jueves, 12 de mayo de 2016

FILLS EN COMÚ


Así se llamará, según un tuitero, un nuevo partido que tendría la intención de fundar Anna Gabriel, educadora social, jurista y diputada por la CUP en el Parlament de Catalunya. Gabriel expresó en una entrevista en Catalunya Ràdio su insatisfacción por las carencias que a su juicio presenta la familia nuclear que constituye el paradigma de las actuales sociedades avanzadas, y reivindicó un tipo de educación más colectivo, sin roles marcados de género y con un reparto comunitario de las tareas, como en las épocas en que todos los hijos lo eran, no de sus padres biológicos, sino de la “tribu”.
Por alguna razón no inocente, sus razonamientos han saltado a las portadas de todos los medios, tergiversados y ridiculizados. Como si estuviera proponiendo un retroceso desde la modernidad al salvajismo primigenio. Entre tanto rasgarse de vestiduras, el chiste tuitero es casi una flor. Otro espontáneo ha añadido que Pablo Iglesias se apresurará a pedir una confluencia con la nueva formación.
Cuando hayan acabado ustedes de reírse de tanto ingenio, quizá podamos empezar a admitir que tenemos un problema comunitario con los hijos. No es solo el mal funcionamiento social de la célula familiar, el reparto desigual de las cargas, la dejadez o en el extremo contrario el rigor excesivo, los abusos, las amenazas, los maltratos de obra, a veces revertidos por hijos problemáticos en el maltrato a padres ancianos o a abuelos.
El problema no está solo en el secreto del sancta sanctorum privado e intocable del círculo familiar; lo está también en la irresponsabilidad utilizada por las esferas públicas como principio fundamental de la gobernanza en estos asuntos. Los hijos, y su educación como antesala y preparación para la vida social, son algo que no preocupa al poder; la educación es esa partida de los presupuestos que tiene todos los números del sorteo cuando se rifa un recorte drástico. La vida social, en consecuencia, se resiente. Se suceden las generaciones perdidas, los ni-nis, y cuando los nietos alcanzan la mayoría de edad no tienen otro horizonte que el de sumarse a sus padres en la okupación pacífica o tumultuosa de la casa y la libreta de las pensiones de los abuelos. La falta de trabajo estable, otra flor brotada en el mismo prado, se suma al hacinamiento de unas personas que no disponen de la habitación propia que reivindicaba la escritora para asentar su autonomía.
No es seguramente el hábitat más deseable para el despegue tanto económico como cultural que auguran nuestros oráculos liberales. La presión social empuja hacia abajo con más y más fuerza; no hacia lo alto. La enérgica acción social de la iglesia católica tampoco está dando los frutos que se podían esperar de ella, tal vez porque canaliza más recursos hacia los energúmenos colocados en los medios de comunicación de su propiedad, con el fin de defender unas ideas, no exactamente propias de la tribu, pero sí de la caverna; y en no menor medida, porque su política educativa está gravemente lastrada por la presencia ubicua de depredadores de inocencias infantiles, protegidos por el silencio espeso de la jerarquía.
No es cosa de risa, entonces, buscar alternativas a los modelos de paternidad, de religión y de educación consagrados por los usos y las costumbres. Y tampoco es ninguna barbaridad poner en común, cuando no los hijos, sí la preocupación por los hijos, por parte de la comunidad social. De la ciudadanía.