La coletilla de
Matteo Salvini después de anunciar su intención de expulsar de Italia a todos
los gitanos en situación irregular, forma parte por méritos propios de la
historia universal de la infamia que empezó a escribir tiempo atrás Jorge Luis
Borges. Proclama, con alarde, la condición no humana ─la deshumanización─ de un
colectivo determinado de personas; su marginación drástica de los derechos mínimos, establecidos
por el concierto de las naciones, comunes a todas y todos.
A tal señor tal
honor, fue Jesús de Galilea quien defendió en primer lugar la premisa de que
todo el género humano formaba parte de aquel “pueblo elegido” que la vieja ley
mosaica reducía a privilegio de los miembros de una raza determinada que
cumplían de modo escrupuloso unos rituales de limpieza y de diferenciación. Ni
raza ni ritual, a partir de la “nueva ley” todos los humanos quedaron señalados
(¿”empoderados”, podríamos decir haciendo uso del terminacho posmoderno?) como
libres, iguales y destinados a la salvación así individual como colectiva.
Caracalla, un par
de siglos después de la vida de Jesús, vino a sancionar administrativamente la idea,
al declarar ciudadanos del Imperio a todos los habitantes de sus territorios,
sin excepción. Bien es cierto que seguía negándose la común condición humana a
quienes habitaban fuera de las fronteras, los “bárbaros”, y a los esclavos, una
institución de lo más cómodo que anticipaba resabios tayloristas al negar de
forma tajante a la fuerza de trabajo "infrahumana" los derechos de ciudadanía.
En los siglos intermedios, la misma palabra latina, "hostes", designaba al extraño y al enemigo. La lengua da la medida de la hostilidad activa y operante entre las distintas comunidades humanas en aquellas épocas oscuras.
El siguiente avance no llegó
hasta la época de la extensión del comercio, la internacionalización de los mercados y la
aparición de los Estados modernos. Se formuló un “derecho de gentes” que
regularizaba la condición de los extranjeros y establecía garantías para ellos.
El nuevo interfaz amistoso en las relaciones entre países quedó limitado, de
todos modos, al “ecúmene”, y todo lo que quedaba fuera de ese ámbito (en América,
Asia y África) era considerado presa legítima para la voracidad de los imperios
centrales. Dejando a salvo el esfuerzo evangelizador de los misioneros que
acompañaban a los ejércitos y bautizaban celosamente a los indígenas antes de
que estos fueran ahorcados por el delito de rebelión.
La Declaración
Universal de los Derechos Humanos no llegó hasta 1948, hace cuatro días como
quien dice. Matteo Salvini acaba de pasársela por la entrepierna, al negar
derechos de simple humanidad a los gitanos sin papeles, y lamentar de paso tener las
manos atadas por la propia Constitución italiana para “limpiar” de forma
definitiva su territorio de esa otra “plaga”: los gitanos con papeles.
Italia retrocede
a pasos acelerados hacia las “leyes raciales” dictadas por Benito Mussolini.
Es de desear que la ascensión al poder de un nuevo Duce no sea irresistible.