lunes, 18 de enero de 2016

POR BOCA DE GANSO


Antoni Zabalza, que fue secretario de Estado de Hacienda y es en la actualidad catedrático de Análisis económico en la Universidad de Valencia, pontifica en El País sobre Podemos, la secesión y el populismo. Mi interés por el populismo y por la secesión es escaso. Siento, en cambio, simpatía hacia Podemos; una simpatía extensible a otras instancias políticas plurales que tienen con Podemos el denominador común de afanarse en cambiar las cosas. Lo contrario le ocurre a Antoni Zabalza, que se ha convertido en adalid puntero, y supongo que bien pagado, del statu quo en el sentido más rasante de la palabra.
A cada cual según su gusto, pero Zabalza me irrita cuando confunde de forma intencionada el populismo con la democracia directa, citando con desparpajo a Condorcet, y concluye exponiendo la «necesidad de reconocer explícitamente los límites de la democracia.» ¡Los límites de la democracia, punto! De estar aún entre nosotros, Condorcet le habría dedicado un zasca de pronóstico. Él habló de los límites intrínsecos de la democracia directa y plebiscitaria, y de la necesidad de articular mecanismos de equilibrio y de contrapeso para evitar un despotismo de la mayoría. Zabalza argumenta en cambio que la democracia directa es mala en sí («es incompatible con una sociedad abierta»), y solo es buena aquella democracia indirecta dirigida a «retirar del poder a los gobernantes que han decepcionado a los electores.»
No contento con semejante reduccionismo en la forma de concebir el gobierno de la mayoría, encarece la importancia de ese «pobre y pequeño» papel de la democracia con la siguiente frase antológica: «Los países que han jugado con la democracia directa han acabado eliminando libertades individuales, causando dolor y miseria, y destruyendo los fundamentos de su sistema económico. Por el contrario, los que con más modestia se han abstenido de formular arcadias sociales, y limitado la práctica democrática al control de sus gobiernos, han conseguido respeto y tolerancia para con la diversidad, altas cotas de libertad individual, economías dinámicas y prósperas y un reparto razonable del bienestar.»
Nombres, señor Zabalza, nombres. ¿Cuáles son esos países? No hable por boca de ganso y mire con detenimiento a su alrededor. Sin necesidad de salir de las fronteras de este país concreto, lo que aparece a simple vista es “dolor y miseria”, hambre, desahucios, pobreza energética, desempleo no subsidiado, enfermedades desatendidas, etc., nada de todo ello causado precisamente por la democracia directa ni el populismo; la eliminación de libertades individuales (colectivas también, ahí está el juicio inminente al comité de empresa de Airbus); la destrucción de los fundamentos del sistema económico, si entendemos como uno de tales fundamentos el trato justo y decente en las condiciones de empleo y en la remuneración de la fuerza de trabajo asalariada; la falta habitual de respeto y de tolerancia para con las diversidades de todo tipo; una economía estancada y canija, y una desigualdad abismal en el reparto del bienestar.
Y esa situación insostenible, propiciada no por haberse rebasado los límites de la democracia sino por la falta de sustancia de la misma en el rigodón de turnos parlamentarios y puertas giratorias hacia y desde la esfera de los negocios, es la que Zabalza ve amenazada por «el populismo de Iglesias y Colau». Si con ellos viene el caos, señor Zabalza, bienvenido sea el caos.