Doña Carmen
Iglesias, presidenta de la Real Academia de la Historia, afirma en una
entrevista aparecida en el confidencial que movimientos como el cambio de
gobierno que acaba de producirse son relativamente frecuentes en la historia, y
se caracterizan por ser imprevisibles y efímeros por naturaleza. (Evitaré en este post referirme a otras afirmaciones estupendas de la académica, tales como que la inmersión lingüística ha sido una forma de abaratar la mano de obra en Cataluña.)
No es enteramente obligatorio
creer la primera afirmación citada de Doña Carmen (la segunda tampoco, por descontado). Ella es una experta en el siglo XVIII español, quizá demasiado
acostumbrada a contemplar los acontecimientos políticos provista de catalejo.
Estoy en condiciones de contrarrestar su opinión con otra de Strindberg: lo
efímero puede hacerse muy largo mientras dura.
En cualquier caso,
no queda claro en el razonamiento de la ilustre historiadora cuál es la
corriente de fondo, la duradera, y cuáles las interrupciones episódicas que
vienen a alterarla de forma circunstancial. Podría resultar a fin de cuentas,
visto con la perspectiva de dos siglos y medio que es como acostumbra doña
Carmen a ver los movimientos colectivos, que la furiosa oleada neoliberal que
nos viene empujando desde los años setenta del siglo pasado sea tan solo una
interrupción momentánea de la gran saga europea que arrancó con la derrota de
los fascismos en los campos de batalla y conformó un tipo de democracia social
(de socialdemocracia) que ofreció a los países avanzados los treinta años más pacíficos,
prósperos y felices de la historia universal. Desde esa perspectiva, tan
plausible como la contraria, Rajoy habría sido en nuestro país un accidente
imprevisible, una mota en el ojo; y con Sánchez habríamos regresado a la lógica
del mainstream instaurado con la
derrota (incruenta) del fascismo español y la aprobación de una Constitución
democrática de signo avanzado.
Todo depende,
calculo, del color del cristal con que se mire. Don Ramón de Campoamor ahí la
clavó. Creo que doña Carmen Iglesias no tanto, pero es mi opinión. El tiempo dictará
sentencia, como siempre.
Mientras tanto,
conviene con toda seguridad que no nos instalemos en esencialismos, ni en
ideologías, ni en concepciones del mundo bien acabadas y perfiladas, sino que
nos quedemos en todo momento un par de pasos más acá, en el terreno de la praxis política, y nos esforcemos por
imprimir a la coyuntura tal como se presenta todo el optimismo de nuestra
voluntad.
Puede que este vaya
a ser un gobierno efímero, pero tal circunstancia no lo excusa de utilizar el
largo plazo como plantilla para sus decisiones. No el muy largo plazo, sin
embargo, no el “programa máximo”. Eso sería inviable. Pero tampoco, de ningún modo, debe
quedarse en la mera cosmética.
Y a propósito de
cosmética, nuestras “feministras” obrarán santamente si hacen caso omiso de los
consejos de estilismo que les ofrece de forma gratuita el diario ABC. Lo que
menos nos apetece a los españoles varones en este momento es alegrar la visual
con unas ministrillas pizpiretas que repartan besos y ramos de flores como
hacía el equipo de animadoras en los finales de etapa de las grandes vueltas
ciclistas, hasta el mismísimo año pasado.