lunes, 9 de mayo de 2016

DESAMPARADO


No es fácil volver del sol deslumbrante de Grecia al cielo turbio y el pavimento mojado de Barcelona. Los momentos peores son las despedidas, como me dijo mi nieto Mijail cuando los dos nos esforzábamos en mantener en alto los pabellones respectivos: yo le explicaba lo pronto que vamos a volver a vernos, ahora que el verano está a punto de reventar una primavera tonta, y él me respondía que tiene aceptado vivir así, encontrándonos y separándonos cada pocos meses, porque él tiene el colegio en Egaleo y nosotros la casa cerca del Paseo de Gracia. A Carmen le entregó un gran corazón de papel recortado, pintado de rojo encendido y con la leyenda: «Para la mejor adia thel munto.» Tiene la ortografía aún vacilante, quería escribir “avia” pero no acertó la letra equivalente, y se esmeró en escribir “del” a la inglesa y “mundo” como suena en griego. Fue, en todo caso, un esfuerzo inaudito para él, que prefiere mil imágenes antes que una palabra.
He pasado las hojas muertas del calendario al volver a mi escritorio, y he descubierto que hoy es la fiesta de Nuestra Señora de los Desamparados. Muy apropiado, pienso mientras concluyo estas líneas escritas sin ganas a la luz de la lámpara, porque a las diez y media de la mañana no entra por la ventana luz suficiente para trabajar.
Vendrán días mejores, y también gobiernos. Aunque en los momentos malos, «les jours de vague à l’âme et de mélancholie», parezca otra cosa.