es Villanueva de los Infantes, capital del Campo de Montiel, y no, como se creía desde el siglo XVIII por ciertos indicios, Argamasilla de Alba.
Las dos localidades son preciosas, y muy merecedoras de patrocinar el evento, pero no sé qué vamos adelantando con tal estudio y tal noticia. Cuenta Celeste que se han tenido en cuenta detalles tales como la estimación de la velocidad de crucero que podía desarrollar en una jornada de viaje de características medias el rucio de Sancho Panza, y yo me pregunto si don Miguel se preocupó en alguna ocasión durante la escritura de su libro de tales fifiriches. Cualquier día nos sorprenderán con la noticia de que Sancho Panza se llamó en realidad Foncho Andorga, y que la ínsula de Barataria fue una pedanía de Cariñena.
Se insiste en que Cervantes ocultó “con ahínco” la cuna de su personaje, cuando de cierto es tan sencillo inventar una cuna como inventar al personaje que vio la luz en ella. Dado que Don Quijote de la Mancha no es una obra histórica ni biográfica sino que su intención fue muy distinta, no queda al lector otro recurso que someterse a la suprema autoridad del autor en lo que se refiere a todos los detalles que nos fue proporcionando, u ocultando, sobre sus personajes.
Así pues, bienvenida sea Villanueva de los Infantes al corro de la patata de la leyenda cervantina, pero el Quijote seguirá siendo a partir de ahora la misma obra que era. Macondo tampoco es Aracataca, y la magdalena de Proust no fue, ni antes ni nunca, una tostada, puesto que el autor acabó por rechazar la solución, ensayada en algunos borradores que han sido exhumados y cotejados recientemente. El lugar de los mitos es inamovible, para bien o para mal, desde el momento en que la obra es entregada al examen del público lector. Realidad literaria y realidad histórica son en rigor dos líneas independientes, en modo alguno paralelas puesto que se cruzan y se entrecruzan mil veces, pero de hecho no coinciden jamás.
¿Qué gana en prestigio y renombre, podemos preguntarnos, la muy bella y muy noble Villanueva de los Infantes, que acoge la tumba de don Francisco de Quevedo, con haber sido el “lugar de la Mancha” del que Cervantes no quiso acordarse?