La noticia más importante
ha sido sin duda la anulación del proceso de impeachment a Dilma Rousseff,
presidenta de Brasil. La acusaban de implicación en el “afer” de Petrobras, y el
impulsor de la medida, Eduardo Cunha, recién destituido de la presidencia del
Congreso, era desde detrás de las bambalinas el principal culpable de la corrupción.
En la votación parlamentaria se vulneraron varias garantías democráticas. El
asunto habrá de ser examinado de nuevo, desde un enfoque menos prepotente y más
civilizado. Buena noticia.
También es
importante el acuerdo alcanzado por Podemos e IU para ir juntos a la repetición
electoral de junio, en base a un programa común. Los resultados serán luego los
que sean, pero en principio es una prueba de sensatez aunar fuerzas en el
territorio de la izquierda cuando en el gobierno soplan los vientos que están
soplando. Buena noticia, también.
Prestemos ahora atención
al microcosmos. Mamma Erasmus, Sofia
Corradi, consultora científica para las relaciones entre las asociaciones de
rectores de las universidades europeas, va a recibir en Yuste el Premio Europeo
Carlos V, por haber sido la principal impulsora de las famosas becas
universitarias Erasmus. Si Marx consideraba, según asegura mi amigo Javier
Aristu, que un solo paso de movimiento real vale más que una docena de
programas, ahí tienen ustedes el paso de movimiento real que andaban buscando.
Las becas Erasmus han hecho más por la hoy tambaleante Unión Europea que toda
la peste de comisarios y adláteres que han paseado, pasean y pasearán sus sonrisas
autosatisfechas, sus recetas macroeconómicas y sus rescates bancarios por
Bruselas. Leo que muchos ex becarios caídos en feliz contubernio ponen a sus
retoños los nombres de Erasmus o Erasmina. Es un indicio feliz, y el
reconocimiento universal a mamma Sofia,
una medida justa y benéfica.
Me detengo en
particular en la cuarta noticia. Mi hermano José María tuvo en vida la extravagante
pasión periférica de ejercer de entrenador de baloncesto en las categorías
infantiles y juveniles. Invirtió en el tema un montón de esfuerzos y de tiempo libre
y no tan libre, y recibió a cambio el cariño incondicional de varias levas de
baloncestistas amateurs.
Con él hablé muchas
veces de Pepu Hernández, el hombre que condujo a la selección española absoluta
al título mundial en el año 2006. El sábado pasado, Pepu, retirado desde 2012, acompañó
a sus hijas mellizas Claudia y Candela al Polideportivo de Hortaleza, donde el
equipo de su colegio, el Ramón y Cajal, había de competir en la Liga escolar.
La entrenadora tuvo una indisposición, no se presentó a la cita y, como no
aportó las fichas y documentos exigibles, el partido fue dado reglamentariamente
por perdido a sus pupilas.
Pero el árbitro
calló la circunstancia e hizo que el partido se jugara de todos modos, para no castigar
a las niñas, además de la derrota, con el castigo mucho peor de la frustración.
Quien no haya asistido a los entrenamientos y los partidos de uno cualquiera de
la miríada de equipos aficionados de nuestro país, no conoce la fuerza del
veneno de la afición y del deseo de superación, en los/las deportistas de pocos
años.
Era necesario un
responsable para poner orden desde el banquillo. Y el gran Pepu se despojó de
la americana, se arremangó la camisa e impartió de forma improvisada su
sabiduría a las chicas del Cajal. No se pudo hacer gran cosa en la ocasión; además
de tener la decisión reglamentaria en contra, el partido real también lo perdieron.
Pero la vieja norma de Coubertin, que dice que lo importante no es ganar sino
participar, brilló en Hortaleza como en pocas ocasiones en el firmamento del
deporte.
Gracias a Dilma, a Pablo
Echenique y Adolfo Barrena, a Sofía Corradi, y al siempre modesto y elegante
Pepu, por el día de ayer.