Los expertos, ese
oráculo colectivo de prestigio inamovible, predicen para Estados Unidos, y de
rebote para todas las economías occidentales postindustriales, una situación contradictoria
con la llamada “destrucción creativa” teorizada por Schumpeter.
En román paladino, la destrucción de empleo consecuente a la introducción masiva
de las nuevas tecnologías de la información en los procesos productivos, no va
a verse compensada ni siquiera en el largo plazo por la creación de nuevos
puestos de trabajo en los sectores emergentes.
Esas son las
conclusiones de una gran encuesta realizada por el Pew
Research Center en 2014 para el horizonte temporal 2025 (1). Se apunta a
que habrá cambios en la división del trabajo, y que tareas complejas realizadas
hasta ahora por técnicos con una cualificación media e incluso alta, podrán ser
descompuestas en rutinas codificadas y asumidas por robots polivalentes dotados
de inteligencia artificial. Solo el acto creativo imprevisible asociado a la
innovación quedará a salvo de la invasión masiva de la robótica en los procesos
productivos. De esta forma la pirámide salarial seguirá estirándose, disparada
hacia arriba por las remuneraciones estratosféricas concedidas a la innovación,
y empujada hacia abajo por la proletarización cada vez más acusada de los técnicos
y cuadros intermedios, cuyos servicios pasarán – están pasando ya – a la
categoría de prescindibles, de modo que se verán forzados a un peregrinaje permanente
en busca de empleos tendencialmente más precarizados y peor pagados.
A este cuadro lo llaman
algunos expertos “nuevo taylorismo”.
Yo diría que se
trata más bien del mismo viejo taylorismo, al que se ha dado una nueva mano de
pintura. Apuntemos algunas debilidades de la “profecía”: la “gran” innovación
no se produce en el marco de la empresa, sino fuera de ella. Gates y Jobs no
trabajaban como empleados de Dinero SL. Inventaron
algo, corrieron a registrar la patente para evitar que Piratas
SA se alzara con el santo y la limosna de su invento, y luego montaron
sus propias empresas. En sus empresas trabajan chicos listísimos y bien
pagados, pero no de los que empujan hacia arriba la punta de la pirámide
salarial. Esa punta corresponde a altos ejecutivos más bien oscuros en lo que
se refiere a talentos personales, pero con excelentes contactos en los diversos
escalones de la administración y de la banca, y experiencia sobrada en el
funcionamiento de las puertas giratorias. La saga de héroes galácticos que se
nos cuenta es una milonga; no se premia el genio innovador sino la máquina de
hacer negocios; la película real no es Star Wars,
sino Wall Street.
El ingeniero Taylor desconfió siempre de los beneficios de la cooperación
y del trabajo colectivo. Para él la única vía de progreso en la fábrica era la
individual. Dejó escrito que el valor de un grupo de trabajo se corresponde con
el nivel del elemento peor pagado de ese grupo. Son sus mismas ideas las que, debido
a rémoras mentales subsistentes en un sector aparentemente tan dinámico como el
de los negocios, siguen impulsando a día de hoy el esquema de la corporate governance a la americana.
Allí predominan las ideas de que el sindicalismo es un vicio que favorece la
pereza innata del colectivo de trabajadores, y de que solo el estímulo
pretecnológico del palo y la zanahoria es capaz de avivar la productividad de
un colectivo. De hecho, los estudiosos yanquis de la empresa no creen demasiado
en los colectivos, y son indiferentes al valor potencial de cuestiones como el know-how, a pesar de que sus
características son las de una innovación permanente a pequeña escala.
En la definición de
su profecía para 2025, los expertos convocados por Pew han omitido citar la
cláusula general de salvaguarda que los juristas conocen con el nombre de rebus sic stantibus. Es decir: las cosas
serán como yo digo, siempre y cuando todo lo demás siga como hasta ahora. La
sutileza de la fórmula jurídica escapa por completo al dogmatismo de los economistas.
Para ellos, las cosas serán como serán porque así deben ser, y punto.
Y con esa actitud
atrapan sin remedio al pensamiento de izquierda. La Profecía de Pew no es sino
una expresión más de la ideología TINA (There Is No Alternative, no hay
alternativa) que nos invade desde todos los flancos. Pero nos pilla
desprevenidos porque señala un rumbo “científico” hacia el progreso, y
nosotras/os, las gentes de la izquierda, conservamos impresa en nuestro ADN una
fe sólida, mamada en miles de lecturas selectas, en el determinismo del progreso.
Creemos que el progreso siempre nos acompañará, y nos dejamos impresionar por cualquier
vocero del progreso, por más que con demasiada frecuencia se comporte como un vendedor
de crecepelo en las ferias de los pueblos.
Las nuevas
tecnologías tendrán efectos sobre el empleo diferentes a los expuestos por Pew
and Co. si cambia la valoración y la concepción misma del trabajo; si se camina
hacia una organización más democrática de la empresa; si se aprovechan de forma
adecuada recursos valiosos que el capitalista al uso tiende a dilapidar; si se
instala en el núcleo duro de los procesos productivos una racionalidad
diferente, más colectiva y más cooperativa. En definitiva, si se empodera de
forma activa a quienes se ven hoy pasivamente empujados a los márgenes de la
economía y de la historia.
Para ello será necesario
alzar la bandera de la libertad en contra del uso determinista de la tecnología
que promueven las estructuras del poder económico y financiero. La libertad es
lo primero, la libertà viene prima. A
partir de ese principio, ninguna otra cosa está escrita de antemano.