viernes, 20 de mayo de 2016

TIEMPO PARCIAL Y CONCILIACIÓN


Siguen coleando las declaraciones de Juan Rosell, para quien el empleo fijo «es cosa del siglo XIX». La apreciación resulta chocante y la precisión de siglo bastante paradójica, pero responde a una óptica empresarial, diríamos, “a ultranza”. Hubo un tiempo en que la religión del beneficio imponía a los empresarios tener a su entera disposición una fuerza de trabajo numerosa, dócil y no contaminada por los vientos socialistas y anarquistas procedentes de una Europa atea, obrerista y echada definitivamente a perder. Entonces se construyeron a lo largo de los ríos catalanes fargas y colonias textiles que concentraban a las familias de los trabajadores en las condiciones casi de un convento de clausura, las alimentaban a través de los economatos de la empresa (dándoles en vales una parte del salario, de modo que todo quedaba obligatoriamente en casa), velaban por su reproducción ordenada en paritorios también proporcionados por la empresa y nada gratuitos, dificultaban la entrada y salida de elementos extraños potencialmente subversivos, y celebraban las ceremonias religiosas, de asistencia obligatoria, unidos en una gran familia. Época feliz a su modo, desde el punto de vista de Rosell, pero imposible de reproducir desde los parámetros del siglo XXI.
Aquello era empleo “seguro”, aunque con una dosis alta de violencia de orden cuartelero o conventual sobre las personas de los trabajadores dependientes y sus destinos. Hoy es incompatible con los parámetros de la vida moderna una solución empresarial parecida, pero la subordinación deseable de una fuerza de trabajo sobrecargada de obligaciones y ausente de derechos se consigue por otros medios, también relacionados con la violencia impuesta desde el mando.
Más de 1,5 millones de personas están subempleadas en España, es decir que están contratadas por un horario menor de la jornada legal, y no por elección propia. De ellos, dos terceras partes son mujeres, cifra equivalente a la media en la Unión Europea. Desde el punto de vista de la ley, el trabajo a tiempo parcial ofrece a las mujeres una opción dirigida a conciliar la vida laboral con la atención a la familia, pero en este respecto los porcentajes comparativos con Europa son bastante más diferenciados: un 9,5% de danesas y un 13,4% de holandesas en esa situación desearían trabajar más horas; en España las cifras suben hasta el 54,2%.
Conviene encuadrar estos parámetros en el contexto general. Un subempleo tan elevado se da en España simultáneamente a un desempleo galopante y a una sobrecualificación altísima. Es decir, que una mujer joven (para ir al caso extremo, no es que para el varón todo sean tortas y pan pintado) no encuentra trabajo, y si lo encuentra es por debajo del nivel de estudios y de cualificación que posee, y aun así, por menos horas de las que desearía emplearse.
Menos horas cobradas, en todo caso. Según Elisa Chuliá, investigadora de Funcas y profesora de la UNED, citada en un artículo de Alicia Rodríguez de Paz en La Vanguardia (1), «una parte de estos contratos enmascaran en la práctica horarios mucho más extensos.»
La transparencia de las cifras contrastadas da idea de la dimensión social de las afirmaciones del mandamás de la CEOE. Esta es la realidad del empleo en España: ni fijo, ni justo, ni decente, ni suficiente. Si el empresariado desea asumir la condición de salvapatrias de turno, deberá empezar por hacer examen de conciencia.
Algunos empresarios lo están haciendo ya, desde la cárcel.