miércoles, 4 de mayo de 2016

LA COALICIÓN GRANDE Y LA CHIQUITA


El economista Antón Costas publica hoy en La Vanguardia un análisis sugerente del enrevesado momento político que vivimos (1).
Apuntaré, sin detenerme en ella, su interpretación de por qué las distintas fuerzas políticas han preferido una nueva convocatoria electoral antes que un gobierno de coalición, después de los resultados del 20D: los herederos in pectore del bipartidismo difunto, supone Costas, han reclamado un duplicado del certificado de defunción, como garantía cautelar antes de proceder a maniobras más comprometidas.
Ingenioso, cierto. Pero lo que encuentro particularmente sugerente en su artículo es otra cosa: la propuesta de afrontar el nuevo ciclo político, que se inicia fuera de la protección del paraguas del bipartidismo, mediante la forja de una doble coalición. Se trataría, dicho al modo castizo, de avanzar políticamente con un par. Un par, por añadidura, cantable al son de la Bamba: “Para asaltar los cielos, para asaltar los cielos se necesita una escalera grande; una escalera grande y otra chiquita allá arriba, allá arriba”.
El par de escaleras queda sintetizado de este modo, en las palabras de Costas: «Por un lado, una gran coalición a cuatro para acordar las ­nuevas reglas básicas para la convivencia, la me­jora de la democracia y el funcionamiento del Es­tado autonómico. Por otro, una pequeña coalición para gobernar el día a día.»
Es decir: el primer elemento debe ser un gran consenso, empujado por una fuerte presión social, con el fin de abrir un proceso de resanamiento de las instituciones a medio o largo plazo. Ahí han de tener necesariamente cabida todas las fuerzas políticas democráticas en presencia. Cuatro, cinco o las que sean: estatalistas, nacionalistas y federalistas; constitucionalistas y populistas; de izquierda y de derecha; de arriba y de abajo. (Todas las fuerzas reconocibles; no, obviamente, todos los líderes y lideresas adictos al cotarro. A muchos, ya se les ha pasado el arroz).
El segundo elemento sería una coalición pequeña, con no mucho afán de protagonismo y tampoco excesivamente beligerante en los grandes temas del Estado, pero sí lo suficientemente sólida para encarar el día a día “ejecutivo”, no con ánimo de continuismo ni de revancha, sino con el norte puesto en la razón práctica, de modo que sirviera para mejorar una convivencia muy deteriorada a fecha de hoy.
No habría, eso es obvio, amnistías penales ni fiscales, condonamientos caprichosos de deudas, ni prescripciones reglamentarias de delitos. El borrón y la cuenta nueva no podrían ser utilizados para legalizar de facto situaciones de privilegio injustas. El olvido legal y la desmemoria deberían quedar proscritos en el gran consenso con cabida para todos. Un nuevo andamiaje del estado no se levanta sobre lagunas legales, oquedades ni prorrateos caprichosos en los repartos de culpas.
Manuela Carmena, la imprescindible alcaldesa de Madrid, podría darnos a todos clases acerca de cómo gestionar una situación envenenada desde la voluntad de avanzar procurando no ofender sensibilidades, y de cómo convertir la rectificación frecuente de las propuestas hechas a la ciudadanía, no en una muestra de debilidad, sino de fuerza tranquila y de paciencia.
Ya volverán, como las oscuras golondrinas, los tiempos de los grandes desafíos a ultranza. El momento actual debe ser el del asentamiento y la nivelación, el de la redefinición de las reglas del juego. Para, a partir de ahí, avanzar hacia una reconstrucción.