Leo en El País que
la Comisión Europea evalúa el fraude fiscal de las grandes empresas en el
conjunto de la Unión en setenta mil millones de euros. Yo diría, a ojo de buen
cubero, que son más incluso, si parto del dato que consta en uno de los
papelitos que revolotean continuamente por el tablero de mi escritorio, en los
que anoto citas sueltas de mis lecturas heterogéneas. El papelito al que me
refiero dice lo siguiente: «Según un
estudio oficial, los beneficios anuales generados por la actividad en Francia
de Google, iTunes (Apple), Amazon y Facebook se aproximan a los 5.000 millones
de euros, mientras que, en el mismo tiempo, dichas empresas pagan a la Hacienda
francesa un montante de 4 millones de euros por dichos beneficios. (M. COLLET, “Quelle
fiscalité pour les entreprises transnationales?”, en VVAA, L’entreprise dans un monde sans frontières, p. 115-16.»
Habida cuenta de
que la cotización por beneficios de las sociedades es del 33% en Francia, la
deuda con el fisco francés de las cuatro empresas estaría en torno a 1.800 millones
de euros, y el montante del fraude sería de 1.796 millones; como el dato se
refiere a la defraudación en un solo país de la Unión y a tan solo cuatro
empresas gigantes de los cientos que operan en el territorio, la cifra global seguramente
ha de ser mayor que la expuesta por el comisario señor Moscovici. Pelillos a la
mar, con todo. Si vamos a las medidas anunciadas por el portavoz de la Comisión
para resolver el problema, se me antojan bastante bondadosas. Yo creía que el
fraude fiscal era un delito sobre el que debe caer todo el rigor de la ley,
pero en este caso el castigo se reduce aproximadamente a blandos meneos
reprobadores de cabeza y amenazas de pampán al culete la próxima vez.
Puede que sea solo
una impresión personal, pero entiendo que la UE no se comportó del mismo modo
con Grecia en ocasión del famoso referéndum sobre la deuda. Sus métodos fueron
un tantico más expeditivos en aquella ocasión, aunque sobre el tema hay
opiniones no concordes. Leo con frecuencia que Tsipras llevó a su país al
desastre financiero y al corralito, como si lo ocurrido anteriormente hubieran
sido tortas y pan pintado y el corralito fuera consecuencia directa de la
nefasta política económica de Syriza, que aún no había cumplido los 100 días de
gobierno. Se sostiene asimismo que la UE tuvo un comportamiento magnánimo en
aquella ocasión, porque podía haber expulsado a Grecia de la moneda común; pero
se omite el hecho (bastante determinante) de que si no lo hizo no fue por falta
de ganas, sino por la circunstancia de que ninguno de los tratados firmados y
rubricados abonaba jurídicamente tal solución en el seno de la UE.
Y se dice finalmente,
y esto desde cenáculos de una izquierda cuando menos nominalmente radical, que
Tsipras se bajó en aquella ocasión los pantalones de una forma vergonzosa.
Lo cual es por lo
menos discutible. Hasta un alumno de Primaria en la época de la ley Wert es
capaz de entender la diferencia cualitativa existente entre que uno se baje por
sí mismo los pantalones o que otros, en cuadrilla, se los bajen por la fuerza.
Por la misma regla de tres resultará que Charpentier nos avergonzó a todos por
su dejadez deportiva ante Dempsey; tal afirmación, sin embargo, no calibraría
de forma suficiente el dato constatado de que Charpentier recibió un uppercut en
el mentón y estuvo tendido en la lona inconsciente en tanto el árbitro del
combate completaba la cuenta preceptiva de diez segundos. Puede acusarse a
Charpentier y a Tsipras de no haber medido bien sus fuerzas en el desafío, pero
no de haber consentido de antemano la humillación que sufrieron.
Convengamos en
cualquier caso, y sea cual sea nuestra manera de ver las cosas en esta cuestión,
que la Unión Europea tiene dos maneras diferentes de comportarse ante la deuda:
una para los amigos, y otra para los demás. En el caso de que Podemos llegue
finalmente al gobierno de la mano del PSOE de Pedro Sánchez, es de temer que el
trato que se le depare en la negociación del déficit sea diferente del que
recibiría una Soraya de Santamaría amparada en su investidura por Ciudadanos.
Ante las troikas todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.
Es lo que hay. Y la
culpa de todo la tendría, no faltaría más, Pablo Iglesias.
Son maneras de ver
las cosas.