Dicen que la
alegría dura poco en la casa del pobre; que es planta delicada, y únicamente
florece y perdura en la casa del rico; de preferencia, en la del muy rico. El
dicho se ha cumplido en relación con la presidenta brasileña Dilma Rousseff.
Después de que el corrupto presidente anterior del Congreso, Eduardo Cunha, pillado
in fraganti en los tejemanejes de la empresa “pública” Petrobras y finalmente destituido, pusiera en
marcha el ventilador como último recurso, su sucesor en el cargo había tomado la
decisión de atender a los reparos esgrimidos por la Abogacía General del Estado
acerca del quebrantamiento repetido de las garantías democráticas en la
votación del Congreso que puso a Dilma contra las cuerdas. La decisión le ha durado
al nuevo mandatario veinticuatro horas. La “persuasión amistosa” ejercida desde
su propio partido y, se supone, desde otros centros de poder real más
recatados, le ha convencido rápidamente de que las garantías constitucionales
son pamemas de tiquismiquis, y de que lo indicado es no dar respiro a la
presidenta ahora que la tienen acollada.
Nos sorprendemos ingenuamente
al ver que también fuera de nuestras fronteras (dentro, ya sabemos que pasa de
todo y más) están en vigor triquiñuelas que creíamos propias de nuestra
españolidad más genuina, como el recurso al ventilador o el atropello de las
garantías democráticas. Pues no señor, la patente no es nuestra, aquí no se
inventa nada, todo es de importación. Puede afirmarlo con la cabeza muy alta
don Vicente Martínez Pujalte, diputado del PP y experto en ventiladorismo, que
ayer mismo se ha visto atrapado en el enésimo primero caso de corrupción pepera
que destapa la Fiscalía.
Tampoco las puertas
giratorias son privativas de nuestra particular idiosincrasia. La ex comisaria
europea Neelie Kroes, neerlandesa, ha pasado hace pocas fechas a ser directora
de estrategia de la multinacional Uber, sin haber tenido siquiera el escrúpulo
de esperar el cumplimiento del plazo fijado por las antañonas leyes garantistas
para pasar del negocio público al negocio privado. Ha solicitado, eso sí,
permiso a las autoridades pertinentes para saltarse las normas a la torera, y
las autoridades pertinentes se lo han concedido con sumo gusto. Como en una
docena larga de casos anteriores, similares. No es un secreto para nadie que la
crema del comisariado europeo procede del vivero de la gran empresa, y se toma
el cargo público como un master de relaciones sociales que añadir a su
currículum personal para, una vez concluido el mandato, regresar con premura a
la esfera del negocio puro y duro luciendo un galón más en las hombreras
virtuales.
No solo son casta,
son la elite de la casta, los putos amos. Atropellar los derechos ajenos es su
diversión de fin de semana. Y conservan celosamente la exclusiva de sus
contactos en las diversas cumbres, de sus relaciones importantes tanto patentes
como ocultas, de sus afinidades electivas, de sus tres por cientos jugosos, y
de sus suntuosos áticos con vistas.
No es de extrañar
que les disgusten los advenedizos. Lo ha dicho, en representación de toda la
casta desfachatada que no nos representa, el (ex) presidente del Gobierno (en
funciones) del país, don Mariano Rajoy Brey: «Este no es país para extremistas,
radicales y amateurs de la política.»
Pues como decía el viejo
chiste, “nos ha jorobao el profeta”.