sábado, 1 de octubre de 2016

NO EN SU NOMBRE


El concejal de Arquitectura del Ayuntamiento de Barcelona, Dani Modol, socialista, ha calificado al templo expiatorio de la Sagrada Familia como una “mona de pascua” y una “gran farsa que arrastramos desde hace tiempo”. Me conforta sentirme respaldado en mis convicciones de toda la vida por una autoridad sin la menor duda competente.
Hay dos aspectos a considerar en este turbio asunto: el utilitario y el propiamente estético. Empezando por el segundo, algunos sostienen que la Sagrada Familia es (era) la gran obra maestra inacabada de Gaudí. ¿Por qué se quiso acabar, entonces? La más bella sinfonía de Schubert quedó inacabada, y a nadie hasta ahora se le ha ocurrido completarla. El empastifamiento de la vieja arquitectura gaudiniana, sobre la base de una campaña de largo alcance, patriotera y belicosa («qui diu que no s’acabarà mai…”, etc.), ha producido un híbrido extraño, que tiene que ver con la idea original del arquitecto de Reus aproximadamente lo mismo que la Caldea andorrana con la antigua provincia oriental del mismo nombre.
No es tan grave, sin embargo, esa cultura del pastiche que ha promovido algunos de los edificios más singulares de Las Vegas, tipo pirámides egipcias y así. La adaptación de la actual estructura de la Sagrada Familia como casino de juego tendría sin duda un impacto mundial, y el guiri correría a dejarse en un lugar así las pestañas, para regocijo de la casa y el casal.
Pero ¿un templo expiatorio? Tenemos uno muy vistoso en lo alto del Tibidabo, concebido en la estela del Sacré-Coeur parisino y que responde a sus mismos patrones estéticos. No conozco el registro de visitantes, pero me atrevo a sostener que su incidencia en la vida ciudadana es escasa. Con todo, está ahí; si alguien siente necesidad de hacer ejercicios expiatorios, dispone del lugar adecuado para llevarlos a cabo en Barcelona. La aglomeración no es tan grande que haga sentir la exigencia de incluir entre los equipamientos municipales otro templo expiatorio de refuerzo.
La polémica ha surgido porque el grupo municipal del PP demanda al equipo de gobierno un plan para desalojar las manzanas de viviendas contiguas a la obra in progress de la Sagrada Familia, a fin de completar las obras previstas. Es una fijación lo que tiene el PP con los desahucios. Pero yendo a las habas contadas, ¿por qué habría el ayuntamiento de meterse en líos, perder ingresos del ibi y tal vez abonar indemnizaciones, para entregar luego un terreno virgen al obispado, que ni paga ibi ni comparte con el municipio los ingresos turísticos considerables que derivan del uso turístico, no piadoso, del inmueble? Tenemos un ejemplo cristalino de la aporía en la catedral, antes mezquita, de Córdoba, y el uso y abuso que hacen de ella nuestras autoridades eclesiásticas. La Sagrada Familia dejaría de ser patrimonio de los “buenos catalanes” que colocaban sus monedillas en las huchas que de tanto en tanto circulaban al efecto, para convertirse en propiedad privada exclusiva del obispado. La condición de patrimonio de la humanidad no obsta; las jerarquías se la pasan por el sobaco.
Lo hecho hasta aquí con la obra de un arquitecto al que se dice honrar pero al que se desnaturaliza con total desahogo, ya no tiene remedio, como no sea la dinamita, cosa que yo nunca aconsejaría. Pero es absurdo proponer la expropiación de viviendas para seguir erre que erre fabricando una mona de pascua gigante. La relación utilidad/precio es nefasta, vista desde cualquier ángulo. Y tal vez lo más grave es que se recurra para el desaguisado a la grandeza de la patria y al nombre de Antoni Gaudí.
No en su nombre, damas y caballeros.