viernes, 8 de enero de 2016

QUÉ FEO ES EL CAMBIO


Las cosas están cambiando deprisa y para peor, damas y caballeros. La alarma cunde en las redes sociales. Abrió la veda una dulce mamá de alta cuna y currículum como diputada del PP por Madrid: «No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás.» El problema era que el Baltasar de la cabalgata de los Magos iba hecho un adefesio, y su hijita de seis años se dio cuenta de que “aquello” no era de verdad. La beautiful people acosada en sus trincheras por una alcaldesa feísta.
El cantante Francisco González, émulo de aquel Petronio árbitro de las elegancias en la Roma imperial, la ha tomado con Mónica Oltra. El problema también deriva al parecer de una cabalgata con tres reinas magas “más parecidas a las prostitutas de un western”. O sea, alegres y un poco descocadas, nada parecido a las reinas como estamos acostumbrados a verlas desde el accidente de tráfico nocturno de Diana de Gales. Pero Francisco no se queda en la anécdota y despelleja así a la vicepresidenta valenciana en un tuit: «Me encanta su estilismo, qué figura más espléndida tiene la señora, única e inimitable. Con sus gafitas, sus botitas, su vocecita y sus manitas. Es para comérsela… los leones de Bio-Park.» Luego la llamó “escoria”, y luego aún pidió perdón y prometió no volverlo a hacer, un recurso que va haciéndose recurrente entre nuestro famoseo después de ser trending topic debido a alguna animalada o atentado contra las conveniencias.
En el mismo registro del cantante se mueve el periodista Antonio Burgos, un hombre que se declara monárquico “por razones estéticas” (¿cuáles?, siente uno la tentación de preguntar) y que en un artículo publicado en el diario ABC, bajo el título «Las Flequis», se interroga: «¿Por qué las tiorras separatistas, ora vascongadas, ora catalanas, ora de Bildu, ora de la CUP, han de ser tan feas?»
La pregunta es retórica. No son feas las tiorras, ni mucho menos. A Antonio Burgos se lo parecen, por razones que no son propiamente estéticas, o que tienen que ver con una estética propia de los crepúsculos de hace “noventa o novecientos años”, como escribió Mario Benedetti en un poema contra los puentes levadizos compuesto en un momento parecido al presente, con los puentes “a medio descender o a medio levantar, que no es lo mismo” (1).
Que sí, Antonio, créetelo, las flequis son cojonudas, no solo hacen el amor mejor que esas princesas lánguidas que se morían «de breves tisis o de espinas de rosa»; además, son capaces de hacer muchas cosas más. Vienen malos tiempos para la estética retro, y en la tesitura solo caben dos opciones: evolucionar con los tiempos, o escribir en twitter, el corazón dolorido prendido de cada nota musical arrancada por el llanto de los violines del otoño, un mensaje desesperado del tenor siguiente: «No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás.»