¿Pero qué pinza?, me pregunto al leer el siguiente titular de elpais:
«El PSOE intentará sobrevivir a la pinza entre Podemos y el Partido popular.»
¿Ven fantasmas Anabel Díez, Francesco Manetto y Javier Casqueiro, firmantes del
artículo y responsables, se supone, del titular?
Ven fantasmas, en
efecto. El artículo comienza así: «Mariano Rajoy y Pablo Iglesias quieren
convertir las elecciones del 26-J en una segunda vuelta del 20-D.» Vaya
sorpresón. Independientemente de lo que quieran Rajoy e Iglesias, ¿de qué otra
manera puede definirse el 26-J sino como una segunda vuelta del 20-D? Una
segunda vuelta en la que los partidos concurrentes deberían esforzarse en
prescindir de floreos retóricos y renovar o afilar las ofertas hechas entonces
al electorado, so pena de ver gravemente erosionada su candidatura.
Pero a todo esto,
¿dónde está la pinza? Así la explican los tres periodistas: «Las estrategias no
coordinadas del PP y Podemos coinciden en hacer del PSOE el adversario al que
se le pondrán las máximas exigencias y condiciones pero como un actor
secundario.» Vale la precisión de que las estrategias de Rajoy e Iglesias “no
están coordinadas”; sostener que sí lo están, habría remitido a los tres
autores al Psiquiátrico por un ataque furioso de paranoia. Pero si se examina
su argumentación, resulta claro que la “coincidencia” entre PP y Podemos-IU
(sigue elpais su línea habitual de ignorar la presencia y el protagonismo, poco
o mucho, de IU) se reduce a que se consideran recíprocamente como el enemigo
principal, mientras que tanto PSOE como C’s han quedado, por el momento,
arrinconados en un ángulo del ring en el segundo asalto de este largo combate
de catch a cuatro.
No es una pinza, es
una mera consecuencia de lo que ha ocurrido antes. No hay ninguna pretensión maquiavélica,
por parte de nadie, de considerar los comicios de junio una segunda vuelta de
los de diciembre: es la realidad misma. En diciembre, Sánchez se propuso sacar
el mejor partido posible de su condición de second
best capaz de atrapar voluntades en ambas direcciones del espectro
político. Es un hecho que fracasó en el intento por la falta de recorrido de su
intento de forzar a Podemos y sus secuelas a un papel de comparsas, mientras
Rivera ejercía de invitado estrella de la comandita.
Sánchez debió haber
intuido entonces que un fracaso tendría consecuencias, y esforzarse más en
alcanzar un pacto de gobierno o de investidura que habría agradado a todos;
pero se cerró en banda, confiado en poder echar las culpas de la falta de
consenso a Pablo Iglesias. Es lo mismo que sigue predicando ahora: «Iglesias no
quiere gobernar sino ganar al PSOE.» Un pobre intento de transferencia de
responsabilidades. Ocurre que Sánchez, Ferraz y sus portavoces oficiosos en
elpais sa, se han dado cuenta de pronto de que su estrategia fallida en primera
vuelta puede condenarles a la irrelevancia en la segunda.
Quisieron cambiar
el gobierno pero dejar intacto el sistema. La consecuencia es que el votante escarmentado
percibe que votar al PSOE no es solución para nada de lo que está en juego.
Fabricaron una ratonera para atrapar en ella a lo que se movía a su izquierda, y
corren el riesgo de meterse por su propio pie en esa misma ratonera.
La prueba de que no
hay pinza es la novedosa propuesta de Iglesias de aunar fuerzas para ganar el
Senado con candidaturas conjuntas. Desde el PSOE han contestado con un seco “no,
gracias”, y recordado que ellos tienen un proyecto autónomo. Harán bien en reflexionar
sobre las características y los límites de ese proyecto, y de reconsiderar su
negativa a desalojar de una vez por todas a los populares de las posiciones de
fuerza en las que están atrincherados. (¿Hay que recordar que el Senado está sirviendo
de refugio idóneo para aforados perseguidos por corrupción, como Rita
Barberá?). La alternativa “autónoma” del PSOE a unas candidaturas conjuntas con
los radicales, los extremistas y los amateurs de la política, puede tener resultados
bastante peores. Para el PSOE y para el país.