Ada Colau lleva un
año al frente del consistorio de Barcelona, y en su caso se cumple al pie de la
letra la variante específicamente política del curioso caso de la botella medio
llena o medio vacía: unos creen que Colau va demasiado lejos, y otros que no
hace ni mucho menos lo bastante. En el caso del llamado “banco expropiado” u
okupado, en el barrio de Gràcia, el ministro en funciones de la Mordaza, Jorge
Fernández Díaz, ha calificado de “insólito” su comportamiento por ponerse “a
favor de los ilegales”. Lo cual contrasta con el tuit que le han dedicado desde
el hashtag #BancExpropiat: «Seremos vuestra peor pesadilla.»
Colau tiene en la
mente una idea de ciudad, y también una idea de la convivencia. Se trata de
ideas insoportables para muchas personas. Por citar un ejemplo no exhaustivo, resultan
insoportables para la intención convergente de arrastrar quieras que no el cap i casal hacia el campo de los “buenos
catalanes”, los dispuestos a colocar el gran juego de rol de la independencia
virtual en el centro de sus vidas y de sus opciones de voto. La intención de
Colau de ser alcaldesa de todos, también de los “malos”, les exaspera los
peores instintos. Si poseen ustedes el espíritu altruista exigido para hacer
grandes sacrificios en favor de la ciencia, echen un vistazo a los programas de
tertulias de TV3, escuchen las mesas redondas de Catalunya Ràdio y de la Cadena
SER catalana, y paseen la mirada por las publicaciones periódicas
subvencionadas por la Generalitat. Comprobarán que el asedio mediático a Ada es
aproximadamente del volumen y el calibre del que se desató contra Dilma
Rousseff en Brasil, y acabó por forzar su destitución.
Esa es la idea, la
destitución por fas o por nefas. La misma que subyace en los ataques
interminables contra otra alcaldesa progresista, la madrileña Manuela Carmena.
Cualquier cosa que hace, o simplemente que hizo en tiempos, viene siendo
pretexto para moverle la silla: desde el vestido de eccehomo del rey Gaspar en
la última cabalgata de reyes, hasta haber pagado, hace años, con talones al
portador la compra de una vivienda.
Desde otros cuadrantes
de la rosa de los vientos, también se combate a Carmena por intentar “pacificar”
el tema de la memoria histórica en la nomenclatura de las calles madrileñas.
Las críticas vociferantes descargadas contra las dos alcaldesas “vendidas” y “traidoras”
por severísimos poncios que reclaman pureza y radicalidad revolucionarias,
parecen un tantico exageradas. Los críticos utilizan orejeras para no ver más
que aquello que desean criticar; nunca el entorno.
No es solo que
ninguna de las dos goza de una mayoría de progreso estable y consolidada. La
cosa va bastante más allá. Un artículo reciente del maestro Vicenç Navarro
alerta contra la falacia de quienes establecen porcentajes apresurados del 1%
para el poder real, y del 99% para “los de abajo”. Aquí interviene también el
pensamiento mágico de unas matemáticas aplicadas con calzador a los temas
sociales. Y otra falacia, derivada de la anterior, es la de considerar que el
99% en el que me incluyo comparte todos y cada uno de los puntos de vista que sostengo
yo. La conclusión obligada de ese planteamiento es que todo aquel que no piensa
como yo, es un oligarca o un traidor. Y los “traidores” proliferan hasta formar
una lista inacabable y castradora de todo intento de confluencia política de
progreso.