sábado, 28 de mayo de 2016

GAVILLA DE JEREMIADAS SIN SUSTANCIA


Al parecer, el chiste que acapara hasta el momento el trending topic nacional del fin de semana es el del novio que demanda por uachap algún amigo que no le importe suplirle en la ceremonia de la boda, porque tiene entrada para la final de la Champions. Es de una tontez considerable, pero pueden superarlo de largo las recientes declaraciones las dos grandes esperanzas blancas de nuestra derecha política.
A su vuelta de Caracas, Albert Rivera ha dicho que aquello es mucho peor que una dictadura. En una dictadura no hay libertad, pero por lo menos hay “paz y orden, y todo el mundo sabe a qué atenerse” (sic).
Por su parte Mariano Rajoy, en la clausura de las Jornadas del Círculo de Economía en Sitges, se ha sumado al aluvión de críticas de la pijoset society a Colau y Carmena, acusándolas de hacer “demagogia barata”, y dañar por consiguiente la economía que él con tanto tino está enderezando. Si fuera verdad que la demagogia barata perjudica la economía, la azagayada de Mariano la habría hecho morder el polvo ipso facto.
Las dos ocurrencias dan que temer por el nivel de los argumentarios que se están preparando para la campaña de las elecciones inminentes. De confirmarse lo peor, necesitaremos árnica en abundancia para restaurar nuestros cojones del alma, que diría el llorado Manolo Vázquez Montalbán.
Pero no alarmarse, hay también motivos para el optimismo. Me he encontrado uno de ellos en el trasiego de papelotes archivados por las esquinas a que me ha obligado la pintura de algunas habitaciones de casa. Se trata de una carta de Rafael Sánchez Ferlosio al director de El País, que fue publicada el 14 de octubre de 1983. Después de reprochar a García Calvo que, desoyendo «el afectuoso y desinteresado consejo de la flor de sus amigos», se haya empeñado hacerle al señor Leguina el himno de la Comunidad de Madrid, añade el siguiente párrafo relativo a la bandera (cito literalmente):
«Por lo que atañe al eventual reglamento para el uso de la bandera autonómica, me atrevería, por mi parte, a sugerirle al señor Leguina la incorporación al mismo de una cláusula que podría ser sustancialmente la siguiente: “Con el objeto de dar mayor vivacidad y color festivo al fervor ceremonial que siempre debe rodear el merecido culto a la bandera de esta comunidad, la comisión de protocolo de la Autonomía de Madrid se complace en anunciar al público que, entre las prácticas rituales oficialmente reconocidas y prescritas para mejor honrar y celebrar dicha bandera, queda incluida la de su propia combustión, no teniéndola en adelante por agravio, sino por acendrada expresión del más devoto acatamiento, y con la sola reserva de que la limitación de las disponibilidades presupuestarias asignadas por la comunidad al capítulo de banderas pudiese eventualmente recomendar alguna siempre momentánea restricción en el legítimo  ejercicio de esta específica forma de culto a la bandera consistente en el homenaje incineratorio”.»
La iniciativa de Ferlosio no fue recogida en su momento por las autoridades, pero ahí queda, deslumbrante y tentadora como un bombón de licor recubierto de papel de plata y reposando en el alveolo correspondiente de la caja de golosinas. Lo mejor es que está disponible no solo para la bandera de la comunidad madrileña sino para todas sus hermanas nacionales y/o autonómicas, constitucionales y/o inconstitucionales.