No es fácil volver
del sol deslumbrante de Grecia al cielo turbio y el pavimento mojado de
Barcelona. Los momentos peores son las despedidas, como me dijo mi nieto Mijail
cuando los dos nos esforzábamos en mantener en alto los pabellones respectivos:
yo le explicaba lo pronto que vamos a volver a vernos, ahora que el verano está
a punto de reventar una primavera tonta, y él me respondía que tiene aceptado
vivir así, encontrándonos y separándonos cada pocos meses, porque él tiene el
colegio en Egaleo y nosotros la casa cerca del Paseo de Gracia. A Carmen le
entregó un gran corazón de papel recortado, pintado de rojo encendido y con la
leyenda: «Para la mejor adia thel munto.» Tiene la ortografía aún vacilante, quería
escribir “avia” pero no acertó la letra equivalente, y se esmeró en escribir “del”
a la inglesa y “mundo” como suena en griego. Fue, en todo caso, un esfuerzo
inaudito para él, que prefiere mil imágenes antes que una palabra.
He pasado las hojas
muertas del calendario al volver a mi escritorio, y he descubierto que hoy es la
fiesta de Nuestra Señora de los Desamparados. Muy apropiado, pienso mientras
concluyo estas líneas escritas sin ganas a la luz de la lámpara, porque a las diez
y media de la mañana no entra por la ventana luz suficiente para trabajar.
Vendrán días
mejores, y también gobiernos. Aunque en los momentos malos, «les jours de vague à l’âme et de mélancholie»,
parezca otra cosa.