miércoles, 6 de enero de 2016

LA LEY DEL REVÓLVER


Las lágrimas de Barack Obama en el momento de anunciar su decisión de controlar por decreto la venta de armas de fuego en su país casi vinieron a coincidir con el final de la aventura política de Gisela Mota Ocampo.
Gisela, una mujer “aguerrida y comprometida con la lucha social” según sus vecinos, había librado una batalla importante por la paridad de género en las listas de todas las candidaturas para las elecciones municipales en el estado de Morelos, México. En Temixco, el cabildo por el que se presentaba, no solo consiguió la elección de un 50% de mujeres, sino que ella misma fue elegida alcaldesa, la primera en la historia de la población.
Eso ocurrió el viernes 1 de enero. El sábado 2, mientras desayunaba, varios sicarios de uno de los carteles de la droga dominantes en la zona irrumpieron violentamente en su casa y la acribillaron a balazos.
Obama pudo haber llorado por ella, aunque, según las crónicas, su emoción se desató al recordar la matanza de la escuela Sandy Hook, en Connecticut, una de las cíclicas orgías de sangre que se desatan en Estados Unidos cuando un psicópata irrumpe en un espacio comunitario disparando a diestro y siniestro. Aquel día murieron veinte niños de primaria y seis adultos.
Lo cual no ha impedido a los republicanos, mayoritarios en el Congreso, seguir asociando las armas de fuego con la libertad. Mueren cada año por disparos de armas de fuego 32.000 ciudadanos estadounidenses: 1000 de ellos por disparos de la policía, lo cual ya es de por sí un pésimo indicador; 31.000 en otros tiroteos de diversas índoles. Cuando ocurrió la masacre terrorista de París, el candidato republicano Donald Trump moralizó con el argumento de que si los parisinos fueran armados a los conciertos, se habrían defendido mejor. Un argumento tan insensato como el personaje que lo enunció.
Algunos políticos opinan que la ley debemos llevarla los ciudadanos enfundada en la cartuchera. No conciben más legalidad que la que cada cual consigue imponer por la fuerza o la puntería. El estado de derecho son monsergas, y solo merece vivir el superviviente de un duelo a muerte omnipresente y continuado.
Struggle for life. Los débiles, los indefensos, los marginados por esa teoría de una coexistencia no pacífica, se amontonan hoy en las fronteras cerradas de países (pre)potentes. En el interior de esos países, la violencia se ejerce también contra quien no cuenta con medios para evitar ser expoliado de sus derechos legítimos en nombre de la libertad y la igualdad individuales. En nombre del “porque sí”, del “no hay alternativa”.
Pero la violencia no equivale a libertad ni a justicia, tampoco en los lugares en los que ha usurpado el lugar de la ley. Son las víctimas, no los sicarios ni los descerebrados, las que enaltecen la humanidad. Estamos todos en deuda con Gisela Mota Ocampo.