Al parecer, el
chiste que acapara hasta el momento el trending
topic nacional del fin de semana es el del novio que demanda por uachap algún
amigo que no le importe suplirle en la ceremonia de la boda, porque tiene
entrada para la final de la Champions. Es de una tontez considerable, pero pueden
superarlo de largo las recientes declaraciones las dos grandes esperanzas
blancas de nuestra derecha política.
A su vuelta de
Caracas, Albert Rivera ha dicho que aquello es mucho peor que una dictadura. En
una dictadura no hay libertad, pero por lo menos hay “paz y orden, y todo el
mundo sabe a qué atenerse” (sic).
Por su parte Mariano
Rajoy, en la clausura de las Jornadas del Círculo de Economía en Sitges, se ha sumado
al aluvión de críticas de la pijoset society a Colau y Carmena, acusándolas de
hacer “demagogia barata”, y dañar por consiguiente la economía que él con tanto
tino está enderezando. Si fuera verdad que la demagogia barata perjudica la
economía, la azagayada de Mariano la habría hecho morder el polvo ipso facto.
Las dos ocurrencias
dan que temer por el nivel de los argumentarios que se están preparando para la
campaña de las elecciones inminentes. De confirmarse lo peor, necesitaremos
árnica en abundancia para restaurar nuestros cojones del alma, que diría el
llorado Manolo Vázquez Montalbán.
Pero no alarmarse,
hay también motivos para el optimismo. Me he encontrado uno de ellos en el
trasiego de papelotes archivados por las esquinas a que me ha obligado la
pintura de algunas habitaciones de casa. Se trata de una carta de Rafael
Sánchez Ferlosio al director de El País, que fue publicada el 14 de octubre de
1983. Después de reprochar a García Calvo que, desoyendo «el afectuoso y desinteresado
consejo de la flor de sus amigos», se haya empeñado hacerle al señor Leguina el
himno de la Comunidad de Madrid, añade el siguiente párrafo relativo a la
bandera (cito literalmente):
«Por lo que atañe
al eventual reglamento para el uso de la bandera autonómica, me atrevería, por
mi parte, a sugerirle al señor Leguina la incorporación al mismo de una
cláusula que podría ser sustancialmente la siguiente: “Con el objeto de dar
mayor vivacidad y color festivo al fervor ceremonial que siempre debe rodear el
merecido culto a la bandera de esta comunidad, la comisión de protocolo de la
Autonomía de Madrid se complace en anunciar al público que, entre las prácticas
rituales oficialmente reconocidas y prescritas para mejor honrar y celebrar
dicha bandera, queda incluida la de su propia combustión, no teniéndola en
adelante por agravio, sino por acendrada expresión del más devoto acatamiento,
y con la sola reserva de que la limitación de las disponibilidades presupuestarias
asignadas por la comunidad al capítulo de banderas pudiese eventualmente
recomendar alguna siempre momentánea restricción en el legítimo ejercicio de esta específica forma de culto a
la bandera consistente en el homenaje incineratorio”.»
La iniciativa de
Ferlosio no fue recogida en su momento por las autoridades, pero ahí queda, deslumbrante
y tentadora como un bombón de licor recubierto de papel de plata y reposando en
el alveolo correspondiente de la caja de golosinas. Lo mejor es que está disponible
no solo para la bandera de la comunidad madrileña sino para todas sus hermanas
nacionales y/o autonómicas, constitucionales y/o inconstitucionales.