Los viejos trucos
ya no sirven, se percibe una necesidad imperiosa de renovar el atrezzo. Mariano Rajoy echó mano del
siempre socorrido anuncio de una rebaja de impuestos, pero quedó de inmediato
en paños menores al saberse que en carta a Juncker prometía nuevos recortes caso
de seguir al frente del gobierno. Acto seguido encomendó a Dancausa la
prohibición de las esteladas para atizar el conflicto con Cataluña, tema que
siempre había dado réditos electorales jugosos. Javier Tebas, presidente de la
Liga de fútbol profesional y veterano militante de Fuerza Nueva nunca reciclado
en demócrata, se apresuró a aplaudir la medida, y lo mismo hicieron in pectore los prohombres promotores de
Junts pel Sí, que pasan por horas electorales bajísimas. Pero todo quedó en
agua de borrajas: un juez desestimó la prohibición y hubo esteladas, hubo
bronca de 94 decibelios contra el himno, hubo también civilidad perfecta en las
gradas (menos, en el campo), y por más que los ideólogos de las CUP siguen
predicando la insurrección popular para montar un referéndum ilegal, no parece
que vaya a producirse a corto plazo el caos catalán anunciado por los agoreros.
Pedro Sánchez
también anda desconcertado. Qué podría prometer al electorado si sigue
encerrado con un solo juguete, además roto. Anuncia que tendrá, si llega a la
jefatura del gobierno, la generosidad que otros no han tenido con él, y susurra
por las esquinas su rencor hacia Podemos por la sospecha de que, caso de
necesitar sus votos para ser investido, Iglesias no se los dará. El victimismo
no es nunca un argumento muy convincente, ni parece el talante adecuado para
afrontar unas elecciones en las que la cifra de votos socialistas puede seguir
descendiendo en caída libre.
Albert Rivera ha
aprovechado un hueco en la agenda para plantarse en Venezuela, donde lo
esperaban con los brazos abiertos. No es ni siquiera un gag original, ya hizo
lo mismo Felipe González. Suponer además que el electorado español está
pendiente de lo que ocurra entre Maduro y Leopoldo López, equivale a intentar montar
castillos de cartas sobre la arena en un día ventoso. Aquí hay preocupaciones
de sustancia, sin necesidad de ir a buscarlas a Caracas.
Por su parte, en
los cuarteles de Podemos e IU reina la euforia. Habrá listas conjuntas con
campañas separadas, y previsiblemente sorpasso.
Y después, ¿qué? No habrá mayoría suficiente para un asalto a los cielos en
toda regla; todo lo que no se haya acordado antes del 26-J con las fuerzas
concomitantes con las que ahora se intercambian mandoblazos, habrá que
intentarlo después bajo la presión del reloj.
No sería preciso
seguramente llegar a programas acabados, sino solo compartir una predisposición
amistosa. Para volver a la metáfora del fútbol, se trataría de elaborar una visión
conjunta del juego y de sus necesidades, de buscar situaciones de superioridad
en el campo, de entrenarse en la práctica del desborde y la verticalidad.
Después, ya se sabe, hará falta un pelín de suerte para lograr la definición.
Pero que no
recurran a la heroica, por favor. Yo ya me he apeado de la épica.