lunes, 2 de mayo de 2016

RECONSTRUCCIÓN


Un diario electrónico, bez.es, que me acompaña todos los días en el desayuno, plantea esta mañana el siguiente acertijo: ¿están nuestros políticos al borde del abismo, o encima de un volcán? Las dos situaciones representan un gran peligro pero no son iguales, advierte el articulista. En efecto, reflexiono: cuando se está al borde del abismo siempre queda el viejo recurso de dar un gran paso adelante; el cual no sirve de nada en las proximidades del volcán, para las que el único remedio consiste en picar soleta y marcharse con la música a otra parte, mejor antes que luego.
En cualquier caso, niego la mayor. La situación actual no responde, a lo que entiendo, a ninguna de las dos premisas establecidas. Cierto que pisamos un terreno telúricamente inestable y que un cataclismo no es descartable a medio plazo, pero tampoco hay temblores cuantificables en la escala de Richter ni otros signos de explosión inminente. Traslademos entonces la atención al abismo. ¿Dónde está situado exactamente? ¿Qué posición ocupan en relación con él nuestros políticos? ¿Se arreglarían las cosas con el tópico gran paso adelante, o en su defecto con un giro de ciento ochenta grados?
Cada cual es libre de dar su opinión. La mía es que nuestra clase política no estaba inmóvil frente al abismo; y que mientras se movía con toda clase de aspavientos alarmados en aquella situación altamente incómoda, trazando en el aire infinidad de líneas rojas no traspasables, pisó mierda.
El verdadero problema de pisar mierda al borde del abismo no es ese olorcillo insinuante que nos acompaña y resiste todos los esfuerzos por eliminarlo; lo realmente grave es el resbalón inevitable. En mi opinión, el temido “salto adelante” se ha dado ya; ocurrió en concreto el pasado día veintiséis. Desde ese día no estamos al borde del abismo, sino en el fondo mismo. No es cuestión de activar recursos de emergencia institucionales; los ciento y pico días pasados han mostrado que tales recursos, o no existían, o no eran eficaces.
No parece posible ahora el salvador paso adelante para sobrevolar el abismo, sostenidos por los vientos neoliberales y con un gobierno de gran coalición al timón; el malestar de fondo de la ciudadanía es demasiado ostensible y poderoso. Cualquiera que sea el sentido último del voto del 20D y del que se espera para junio, no va en esa dirección. No es posible cerrar los ojos y pasar página en el tema de la corrupción con promesas de que no volverá a ocurrir; los grandes delitos constatados exigen una reparación adecuada. No se puede ignorar la información de los papeles de Panamá, que muestran la forma consciente y consecuente en que, no solo buen número de especímenes destacados de la clase política, sino toda una porción significativa de lo que suele llamarse “gente de bien” en la prensa de papel satinado, han defraudado y saqueado el Estado social desde situaciones de privilegio.
Aun en el caso de que se acometieran los exorcismos y las reparaciones obligadas, no sería posible tampoco volver a un pasado idílico de funcionamiento eficaz de los mecanismos institucionales de protección y de previsión social, porque ni el pasado ha sido idílico, ni la coyuntura nacional, europea y global permite una solución de ese cariz.
Si existen en alguna parte, aún, una derecha no apriorista y una izquierda no nostálgica, sería el momento de que pusieran juntas manos a la obra de lo que nos haría mucha falta en estos momentos de tribulación: una reconstrucción a fondo del Estado y de sus instituciones, emprendida de buena fe y con buena voluntad a partir de un pacto amplio a largo plazo, que aglutine fuerzas transversales y utilice como herramienta prioritaria, no el procedimiento filosófico tomista de tomar como punto de partida las verdades universales inmutables y el respeto a las esencias, sino ese otro método humildemente científico, pero único que ha proporcionado a las sociedades humanas algún progreso histórico: el del ensayo y el error.