Arturo Bris,
director del centro de competitividad de la escuela de negocios IMD
(International Institute for Management Development), ha señalado la
ineficiencia del estado como uno de los elementos principales que lastran la
competitividad española en la esfera global de los negocios (1).
El apunte, amparado
en las cifras incontestables arrojadas por un ránking mundial de competitividad
establecido desde la propia escuela con criterios científicos, merece varias
consideraciones. La primera puede ser la paradoja de que una escuela de
negocios evalúe la eficiencia de los estados en relación con la economía, y no
al revés. Una muestra más de una situación en la que se considera “normal” que
el negocio privado sea el fin, y las instituciones estatales el medio para
alcanzar ese fin o facilitarlo sustancialmente.
Por dónde van los
tiros que dispara la escuela IMD es una cuestión que se evidencia cuando
reclama mayor flexibilidad del mercado laboral con el fin de mejorar la
competitividad. Al mismo tiempo que se reclama la estabilidad de las
instituciones, se insiste en propugnar la inestabilidad del factor trabajo (al socaire del concepto decoroso de “flexibilidad”) como una panacea cierta para
la mejora de la economía. No se advierte la contradicción, y sin embargo el sentido
común nos susurra al oído que, si la estabilidad de las instituciones es una
condición sine qua non para la eficiencia económica (signifique tal cosa lo que
signifique) del estado, de la misma forma la estabilidad en el empleo debe ser
un elemento positivo para la eficiencia y la competitividad económica de la fuerza
de trabajo.
Lo cual nos lleva al
cuestionamiento de cómo se puntúan los datos en este tipo de clasificaciones “científicas”.
Hay un quid pro quo o un círculo vicioso en la confección de los ránkings: se
puntúa más aquello que de partida es considerado mejor, pero sin un criterio
objetivo cierto que avale la bondad o maldad de los inputs. Entonces, lo que se
demuestra es siempre aquello que de antemano se pretendía demostrar; lo bueno
es siempre lo que se ha definido previamente como bueno. Es el mecanismo infernal
mediante el cual el Fondo Monetario Internacional ha destrozado las economías
de muchos países en vías de desarrollo, en particular en África, y sigue
torturando a Grecia con la imposición de axiomas que han demostrado su fracaso
rotundo en el objetivo que pretenden. Años y años de la misma medicina, y el
enfermo, lejos de recuperarse, sigue descendiendo más y más en los ránkings.
¿Es adecuado,
entonces, acusar de ineficiencia a los estados cuando se los ha convertido en
marionetas que bailan al son de escuelas de negocios privadas tituladas en
Harvard, llámense estas IMD o FMI? Viene a ser, excusen lo brutal de la
comparación, como dar la consigna a todas las unidades de hundir al Bismarck, y
una vez consumada la operación quejarse de que el Bismarck no flota.