La exhumación de
viejas carpetas de sus escondrijos, consecuente a la necesidad de dar una mano
de pintura a algunos ámbitos de mi madriguera, sigue aportando sorpresas y
pequeños tesoros.
Entre el 4 y el 17
de noviembre de 1987 redacté una “Carta abierta, con nueve propuestas sobre el
sindicato”. Había dejado la secretaría de Organización de la CONC para trabajar
en el PSUC, y tenía la sensación obsesiva de que me había dejado en el trayecto
muchas cosas en el tintero, por así decirlo, sobre las cuestiones sindicales. Envié,
en tres partes, mi texto a José Luis López Bulla, por entonces secretario
general de las Comisiones de Catalunya. Él me contestó con amabilidad y aportó
matices a unos planteamientos expuestos bastante “en crudo” por mi parte. Fue
un carteo privado y sin ninguna trascendencia mayor; pero apuntábamos ya, por
la vía del tanteo, a cuestiones actuales hoy, tales como la “refundación” del
sindicato y el “gobierno de la innovación”. Sin entrar en nuestras propias
consideraciones de entonces, me parece útil reproducir tres citas incluidas en
aquel texto, sobre las que yo trataba de extraer algunas consecuencias pertinentes
al asunto del que trataba.
Corresponden las
citas a Fausto Bertinotti, que ha vuelto recientemente al redil de la iglesia
católica después de muchas revueltas por los caminos de la izquierda radical; a
Mihail Gorbachov, falto de repente, al poco tiempo, de toda credibilidad y
consideración por parte de sus compatriotas, que prefirieron entregarse
alborozadamente en manos del capitalismo neoliberal; y a Bruno Trentin, que nos
dejó bastantes años después, no sin antes construir algunos trabajos teóricos
de gran valor para clarificar los problemas a los que aquí se hace referencia.
Estas eran las opiniones de los tres, mediados los años ochenta.
«La izquierda en
general, y el área comunista en particular, solo tendrán posibilidades de ser
protagonistas del desafío que representa la innovación, a condición de refundar
una nueva idea del sindicato, por un lado, y del estado social y la ciudadanía,
por otro. Las bases para esa refundación habrán de buscarse en una idea acerca
de la cantidad, la calidad y la distribución del trabajo, diferente – radicalmente
diferente – de la que subyace a los actuales procesos de innovación, propugnada
y teorizada por las fuerzas que hasta hoy hegemonizan dichos procesos.» (F.
BERTINOTTI, “Gobernar las innovaciones: ni integrados ni apocalípticos”, en Democrazia e diritto, n. 1, 1986, pp.
124-25).
«Qué vías a seguir
se plantea el Buró Político para impulsar la democratización de la sociedad
soviética? Podremos impulsar de verdad la iniciativa y el espíritu creativo del
pueblo solo si creamos los instrumentos democráticos capaces de ejercer una
influencia real y activa en el funcionamiento de cada colectivo laboral, tanto
en la planificación, como en la organización del trabajo, en la distribución de
bienes materiales e inmateriales, en la selección y promoción de las personas
más prestigiosas y competentes a los cargos de dirección. […] La economía es la
esfera más importante del quehacer humano. A diario participan en ella decenas
de millones de trabajadores. Por eso el desarrollo de la democracia en el
sector de la producción constituye un aspecto de primordial importancia en la
profundización y ampliación de la democracia socialista en general.» (M.
GORBACHOV, Informe al Pleno del CC del PCUS, 27.1.1987).
«¿Con qué
instrumentos, pues, refundaremos un sindicato que pretende construir su propia
legitimidad política y contractual sobre la representación de los trabajadores
asalariados y, también, de otras
figuras sociales (desde los técnicos hasta los desempleados) que se han visto
hasta ahora excluidas de la lógica del intercambio neocorporativo? ¿Cuáles
deberán ser, en fin, y cómo se elaborarán, según los principios de la
democracia y de la solidaridad, las prioridades reivindicativas efectivas que
habrán de dirigir y cohesionar ese movimiento sindical, en la fase que se abre
frente a nosotros? Y si esas prioridades han de confirmar, como creemos, la
centralidad del tiempo de trabajo, de la calidad del trabajo, de la nueva
profesionalidad, de la transformación de la organización del trabajo, de la
autonomía contractual y decisional de los “colectivos de trabajo”, ¿qué
implicaciones haremos derivar de esas prioridades para una mayor calidad de la política salarial y de
reforma del coste del trabajo? ¿Cuáles, en definitiva, habrán de ser los
criterios con los que construir una política salarial y una reforma del coste
del trabajo que sean funcionales con
los cambios en la organización del trabajo y con el control y la contratación de
la condición obrera, de los procesos de movilidad, y del crecimiento del empleo
de formas múltiples y articuladas?» (B. TRENTIN, “Le basi del nuovo sindacato”,
en Rinascita n. 8, 24 febrero 1984,
p. 4).
A algunos les
parecerán desfasadas y polvorientas las manifestaciones de los tres sobre el
trabajo, su lógica interna y su posición central en la sociedad y en la
política. Mi opinión particular es que habría valido la pena tirar con más
ahínco del hilo suelto que dejaban a la vista aquellas especulaciones remotas.